Por José Miccio
Crítico de música y cine, docente
El siglo XXI no comienza para Babasonicos con Jessico sino con Groncho y Vedette, dos discos de su paradiscografia editados en 2000. Groncho es el compañero subterráneo de Miami. Vedette, el de Babasonica. No les falta mérito ni interés histórico. Incluso llama la atención que algunas de sus canciones no hayan encontrado la manera de salir de su zona de culto. “La hierba crece” y “Dopamina”, por ejemplo. O “Promotora”, cuyo antimenemismo explícito bien podría haber vuelto a Babasónicos una banda más simpática para quienes reniegan de sus mascaradas y no se conforman con “El shopping” y la tapa de Miami. Pero ni el calendario ni la virtud ni la mala conciencia pueden contra el disco que puso a Babasonicos en boca de todos y terminó por modificar de una vez y para siempre su carrera (hace quince años habrían abjurado de la palabra; ahora no se animarían a rechazarla sin pudor). Fondo amarillo, cactus brillante, curvas como culo o montañas, nombre de tipo que pone al femenino como género modelo, “El loco”, “Los calientes”, “Deléctrico”, “Rubí”. Mejor aceptarlo: hay que empezar por Jessico.
Una y otra cosa están obviamente vinculadas, pero el acontecimiento Jessico tiene menos que ver con el éxito comercial que con la música, que a partir de entonces se hará menos mutante (o más reiterativa, si se quiere). Comparar Pasto-Trance Zomba-Dopádromo-Babasonica-Miami con Infame-Anoche-Mucho-A propósito-Romantisísmico es pasar del salto al desarrollo, del cambio a la consolidación. (Hasta podría decirse: de la apuesta al cálculo, pero sería necesario suspender el descrédito moral de la palabra para considerar el problema estéticamente). Jessico está justo en el medio. Por un lado, participa todavía del feliz impulso metamórfico al que Babasonicos se entregaba en los 90 (lo que no impide que “Yoli” tenga detrás a “¡Viva Satana!”, y que “La fox” y “Tóxica” lancen sus adjetivos igual que “Charada” y “Sharon Tate”). Por otro, funciona como modelo para buena parte de lo que vendrá. Las letras anti-identitarias que cantaba Dárgelos tenían en los primeros discos reafirmaciones musicales permanentes. A partir de Jessico quedarán huérfanas y se harán más enfáticas y sentenciosas, porque en adelante Babasonicos preferirá sacarle lustre o ventaja a un modo de grabar y componer indudablemente propio y fatalmente previsible. En los 90 Babasonicos jugaba a sumar capítulos a una novela imposible. El siglo XXI es la historia de su estilo.
Es fácil encontrar en Jessico canciones de referencia. “Deléctrico” impulsa la composición de temas para la pista de baile (“Y qué”, “Suturno”, “Microdancing”: todos escandalosamente inferiores a su modelo). “Soy rock” y “Atomicum”, la de unos cuantos rockitos inexplicables (“Sin mi diablo”, “Once”, “Ciegos por el diezmo”, “Luces” “Estoy rabioso”, “El baile de Odín”). Un track bailable, uno o dos rockeros: después de Jessico casi todos los discos de Babasónicos acatan esta ley. Se trata de un sistema de remakes encubiertas o autocovers parciales que le da a cada álbum un aire de familia y dos o tres canciones olvidables. En A propósito, y como si se hubieran aburrido un poco, enrarecieron los modelos sin por ello abandonarlos. “Fiesta popular” es un rockito humilde pero renovado. Más interesante, “Muñeco de Haití” empieza en la pista y se dispersa luego, como si el espíritu de Dopádromo hubiera despertado para ajusticiar el bombo y una letra demasiado obvia, ya sin el encanto del “vibren-bailen” de Trance Zomba.
También “Rubí” funda su propia serie, mucho más atractiva y elástica. Babasonicos no había hecho hasta entonces nada parecido, y nunca había sonado tan cerca de Virus. “Rubí” es su propia “¿Qué hago en Manila?”. “Capricho” (de Anoche) sale de acá. Lo mismo “Estertor”, “Mareo” y “La puntita”, todas de Infame. Puro kitsch para apretar. Y es que también las fuentes de dudoso prestigio por las que Babasonicos tuvo siempre debilidad cambian a partir de Jessico. Sandro, el bolero y la canción romántica toman el lugar de Russ Meyer, el western spaghetti y el cine de terror barato. Por eso Infame -tan “Rubí” dependiente- es al siglo XXI lo que Babasonica a los años 90: un disco conceptual. Si en un caso se trataba de pasar todo por el filtro del satanismo clase B, en el otro el juego consistía en llevar las cosas al límite de lo aceptable en términos de gusto. Los géneros e intérpretes de mala reputación aparecen en Babasonicos lo suficientemente respetados como para que lo que hacen no suene a parodia o mera burla, y lo suficientemente intervenidos como para desestimar la mímesis. Cursilería y distinción: dandismo trash.
(Nota veloz. En este modo de relacionarse con la cultura de masas, y en otras operaciones similares - convertir a la nena en putita y al pibe en pendejo, por ejemplo- se apoyan quienes acusan a Babasonicos de no ser más que una banda de hábiles cancheritos. El juego romántico que comienza en “Rubí” parece posmo, parece cínico, parece fácil. Plástico, bobo, conchetón, altivo. Pero si Babasonicos fuera sólo eso que sus detractores dicen no sería Babasonicos sino Banda de Turistas).
Y finalmente está la canción babasonica. La tarea de siglo, el corazón mismo del estilo. Jessico la anuncia, Infame la pone a prueba, Anoche le da forma definitiva, Mucho, A propósito y Romantisísmico la practican con una seguridad y un profesionalismo que no siempre carecen de brillo. He aquí unos cuantos títulos: “Curtís”, “Putita”, “Carismático”, “Yegua”, “El colmo”, “Muñeco”, “Yo anuncio”, “Pijamas”, “Escamas”, “Cómo eran las cosas”, “Las demás”, “En privado”, “El pupilo”. Son canciones compuestas casi siempre en tiempo medio, superproducidas, llenas de guitarras que no vocean su elegancia. Dárgelos combina en las letras formas coloquiales y frases que chico le dice a chica con manierismos tan hermosos como “La piel, los labios donde roza la bambula/ serán mi prado, mi vergel” o “Por mi cama pasa un río/ y en el río un rebaño abreva al sol/ y un pastor inmóvil sentado a mis pies/ me canta”. No todas estas canciones son buenas, pero algunas son brillantes. “Pijamas”, por ejemplo. O “El colmo”, una reflexión sobre el arte popular totalmente anticínica. Incluso hay otras -“Tormento”, “Humo”- que siguen el modelo y lo sacuden, sólo para demostrar su firmeza e imbatibilidad.
Perece un triunfo incontestable. Un modo de componer singular que se vuelve clásico. Como pasó con la canción calamaresca y con la canción serraniana. Pero de un tiempo a esta parte algo funciona mal en este sistema infalible. Es como si en determinado momento Babasonicos hubiera decidido que grabar discos era lo mismo que fundar un museo de su talento. Es lindo recorrer sus salas: siempre hay alguna pieza nueva que justifica la visita. Pero no deja de ser triste darse cuenta que si la canción que nos atrae está expuesta ahí es porque no respira con el brío suficiente como para salirse del cristal que la protege. Mejor aceptarlo: todo lo que empezó con Jessico terminó de moverse en Anoche. Lo que vino después es estilo, en el sentido menos interesante de la palabra. O sea, la identidad contra la que Babasonicos sigue cantando.
[Foto por Andrés D'Elía]