MUJERES DEL DESIERTO
“Sólo he estado una vez, rodeado de amabilidades, en el Sáhara. Ha sido suficiente para conocer la pericia de sus mujeres al preparar una aromática y fresca gastronomía, y también para que yo tome los primeros sorbos de una música mal conocida.
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A la espera de un nuevo manjar, paso mucho tiempo mirando una foto del conjunto maliense Tartit, que significa “unido”. Una decena de mujeres risueñas sentadas en el suelo. Me llama la atención una que no sé de dónde saca tanta alegría, sobre todo después de los inicios del grupo. Son tuaregs perseguidas por el ejército de Malí, refugiadas en campos mauritanos, unidas en Bélgica para la música. Hay quien defiende, más allá de la estampa de hombres con velo azul, que la palabra tuareg quiere decir “abandonados por Dios”, y he aquí un nomadismo sin aderezos románticos. Su trashumancia parte de la ciudad de Tombuctú, acarrea instrumentos como el tindé (un tambor que sirve igualmente para guardar comestibles) y se contagia del ritmo de los campamentos del éxodo. La solista suelta una voz ondulante. Detrás, la compañía de dos o tres hombres.
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Y al fin me detengo en un oasis que se llama Rokia Traoré. Nacida en Bamako, en 1975, esta mujer de bella cabeza rapada, labios sensuales y cuello adornado con collares no canta desde la miseria. De origen noble, es hija de diplomáticos y ha cursado estudios superiores en Europa. No obstante, escribe en lengua bamana las letras de las canciones, crea con técnicas populares y su finura aristocrática se adapta a un fondo trenzado con las cuatro cuerdas del laúd ngoni y el tañido de la percusión djembé. Y acepta los consejos de Ali Farka Touré, el patriarca del blues africano. Mejor apartarse para que hable Jean Trouillet: “En Malí se dice: los hombres pueden tocar bien un instrumento. Pero se debe dejar el canto a las mujeres. No se duda un instante escuchando la voz de Rokia Traoré, a la vez dulce e invasora, plena de nostalgia y esperanza”.
A menudo empiezo el día con algún tema del primer álbum de Rokia, Mouneïssa. Su elegancia y su ligereza son para echarse a vivir”.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
(Fragmentos del libro La nota rota; Hiperión, 2009)