Bajo el paraguas de los KKL Luzerna –llamado así por las iniciales de su nombre en alemán (Kultur und Kongresszentrum Luzern) o Centro de Convenciones y Cultura de Lucerna– se desarrollaron esta semana conciertos, conferencias y experiencias culinarias en una singular producción de todos los sentidos que atrajeron a los clientes más exigentes.El 25 de agosto de 1938, Arturo Toscanini dirigía un concierto frente a la Villa Tribschen, lugar de residencia durante varios años de Richard Wagner, a orillas del lago de los Cuatro Cantones, a las afueras de Lucerna. Con la anexión de Austria por parte de Alemania, en marzo de ese año, las programaciones de los festivales de Salzburgo y Bayreuth cayeron irremediablemente enfermas del cáncer del nazismo. Toscanini acometió el Idilio de Sigfrido en el mismo espacio donde se estrenó. En aquellas convulsas coordenadas nació el festival de Lucerna, donde el domingo pasado se celebró, en sus pacíficas y civilizadas calles, el 75º cumpleaños de la cita. El enunciado de la edición de este año habla de aquel gesto de subversión pacífica de la Suiza de la concordia. El acontecimiento nació como un refugio de la Europa que se precipitaba a la guerra. Un festival que algunos calificaron de revolucionario por su inigualable calidad, por la atención a la música de nuestros días y por su proyección social. En la mañana del día del aniversario se escuchó en una de las salas una versión primorosa del Idilio de Sigfrido con músicos como Alois Posch, Wolfram Christ o el oboista onubense Lucas Macías Navarro. Luego, se pudo escuchar a músicos de la Filarmónica de Viena, de la de Berlín o del Concertgebouw de Ámsterdam. Se pudo elegir entre la Sinfonía Turangalila de Messiaen y un programa interpretado por el cuarteto de cuerda estadounidense JACK, que alternó piezas de John Cage o Georg Friedrich Haas, con cada instrumentista en una esquina de una sala casi oscura, y el público sentado o tumbado sobre cojines. Poco antes, Martin Grubinger, percusionista austriaco de 30 años, uno de los artistas-estrella del festival, tocó con The Percussive Planet Ensemble, obras de Michel Camilo, Astor Piazzolla, Antônio Carlos Jobim o Matthias Schmitt, en vísperas de su participación como solista en conciertos de la Filarmónica de Viena o la Sinfónica de Pittsburgh. Mientras tanto, ocho grupos de música popular, trajeron los sonidos de Argentina, Japón, Cuba, Rusia, Alemania, Suiza, Francia o India hasta el último rincón de la ciudad. El lunes tuvo lugar el último concierto de Claudio Abbado con la Orquesta del Festival. Juntos interpretaron y grabaron todas las sinfonías de Mahler excepto la Octava.
El trabajo de Boulez al frente de la Academiaes capital en la formación de nuevos músicos. El español Pablo Heras-Casado se ha beneficiado de ese sistema. Prueba de ello fue su concierto al frente de la orquesta de la Academiael día del aniversario. Dirigió la Quinta, de Beethoven, y fue uno de los primeros en colgar el cartel de ‘no hay localidades’. Hasta 120 estrenos mundiales se efectuaron en la última década y cada año se dedica una atención especial a un compositor residente. En esta edición, este premio ha recaído en Chaya Czernowin, la inconformista creadora de Israel, de la que se revisarán varias obras y se estrenarán dos, una de ellas con Daniel Barenboim al frente. Ciclos como el de 40 minutos, de carácter gratuito, suponen una posibilidad de acercamiento a un público no habituado a las ceremonias de la música clásica. Entre los espectáculos para niños y jóvenes destaca la ópera El holandés errante, de Wagner, en una coproducción entre el teatro de marionetas de Lucerna y el Museo Richard Wagner. Es curioso que dos de los artistas mimados este año en el festival sean tan revulsivos como el percusionista Martin Grubinger y el cuarteto JACK. También se ha abierto un espacio de música de club los fines de semana en ambientes más propios del techno. Pero lo más peculiar de este festival es que se citen las orquestas y primeras figuras de la dirección y la interpretación y se jueguen su prestigio en el mismo. No en vano Michael Haefliger, director artístico de todo este complejo, ha respetado la tradición y ha abierto nuevas vías artísticas. Ello ha convertido el de Lucerna en el mejor festival musical del mundo. Cuenta con un presupuesto de 25,9 millones de francos suizos (poco menos de 21 millones de euros), una subvención pública del 5%, una recaudación por taquilla del 44%, un patrocinio privado del 33% y una ocupación del 90%.
Coincidiendo con estosconciertos en Suiza, en Brasil se inauguraba el 24 de agosto el 40º Salón Internacional del Humor, de Piracicaba (Brasil), y se entregaban los premios y menciones a los mejores trabajos. El dibujante serbio Goran Divac se llevó dos categorías y recibió el Trofeo Zelio de Oro por sus triunfos tanto en la categoría de caricatura, como de caricatura de opinión. Participaron, 966 artistas de 64 países que presentaron 4.180 trabajos de los cuales fueron seleccionados 442.
Borislav Stankovic (Serbia)
Silvano Mello (Jaboticatubas/MG, Brasil)
Dario Castillejos Lazcares (México)
Ataviados con ropas viejas o disfraces y con gafas de bucear para protegerse los ojos, los guerreros de los tomatescomenzaron a disparar sus piezas, tras aplastarlas para aminorar el dolor de su impacto, sobre sus compañeros de batalla, liberando adrenalina a tomatazo limpio. En pocos minutos, un líquido viscoso y rojo comenzó a inundar la calzada y a cambiar el color de las fachadas y de la vestimenta de los participantes de esta contienda, que finalizó a las 11.45 horas, momento en que comenzaron a limpiarse las calles. Una hora en la que ni la lluvia ni los diez euros de entrada impidieron que el recinto acotado en varias calles de Buñol registrase, como siempre, un lleno absoluto
La localidad valenciana de Buñol se tiñó de rojo, en una guerra a tomatazos que, por primera vez en sus 68 años de historia, fue de pago, dicen que para reducir a los 20.000 los participantes. La previsión meteorológica, que anunciaba chubascos moderados localmente fuertes en el interior de la provincia de Valencia, se cumplió y una intensa lluvia, acompañada de rayos y truenos, cayó sobre los participantes que, lejos de verlo como un impedimento, jalearon. En pocos minutos, el líquido viscoso y rojo comenzó a inundar la calzada y a cambiar el color de las fachadas y de la vestimenta de los participantes. Los motivos que han llevado a los organizadores a hacer este evento de pago han sido, según explican, para “incrementar la seguridad de los participantes, al contar con más de 45.000 de otras ediciones hasta limitarlos a los 20.000 de ésta. Y para “financiar” esta absurda guerra de vegetales en tiempos de carencia y de miseria material y moral.
Otra de las novedades, además de pagar entrada, ha sido el incremento de camiones que recorren las calles que pasaron de cinco a seis. En este sentido, la organización recomendó a todos los participantes que tuvieran cuidado y precaución al acercarse los camiones. Además, la organización prohibió introducir botellas o artículo duros en el recinto, así como romper ni lanzar camisetas. Claro que a alguno no le hizo ni puñetera falta.
Este año, la “tomatina” contó con un amplio dispositivo de seguridad formado por unos 180 miembros de protección civil, 45 policías locales, 400 personas que formaron parte de la organización, 50 miembros de seguridad privada, y agentes de la Guardia Civil, que siguieron verdes, como siempre. Lo que no impidió que alguno de los participantes pudieran incluso nadar entre tanto tomate.
“Yo debo ser una persona rara –reconoce Lola Pereira en una carta a El País el mismo día de la “tomatina”– porque no encuentro ningún sentido a algunas de las fiestas más populares que se celebran durante el mes de agosto en poblaciones varias de nuestro país. Por ejemplo ¿Qué gracia tiene ver correr a un toro asustado con unas antorchas en los cuernos? Es cierto que a veces el toro, enfadado y con razón, arremete contra alguna de las personas que participan de forma activa en el jolgorio —ahora mismo hay varias en el hospital a cuenta del evento—. No le veo el interés, la verdad. Ni siquiera la aclamada Tomatina. Vale, es tradición, no hace daño a nadie (ni siquiera a un animal, lo que ya es extraño en este país), genera grandes ingresos a la localidad donde se celebra por los miles de personas que asisten... pero yo veo las imágenes y me sube un reflujo pensando en el olor que debe producir tanto tomate y tanto sudor humano, y no acierto a ver el encanto. Pero no sólo está la cuestión del gusto de la fiesta. Estos eventos cuestan a los ayuntamientos un dinero que no tienen. Endeudan a la ciudadanía con actividades que son más apreciadas por los de fuera que por los de dentro. Y, en el caso de la Tomatina,ahora existe una gestión privada que se ocupa de la venta de entradas, los precios oscilan entre 10 y 750 euros, y nadie sabe a donde va la mayor parte de los ingresos. ¿Soy yo la única en no ver el interés de estas celebraciones de verano, en ocasiones con tintes opacos sobre resultados y gestión?
“Pedro J. se entrevista a sí mismo, no se lo publica, se denuncia públicamente por censura y contrata a un detective para que le siga.
“Bárcenas huye de Soto del Real por un butrón diseñado por Santiago Calatrava.
“Un miembro de Nuevas Generaciones del PP posa junto a un negro en llamas y el PP dice que es una chiquillada aislada y culpa a los negros por ser inflamables.
“Rusia prohíbe que la sombra de un homosexual toque a un heterosexual por si le pega el SIDA.
“Un científico español descubre lo que había antes del Big Bang, pero no puede publicarlo porque le doblan el turno en el Pans & Company.
“La Guardia Civil desarticula el FMI.
“El Corte Inglés escribe una nota de prensa negando que tenga comprados a todos los grandes periódicos. Todos los grandes periódicos publican la nota en primera plana.
“Rosa Díez abandona UPyD por flojo y crea el nuevo partido YO, YO, DEMOCRACIA Y YO.
“Se descubre que Instagram facilitó a la CIA más de cuarenta millones de fotos de pies.
“La operación retorno se salda con Jose María Aznar”.
¿Cómo ven desde el extranjero nuestras locuras?