Música y aprendizaje cooperativo

Por Belen

Con el mes de octubre llegaron también las clases de música. Después de un largo verano donde dejé que el Peque descansase de cualquier actividad académica, empezamos de nuevo sus clases de flauta travesera.
Salvo cantar las canciones de clase, jugar con las notas, hacer bailes repasando la escala musical, escuchar piezas de música clásica (por puro placer para ambos), había tenido la flauta bastante olvidada.
Pero empezó el otoño y regresamos a nuestra rutina. Mismas clases, mismas profesoras así que el nene estaba deseando empezar. Tocar y hacer sonar el pífano no es nada fácil, requiere de una posición en los labios determinada, y en esto influye mucho la maduración de los músculos de la boca. Acabamos el curso en junio con ligeros soplidos, aunque con una posición algo forzada y costosa. En la primera clase, cual fue nuestra sorpresa, cuando muy afanoso cogió su flauta y la hizo sonar sin ningún esfuerzo. Ha crecido, ha madurado a muchos niveles, ¡y se nota!. Y claro, no hay mayor recompensa que verse capaz de hacer cosas nuevas, así que está encantado.
Seguimos con la misma dinámica, dos clases semanales, una individual y otra grupal. En ambas clases yo estoy con él, pues el método que sigue, Suzuki, implica mucho a los padres. Como sabéis yo tengo mi pífano y vamos los dos aprendiendo y tocando. Eso está reforzando mucho a mi hijo y le encanta que vayamos a clase con nuestras flautas ¡y juntos!.
La novedad este año es que se han incorporado en la clase grupal tres compañeros, y se ha ido uno que ya era muy mayor. En total son 6 niños. El curso pasado mi hijo era el más pequeño, al principio yo pensaba que no iba a servir de mucho esa clase, que él no sabía nada y no podría seguirles el ritmo. ¡Qué equivocada estaba!. Creo que casi aprendió más de sus compañeros que de su profesora, colaboración, ayuda de los demás, implicación, respeto, todo eso podía ver cada día en las clases. Si mi hijo ponía una nota equivocada, su compañero de al lado, con mucho cariño le ayudaba y explicaba. La profesora favorecía que entre ellos se prestasen ayuda y enseñasen. Se creó un ambiente de colaboración y aprendizaje fabuloso.
Yo era consciente de todo eso pero ha sido este año, indagando en temas de educación cuando he descubierto los beneficios de lo que se llama aprendizaje cooperativo. Mi sorpresa ha sido al iniciar las clases grupales, hay dos niños más pequeños que mi hijo, que contactan con el instrumento ahora, andan tan perdidos como mi pequeño el curso pasado. No les han dicho aún cómo deben coger el pífano, o poner los deditos en los agujeros, pero ellos miran atentos a los mayores, ¡y qué bien se apañan!. De repente un pequeñín no sabía colocar la flauta para hacer un juego y mi hijo, sin que nadie se lo pidiera, empezó a explicarle y a ayudarle. La cadena sigue su curso, los mayores le ayudan a él y él ayuda a los nuevos recién llegados. El aprendizaje cooperativo funciona. Se refuerzan unos a otros, su aprendizaje les sirve para ayudar a otros y sentirse recompensados. Todos son importantes, todos tienen un papel, todos son activos en esa clase. La profesora no tiene "el mando", aquí todos tienen un papel activo y participativo, todos tienen algo que aportar y algo que enseñar.
El resultado de este aprendizaje es fantástico pues los niños no lo ven como una clase aburrida, metódica, disciplinada. Para ellos es un juego, pasan un rato estupendo, llegan y salen felices. No se trata de memorizar notas, sonidos, movimientos, pentagramas llenos, se trata de jugar, cantar, tocar, enseñar a otros y aprender entre todos.
Este es el tipo de aprendizaje que se debería llevar a las aulas, estoy segura que el éxito estaría asegurado.