Una obra monumental e inacabada que a través de Ulrich, su protagonista, va más allá del mero carácter de ficción para convertirse en una alegoría de la disolución de un mundo, en una interpretación moral, filosófica, histórica y cultural de la crisis de la razón científica positivista, de la pérdida de identidad del hombre contemporáneo, de la caída del Imperio Austrohúngaro – la Kakania de la ficción-, y del papel del intelectual en la problemática modernidad de la Europa de entreguerras.
Pese al fondo interpretativo e intelectual de su obra, Musil quiso evitar que El hombre sin atributos se convirtiera en un ensayo sobre las raíces últimas del desastre, para lo que utilizó dos recursos: el distanciamiento irónico y la creación de escenas narrativas y de descripciones que evocan la realidad viva que conoció de cerca y de la que fue víctima y cronista lúcido.
Cuando le sorprendió la muerte, en 1942, Robert Musil tenía 61 años, llevaba más de dos décadas enfrascado en la escritura de El hombre sin atributos y su obra estaba prohibida en la Alemania nazi por nociva. Había publicado dos volúmenes de la novela y dejaba inédita una parte que se publicaría al año siguiente, aunque eso no alteraba su condición de obra truncada.
Aun así, una parte de la crítica actual considera El hombre sin atributos como la más importante novela del siglo XX escrita en alemán, por delante de obras como La montaña mágica, La muerte de Virgilio o las obras de Kafka.
La edición definitiva de los dos tomos de El hombre sin atributos, que Austral recoge en un estuche con la espléndida y más que meritoria traducción de José María Sáenz, pone al alcance de cualquier lector una novela fundamental de la literatura del siglo XX.
Santos Domínguez