Musulmán es aquel cuyo espíritu se somete a la ley del islam. Infiel es aquel cuyo cuerpo y obediencia deben ser sometidos como contrapartida a su rebeldía espiritual. De este modo se alcanza el orden perfecto, en el que el creyente está sometido a Dios como el espíritu a la ley, y el incrédulo al creyente como el cuerpo al espíritu.
El musulmán que somete al infiel poniendo en riesgo su propia vida y sus bienes adquiere como botín la vida y los bienes del infiel que no se le ha sometido voluntariamente. Si, por el contrario, pierde su vida en la batalla, lo que es el sumo mal desde una óptica mundana, obtiene el sumo bien en la vida eterna por haberse inmolado en la causa de la religión. Tal es el juego de opuestos y la promesa de ganancia en que se funda la yihad.
Caben varias actitudes ante el islam: someterse a él en espíritu, que es lo que se espera de los creyentes; someterse a él en cuerpo, que es el pago a los infieles que han resistido con las armas a los creyentes; o someterse a él en sociedad, que es la protección debida al infiel que acata la autoridad de los creyentes sin resistírseles. Por tanto, sometimiento o guerra.