Porque Mutatis mutandis no es una novela corta. Tampoco un relato completo o cerrado. Al menos a mí me pareció una especie de adelanto, como cuando nos ofrecen leer los primeros capítulos de una novela para saber si nos gustan. Y a mí me estaba gustando. Mucho. Y de pronto, sin previo aviso, me quitaron el caramelo de la boca. “El problema no es el presente, es la pesarosa herencia del pasado y la paupérrima proyección del futuro”. Con esta sentencia contenida en el primer spin off de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, Armando Lopategui “Carapocha” ofrece su visión de un porvenir que vislumbra ya sombrío. César Pérez Gellida regala a sus lectores este flashback, una pequeña ventana abierta al pasado de uno de los personajes más relevantes de la trilogía desde la que podremos vislumbrar la génesis del hombre en el que se convertirá, así como su difícil relación con su hija Erika y con su mujer en el preámbulo de la guerra de los Balcanes y al filo de un vuelco radical de su destino. Si eres seguidor de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, este relato te sorprenderá. Si todavía no conoces el género Gellida, asómate a estas páginas y descúbrelo. Esta es la sinopsis del libro. Y la historia nos sitúa en Bélgica, a donde se ha trasladado Carapocha para realizar un informe sobre Marc Dutroux, un condenado a trece años de prisión por secuestrar y violar a varias menores. Pero ahora, cuando solo lleva dos años en la cárcel, su abogado ha solicitado la libertad condicional. Un caso muy feo, podrido. Este es el Carapocha que conocemos, el que se siente fascinado y atraído por los asesinos en serie y ha dedicado su vida a estudiar esas mentes criminales. Pero en esta ocasión conocemos también su lado más personal e íntimo, y nos colamos en Siberia, su casa de Plentzia, para ser testigos de su día a día y cómo es su vida doméstica con sus Erikas, su mujer y su hija. Tanto su mujer como él mismo están muy preocupados por la situación que se está viviendo en los Balcanes, un auténtico polvorín a punto de explotar. Por su parte, la pequeña Erika es solo una niña, pero muy especial. Extremadamente inteligente, se da cuenta de que su padre tampoco es un padre corriente, sabe que su trabajo es atrapar a los hombres malos que persiguen a las princesas y ella, de mayor, quiere ser cómo él. En muy pocas páginas César Pérez Gellida vuelve a hacer gala de su lenguaje cinematográfico, que consigue que en lugar de leer sus libros los veamos. En esta ocasión se me ha quedado grabada la conversación que Carapocha y su hija mantienen mientras la pequeña está metida en su cama. Y, por si fuera poco, además de sorprender y enganchar el vallisoletano consigue tratar temas como la corrupción, la pederastia o la justicia diciendo mucho sin casi decir nada, entre líneas, de forma sutil y magistral. Estoy deseando leer los otros dos spin off de la trilogía, Sapere aude e Indivisa manent y poder reencontrarme así con Ólafur Olaffson y Augusto Ledesma. Esto es como una droga y necesitamos cada vez más y más dosis. Porque siempre nos saben a poco y nos quedamos con ganas de más... Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.
Porque Mutatis mutandis no es una novela corta. Tampoco un relato completo o cerrado. Al menos a mí me pareció una especie de adelanto, como cuando nos ofrecen leer los primeros capítulos de una novela para saber si nos gustan. Y a mí me estaba gustando. Mucho. Y de pronto, sin previo aviso, me quitaron el caramelo de la boca. “El problema no es el presente, es la pesarosa herencia del pasado y la paupérrima proyección del futuro”. Con esta sentencia contenida en el primer spin off de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, Armando Lopategui “Carapocha” ofrece su visión de un porvenir que vislumbra ya sombrío. César Pérez Gellida regala a sus lectores este flashback, una pequeña ventana abierta al pasado de uno de los personajes más relevantes de la trilogía desde la que podremos vislumbrar la génesis del hombre en el que se convertirá, así como su difícil relación con su hija Erika y con su mujer en el preámbulo de la guerra de los Balcanes y al filo de un vuelco radical de su destino. Si eres seguidor de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, este relato te sorprenderá. Si todavía no conoces el género Gellida, asómate a estas páginas y descúbrelo. Esta es la sinopsis del libro. Y la historia nos sitúa en Bélgica, a donde se ha trasladado Carapocha para realizar un informe sobre Marc Dutroux, un condenado a trece años de prisión por secuestrar y violar a varias menores. Pero ahora, cuando solo lleva dos años en la cárcel, su abogado ha solicitado la libertad condicional. Un caso muy feo, podrido. Este es el Carapocha que conocemos, el que se siente fascinado y atraído por los asesinos en serie y ha dedicado su vida a estudiar esas mentes criminales. Pero en esta ocasión conocemos también su lado más personal e íntimo, y nos colamos en Siberia, su casa de Plentzia, para ser testigos de su día a día y cómo es su vida doméstica con sus Erikas, su mujer y su hija. Tanto su mujer como él mismo están muy preocupados por la situación que se está viviendo en los Balcanes, un auténtico polvorín a punto de explotar. Por su parte, la pequeña Erika es solo una niña, pero muy especial. Extremadamente inteligente, se da cuenta de que su padre tampoco es un padre corriente, sabe que su trabajo es atrapar a los hombres malos que persiguen a las princesas y ella, de mayor, quiere ser cómo él. En muy pocas páginas César Pérez Gellida vuelve a hacer gala de su lenguaje cinematográfico, que consigue que en lugar de leer sus libros los veamos. En esta ocasión se me ha quedado grabada la conversación que Carapocha y su hija mantienen mientras la pequeña está metida en su cama. Y, por si fuera poco, además de sorprender y enganchar el vallisoletano consigue tratar temas como la corrupción, la pederastia o la justicia diciendo mucho sin casi decir nada, entre líneas, de forma sutil y magistral. Estoy deseando leer los otros dos spin off de la trilogía, Sapere aude e Indivisa manent y poder reencontrarme así con Ólafur Olaffson y Augusto Ledesma. Esto es como una droga y necesitamos cada vez más y más dosis. Porque siempre nos saben a poco y nos quedamos con ganas de más... Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.