Difícil reflejar la emoción en el ambiente, la escucha casi religiosa de los presentes, la humanidad del Maestro, con mayúsculas, despojado de la batuta e imbuido de la vida más allá de los pentgramas, ese Don Riccardo que puede decir sin equivocarse que "el director no debe crear" (en entrevista de Rubén Amón para el diario El Mundo, hoy también presente en Oviedo junto a muchos críticos, empresarios y dirigentes musicales).
Volvió a recordarnos Muti la "escritura mozartiana" de Verdi, conocedor y estudioso de los cuartetos del genio de Salzburgo, de los de Haydn y también de Beethoven como referentes siempre al lado de la mesa de trabajo en Roncole, y el Falstaff como la ópera más difícil de todas que inspira y acerca a Debussy o Stravinski por una modernidad increíble que requiere un control absoluto de la verticalidad de la música, el texto como protagonista en esta "ópera de cámara" ligera y profunda.
No faltó el sentido del humor del Maestro criticando el poder visual, la imagen, olvidando que lo importante es la música, y hacer referencia a muchos colegas de gesto grandilocuente en esta moda de la imagen que encandilan al público, cuando precisamente es la letra con la música exacta la protagonista que apenas requiere un gesto mínimo, o cómo en los teatros los espectadores miran los sobretítulos olvidándose de la escena, exigiendo que todos conozcan el argumento con antelación... No podía olvidar a Mahler, admirador de las partituras de Verdi por su clasicismo, no solo el ritmo sino la expresión, cada nota con su emoción, sin renunciar al común Mediterráneo, los orígenes griego y romano de nuestra cultura frente a los "tedescos", por lo que "Grecia debe estar en Europa" sin falta de ser economista ni político.
Bromeó incluso con Rigoletto y la famosa aria La donna è mobile, criticada como "vulgar" pero no estúpida, una canción del pueblo que está ahí por el momento y el personaje, algo que no debemos olvidar. Y lo mal que trató la vida al de Busseto, los críticos de Londres o París afirmando estar ante la peor ópera de su vida, el buscado enfrentamiento del público prefiriendo la "intelectualidad" a Wagner antes que a Verdi con todo el sufrimiento causado que le tuvo veinte años en silencio...
De los intérpretes, casi como avisando de la función que vendría, les pide a todos que tengan "el diablo en el cuerpo", esa pasión y sentir de nuestra cultura, que no es ni circo ni inferior a las otras "del norte", Nápoles también como herencia española, saber escuchar y vivir frente a la exigencia, porque Verdi no juzga, habla y reconforta, Beethoven exige... algo que podemos compartir todos los presentes.
Tampoco faltó el enfoque espiritual de Verdi, creyente en un dios no solo católico, judío, más bien la energía o fuerza superior, cómo sino podría haber compuesto su Requiem, y por supuesto la rúbrica musical del acorde de do mayor, acorde de paz y de luz que tantos otros compositores utilizarán con este sentido. La vida no se puede entender sin el amor, y aparece en todas las óperas del compositor parejo a su edad, todos los personajes (masculinos, femeninos, coros) son el propio Giuseppe, autobiográficos, citando La Traviata como la experiencia propia de la negativa a sus segundas nupcias con Giuseppina Strepponi como ejemplo, y por supuesto este Falstaff donde "todo es burla" cerrando ese círculo vital y amoroso.
Pero esta es otra historia...
Gracias a la AESDO por hacernos partícipes de algo tan especial.