Naciones Unidas define la mutilación genital femenina (MGF) como el conjunto de “procedimientos consistentes en alterar o dañar los órganos genitales femeninos por razones que nada tienen que ver con decisiones médicas”. Está reconocido por ello como una violación de los derechos humanos de mujeres y niñas. Esta práctica es una costumbre característica de múltiples culturas, relacionada con rituales de iniciación a la edad adulta o de purificación en la mayoría de los casos.
Es común haber escuchado también los términos ablación, escisión o circuncisión genital femenina para referirse a esta tradición. Tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la Unión Africana usan el término mutilación por considerarlo el que mejor se adapta a la realidad de la práctica y el que mejor engloba todos los tipos de mutilación que existen. Tanto circuncisión como escisión son términos que se confunden con otras prácticas, como la circuncisión masculina, que nada tiene que ver con las razones, las formas y las consecuencias de la MGF. Por su parte, el concepto de ablación es también aceptado como sinónimo por algunas organizaciones. Este último término se comenzó a popularizar a finales de los años 90 por su uso práctico y menos agresivo a la hora de tratar con los familiares o comunidades que siguen la tradición al considerarla una práctica que no parte de malas intenciones, pese a sus terribles consecuencias.
Para ampliar: “Aproximación antropológica a la práctica de la ablación o mutilación genital femenina”, Bénédicte Lucas, 2008
¿Una práctica religiosa?
El origen exacto de esta práctica no se conoce con certeza. Se sabe, por papiros encontrados en Egipto de la época faraónica, que su origen se remonta a varios siglos antes de Cristo. Se cree que pudo empezar en la región que hoy conocemos como Sudán y Egipto y de ahí se trasladó al resto de África, Oriente Próximo y Asia, aunque no existe un consenso total entre los antropólogos. Lo que sí nos revelan estos hallazgos es que la costumbre de cortar o coser los genitales femeninos es anterior a la creación de las religiones monoteístas, aunque hoy existan grupos que usen el concepto religioso como justificación.
La relación que se hace de esta práctica con la religión, y más concretamente con el islam, es uno de los grandes mitos de esta costumbre. Esto se puede deber a que, de los 30 países donde se sabe por datos oficiales que se practica de forma regular la MGF, en muchos la religión mayoritaria es el islam. Sin embargo, esta práctica no solo la realizan comunidades islámicas, sino también cristianas coptas y judías. La realidad choca con esta creencia: no existe ningún versículo en la Biblia, ninguna aleya en el Corán ni ninguna cita del Tanaj que recomiende la MGF. De hecho, son muchas las críticas de líderes religiosos contra esta práctica y se han llegado a emitir fetuas —pronunciamiento legal de los muftíes o especialistas en la ley islámica sobre un asunto cuando la jurisprudencia religiosa no está clara— que condenan la MGF.
Las razones que dan las comunidades para seguir mutilando a las niñas son de diversa naturaleza. La explicación principal suele ser la tradición, ya que la práctica de este rito se considera el elemento más importante para la identidad de la niña y su paso a la adultez dentro de la comunidad. Otros factores muy extendidos son los relacionados con la psicología sexual de la mujer y su control, así como con elementos reproductivos. Erróneamente, se cree que la realización de la MGF mitiga el deseo sexual y asegura la fidelidad; también existen falsas creencias relacionadas con la infertilidad si no se realiza el ritual o que mejora el parto. Existe incluso la creencia de que el clítoris puede matar al bebé si lo toca durante el nacimiento. La higiene es otra explicación que se da para excusar la práctica: hasta que no se realiza la MGF, se dice, la niña está sucia, por lo que se le impide manipular agua y alimentos. La última razón que se da es la religiosa, también cimentada en una falsa creencia, como se ha visto.
Para ampliar: “Una visión global de la mutilación genital femenina”, FAME, 2012
Un problema que traspasa fronteras
Se calcula que más de 200 millones de mujeres y niñas en el mundo han sufrido mutilación genital. Son 30 los países situados en África, Oriente Próximo y Asia donde se aglutinan la mayor parte de las mujeres que sufren esta práctica; en concreto, son tres los que concentran la mitad de las mujeres mutiladas: Egipto, Etiopía e Indonesia. Muchos países de recepción de migrantes provenientes de estas zonas también tienen mujeres mutiladas e incluso niñas que han nacido en países donde no existe esta tradición y a las que se les realiza la MGF cuando van de vacaciones al país de origen de la familia.
Los datos y cifras de víctimas que se manejan no están del todo completos, ya que no todos los países tienen las mismas capacidades e interés de ofrecer información. La principal fuente de datos proviene del Programa de Encuestas Demográficas y de Salud de la consultora ICF —financiado por la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional—, que proporciona los datos de desarrollo de países de todo el mundo para la evaluación de programas de población, nutrición y salud. Esta información se complementa con las encuestas que realiza en el terreno Unicef. Cada año se tienen más datos sobre esta práctica y se incrementa de forma desmesurada la población mundial, factores que justifican el gran aumento en esta última década de las cifras totales de afectadas
Sin embargo, si se comparan los porcentajes con los que había a principios de siglo, se aprecia un cierto grado de disminución en la realización de esta costumbre. También hay que tener en cuenta al analizar los datos de un país que las diferencias dentro del propio territorio son significativas. Un ejemplo de ello es la República Centroafricana, donde existen regiones con una tasa de mujeres sometidas a MGF por debajo del 10%, mientras que en las prefecturas centrales se sitúa entre el 50 y el 80%. A nivel mundial, en la franja que va desde los 15 hasta los 19 años, la tasa de mutilación ha disminuido en los países donde se practica desde el 51% hasta el 37% en los últimos 30 años. Estos datos siguen siendo alarmantes, sobre todo teniendo en cuenta que todavía existen más de 30 millones de niñas de todos los continentes en riesgo de ser mutiladas y que la mayoría de los países donde se continúa practicando la MGF tienen esta costumbre prohibida legalmente.
Tipos de mutilación y sus consecuencias
Pese a ser una costumbre común a muchos países, la MGF es muy diferente según cómo se realice la intervención. La OMS clasifica en cuatro los tipos de ablación atendiendo a las diferentes formas de mutilar el órgano genital femenino.
La MGF tipo I o clitoridectomía es la resección total o parcial del clítoris o el prepucio. El tipo II o escisión es la resección total o parcial del clítoris y los labios menores, con o sin escisión de los mayores. La mutilación tipo III o infibulación —también denominada circuncisión faraónica— consiste en el estrechamiento de la abertura vaginal para crear un sello mediante el corte y la recolocación de los labios menores y/o mayores, con o sin escisión del clítoris. Este tipo de mutilación cose los genitales hasta el punto de dejar únicamente una abertura que permita orinar y la salida de la sangre durante la menstruación. En muchos casos no permite ni el coito ni el parto, lo que obliga a desinfibular a la mujer en ambas situaciones; durante el acto sexual, a veces lo hace el propio marido con objetos precarios como un cuchillo. El último tipo de MGF son todos los demás procedimientos inclasificables que lesionen los genitales femeninos sin fines médicos. Algunos de ellos son la punción, perforación, raspado, incisión o incluso cauterización.
Las consecuencias de estas prácticas pueden ser visibles desde el primer momento. Los problemas van desde hemorragias o infecciones por las condiciones en las que se realizan y la precariedad de los utensilios hasta muertes por shock, anemia o ansiedad. Si la niña sobrevive a ese primer momento y al proceso de convalecencia, la mayoría de las veces le esperan consecuencias a largo plazo, tanto físicas como psicológicas: problemas como el aumento del riesgo de contraer enfermedades de transmisión sanguínea como el VIH, mayores riesgos en el parto, dolores intensos durante la menstruación y trastornos psicológicos o psicosomáticos, entre otros.
Para ampliar: “La reconstrucción de clítoris tras la ablación”, Vice, 2017
Camino a la prohibición
No fue hasta 1997 cuando Unicef y el Fondo de Población de las Naciones Unidas realizaron una declaración conjunta contra la MGF. Desde ese momento, los países con comunidades involucradas de forma activa en esta práctica comenzaron a prohibirlo —a excepción de la pionera Burkina Faso, que ya lo había prohibido en 1996—, si bien los cambios políticos en estos países a veces hacen que una política como esta venga y se vaya dependiendo de quién tome el poder.
Países como Senegal, Costa de Marfil, Togo o Tanzania se unieron rápidamente a la prohibición explícita y han conseguido mantener durante todos estos años esta política a favor de los derechos humanos y de la protección a la mujer. En otros países, como Mali —con un 89% de afectadas de entre 15 y 49 años—, continúa siendo legal, a pesar de haber un plan nacional desde 2010 que pretende combatir y erradicar la práctica. En un supuesto parecido se encuentra Liberia, donde Ellen Johnson-Sirleaf, la primera africana elegida presidenta democráticamente, aprobó antes de dejar el cargo una ley ejecutiva —que dura solamente un año— que prohibía la MGF en el país. Su vecina Sierra Leona, con casi un 90% de ciudadanas mutiladas, prohibió la práctica en enero de 2019
En Indonesia, el país no africano con más mujeres mutiladas, se dan todos los supuestos negativos de esta práctica. Casi la mitad de las niñas menores de 12 años han sido mutiladas y aún no tiene una ley expresa que prohíba la MGF. Ante la presión del Consejo de Ulemas de Indonesia, en 2010 se publicó un reglamento que permitía esta práctica siempre y cuando fuera realizada por personal cualificado. Después de una fuerte presión de organizaciones a favor de los derechos de la mujer y los niños, se consiguió derogar, aunque sigue sin existir ninguna sanción para quienes continúan haciéndolo. La realización de la práctica por parte de personal cualificado, por más que mejore las condiciones de la intervención, no deja de seguir siendo un acto de discriminación física contra la mujer. La propia OMS desaconseja al personal médico involucrarse en esta práctica, ya que perpetúa una tradición que viola los derechos humanos con consecuencias tanto físicas como psicológicas para la mujer.
Combatir con la ley y el convencimiento
Las leyes, reglamentos y prohibiciones son un paso importante en el camino a la erradicación, pero no el único. El acercamiento y la búsqueda no solo de un castigo, sino de hacer entender a las comunidades que pese a ser una tradición atenta contra los derechos fundamentales de la mujer, es un elemento clave. La labor educativa es fundamental para disminuir de una forma más efectiva el número de regiones donde se lleva a cabo la mutilación.
De poco sirve que un país como Egipto endurezca las penas —la condena es de entre 7 y 15 años de cárcel para quien realiza la intervención— cuando solo el 28% de los hombres y el 38% de las mujeres que han oído hablar de la MGF creen que debería dejar de hacerse. Si estas legislaciones no van acompañadas de una tarea todavía más intensa de concienciación, se seguirán realizando las mutilaciones, aunque sea de forma clandestina.
Es trascendental la labor de antiguas cortadoras que ayudan a entender que la práctica no tiene ningún beneficio. Una referencia destacada es Malicounda, una comunidad senegalesa donde en 1997 las mujeres decidieron firmar un juramento que prometía no realizar jamás esa práctica y que hoy se extiende a miles de pueblos que se han sumado. Otro factor es la divulgación por parte de medios nacionales que desmitifiquen las creencias en las que se apoyan las familias, ya sean falsos preceptos religiosos o conceptos como la purificación de las niñas. Prohibir los matrimonios de conveniencia es también un punto fundamental. Esta tradición no solo atenta contra los derechos de la mujer, sino que es en muchas ocasiones otro elemento que justifica que los familiares quieran mutilar a las niñas, ya que creen que ningún hombre querría casarse con ellas si no se les ha realizado la MGF.
Para ampliar: “‘Y no comieron perdices’: la lacra mundial del matrimonio infantil”, Lorena Muñoz en El Orden Mundial, 2017
La prohibición de la MGF es innegociable, pero tampoco puede hacernos ignorar las intenciones con las que se realiza. En buena parte de los casos, la familia no realiza la mutilación con la intención de perpetuar una barbarie, sino para que no sean rechazadas por una comunidad que es el pilar fundamental de sus vidas. Por ello, la labor pedagógica es igual de importante que la legislativa. Las tradiciones escapan muchas veces a la lógica e incluso aquellas que son contrarias a la igualdad son muy difíciles de erradicar.
Mutilación genital femenina, una lacra permanente fue publicado en El Orden Mundial - EOM.