Arriban mis pasos a esta localidad cenicienta que evoca todavía, después de tantos años, la huella indeleble del chapapote, de ese crudo negro derramado sobre la costa solitaria.
La cicatriz del Prestige parece presente, junto a la ribera, como el cadáver de un ogro gigante que hubiera perecido adormilado junto al mar.
El interior es sobrio, espartano, nada destacable. Hay aseso en la parte trasera, si acucia la emergencia hidrológica de la naturaleza…
Aquí hay que visitar, por así decirlo, la Piedra dos Cadris y la de Abalar: ambas asociadas a ancestrales rituales esotéricos. Según narra la leyenda, uno debe subirse sobre la gigantesca piedra de Abalar y hacerla oscilar. Si se logra, se cumplen todos tus deseos. En cuanto a la piedra dos Cadris, a ésta se le atribuyen propiedades curativas pasando nada menos que 9 veces por la estrechísima grieta por debajo.