Tensiones étnicas
Una de las características principales de Myanmar es su enorme diversidad. La geografía del país y las penosas comunicaciones existentes entre la periferia y las ricas tierras centrales fomentó núcleos étnicos y culturales muy distintos entre ellos. Este fue el principal problema que se encontraron los nacionalistas birmanos el 12 de Febrero de 1947. La Conferencia de Panglong declaró ese día la independencia total del país y agrupó a los principales líderes políticos del momento, bajo el liderazgo de Aung San. El debate entre el federalismo y el centralismo amenazaba con desbordarse en una auténtica guerra civil.
Los distintos grupos étnicos de la periferia, como los Shan o los Karen, habían tenido un papel protagonista en la expulsión de los invasores japoneses. Desde tiempos del mandato británico, estas minorías habían sido el punto de apoyo de la administración y el ejército colonial. La promesa de poder ver forjado un estado propio independiente llegó con la Segunda Guerra Mundial. Mientras que la mayoría de los ideólogos birmanos, incluidos los comunistas, tomaron parte con los japoneses y se apoyaron en ellos para lograr la expulsión inglesa, las minorías desde un principio se mantuvieron con los aliados pensando que cumplirían sus sueños independistas.
No obstante, el final de la guerra desvaneció toda promesa de la metrópolis con la llegada de un nuevo gobernador británico a la entonces Birmania. Las manifestaciones y los tumultos lograrían en tan sólo dos años la independencia efectiva, pero el debate entre la independencia de las minorías se abrió. Negándose a deponer las armas y contando con tropas curtidas en la lucha contra el ejército nipón, algunos de estos grupos ni siquiera tuvieron representantes en la Conferencia de Panglong.
Aung San, considerado héroe nacional y la única figura capaz de resolver la situación, abogó por la creación de un estado federal. Su teoría no contentaba a muchos de sus camaradas birmanos ni satisfacía los diversos intereses de las minorías. El territorio de los Mon y los Rakhine se veía absorbido por la región de la Birmania Ministerial, la zona central, ignorándose todas sus demandas. Los Pa-O, los Palaung y los Wa, quedaban dentro de los Estados Shan, rechazándose por igual su reclamación de autonomía.
La convocatoria para una Asamblea Constituyente sufrió consecuentemente un severo boicot por parte de estos grupos. Los Karen mostraron su rechazo paralizando las votaciones a las elecciones en su territorio, pese a tener asientos reservados para ellos en el parlamento. Dentro de los Mon, algunos grupos decidieron colaborar con el nuevo gobierno, mientras que otros siguieron el ejemplo de los Karen obstruyendo las votaciones.
Toda posibilidad de reiniciar negociaciones con estos grupos y aliviar las tensiones étnicas desaparecieron con el asesinato de Aung San, probablemente perpetrado por el sector conservador birmano.
Los primeros años de una independencia sangrienta
La responsabilidad de conducir la política del nuevo país cayó en manos de Thakin Un, un líder socialista que formó un nuevo gabinete tras la muerte de su predecesor. El gobierno birmano nacía sumido en una guerra civil y rodeado de enemigos.
Por un lado los comunistas permanecían divididos en dos facciones, pero ambos tenían una propia insurgencia activa y tropas que desafiaban al joven gobierno.
El conflicto armado no obstante tenía su trasfondo más en motivos étnicos que en políticos. Los distintos grupos étnicos habían formado sus propios ejércitos y estaban dispuestos a derrumbar al gobierno central con tal de cumplir sus aspiraciones de autonomía.
La etnia Karen formó la Unión Nacional Karen, un grupo político cuyo brazo armado, el Ejército Nacional de Liberación Karen causaría tremendos problemas en la frontera tailandesa-birmana y desestabilizaría una gran parte del país. En otras zonas, las aspiraciones étnicas se mezclaron con reclamaciones religiosas, como se vio con la formación de los Muyahidines, las tropas representantes de los arakeneses musulmanes, al noroeste del país.
Birmania se veía totalmente colapsada por el surgimiento de decenas de grupos rebeldes que desafiaban el mandato del recién electo gobierno. Por si fuera poco, la victoria comunista china en 1949, desplazó a las zonas norteñas de Birmania a un gran número de las fuerzas del Kuomintang. Los restos del ejército nacionalista chino, bajo el liderazgo del General Li Mi, aprovecharon el vacío de poder para establecer una base desde la que lanzar incursiones al nuevo régimen comunista.
El orgullo del Estado Birmano los había llevado a renegar de su admisión dentro de la Commonwealth británica. La drástica independencia económica también había trastocado las finanzas del país, el cual apenas había disfrutado de un periodo de reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial.
Hasta 1958, la autoridad del gobierno se limitó a las zonas centrales y algunos estados del Este y el Norte. El continuo gasto militar para mantener a raya a los grupos rebeldes impidió otras políticas del gobierno, obcecado en la unidad nacional.
El desgaste político acabó haciendo que en 1958 el principal partido político, La Liga Antifascista por la Libertad de los pueblos, heredero de la diplomática de Aung San, se quebrase en dos grupos políticos.
Para este momento, Birmania parecía haber quedado condenado a convertirse permanentemente en el estado fallido que ya era de por sí. La única razón de la supervivencia nacional fueron las victorias militares que se empezaron a lograr frente algunos grupos insurgentes, dirigidas por una jerarquía militar con cada vez más poder y capacidad frente a la incompetencia de los políticos.
El 2 de Marzo de 1962, intentando frenar la inestabilidad interna, el general Ne Win daba un golpe de estado.
El nacimiento de un Estado Militar
Siguiendo el típico procedimiento de los golpes de estado, Ne Win se apresuró en ilegalizar los partidos políticos y aplastar las manifestaciones que se alzaron como protesta. El nuevo gobierno se estructuró alrededor de personas de su confianza, casi todos militares. Se instauró un sistema de partido único, de tendencia socialista, pero con claras singularidades regionales.
El Partido Birmano del Programa Socialista, siguiendo la línea de las autarquías de la época comenzó centrándose en el desarrollo industrial del país. Intentando lograr una independencia y autosuficiencia absoluta, Birmania acabaría protagonizando su propio aislamiento internacional. La marginación de sus relaciones exteriores y las medidas económicas artificiales acabarían trastornando el sistema financiero nacional y hundiría los intentos de modernización. La corrupción aumentó como consecuencia del partido de régimen único, y una década después la inestabilidad del país se veía reflejada en la fuerte inflación y la escasez de alimentos. Una vez más, el régimen se mantenía exclusivamente mediante el uso del ejército para suprimir la avalancha de manifestaciones y huelgas.
El carácter racista de la dictadura descargó también su represión sobre la población india y china del país que acabaron perdiendo sus derechos y la ciudadanía. Este sector movía un importante volumen del comercio nacional. Su exilio debilitó aún más la economía birmana.
Hasta la década de los ochenta el país no vería cambio alguno. En 1988, tras las masacres de estudiantes en manos del ejército una vez más en manifestaciones previas, se inició el Alzamiento 8888. Dirigido por la oposición y una rápida movilización ciudadana, la protesta se extendió por toda la nación, representando el descontento general y la búsqueda de una vía democrática.
Ne Win resignaría de su cargo, pero la élite militar se mantuvo férreamente en el poder, dando un nuevo golpe de estado el mismo día para restablecer el orden. Miles de manifestantes fueron asesinados durante la revuelta. El nuevo Estado de Ley y Consejo de Restauración del Orden (SLORC) colocó al general Saw Maung como cabeza del país.
La Nueva Estrategia
A finales de la década de los años ochenta y principios de los noventa el mundo vivía una gran reconfiguración del panorama internacional. La URSS se disolvía a pasos agigantados. Guerras étnicas estallaban en una dividida Yugoslavia y EEUU, sin ningún actor internacional dispuesto a frenarlo, invadía Iraq.
La aristocracia birmana entendió rápido que el país necesitaba reformularse tanto respecto a su política interior como exterior. El Sudeste Asiático crecía bajo la bandera de la ASEAN y Birmania no podía seguir aislada.
En 1989 se hizo una declaración de alto el fuego unilateral en todo el país y se convocaron elecciones generales para el año siguiente. Fue precisamente en este momento cuando Birmania pasó a llamarse Myanmar, alejándose de las connotaciones étnicas que traía el antiguo nombre y adoptando uno que no marginaba al resto de etnias.
Tres grandes bloques se presentaron a las elecciones: el Partido de la Unidad Nacional, que representaba a un sector del ejército, la Liga Nacional Democrática (NLD), que representaba a la oposición y los grupos étnicos no birmanos, como la Liga Nacional para la Democracia Shan.
Durante esos meses, el panorama internacional cambió drásticamente. El derrumbamiento de la URSS tuvo sus consecuencias en la nueva Myanmar. El Partido Comunista Birmano que tanta presión había causado en el noreste, se disolvía envuelto en luchas entre los Wa y los Kokang. Esto, sumado al fin de los disturbios tras la convocatoria de las elecciones, permitió al SLORC reorganizarse.
La victoria total en las elecciones del partido de la oposición, La Liga Nacional por la Democracia, con cerca de un 80% de los votos obligaría a los militares a iniciar otra campaña de represión para mantenerse en el poder. Tras las votaciones de Mayo de 1990, ochenta parlamentarios fueron arrestados y doce huirían al exilio. El SLORC se autoproclamaba gobierno provisional. La ley marcial ponía una vez más fin al sueño democrático.
Rompiendo el precedente la comunidad internacional decidió actuar contra la represión, dirigiendo Estados Unidos un paquete de duras sanciones económicas. La caída de la Guerra Fría estaba permitiendo a las grandes potencias occidentales actuar con mayor libertad y ampliar su influencia en una Asia cambiante.
La Junta Militar de Myanmar comenzó una doble estrategia político-militar, fruto de los exitosos resultados de 1989. El juego de la promesa democrática lograba calmar la presión internacional y confundía a la oposición interna. Por este motivo, los militares protagonizarían continuos lavados de cara a lo largo desde inicios de la década de los noventa. Saw Maung, a quien se identificaba con la brutal represión del 89, fue sustituido por otro general birmano, Than Shwe. En 1997 el SLORC pasaba a llamarse Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo (SPDC). Entre el año 2000 y 2001 diversos líderes políticos como Aung San Suu Kyi, cabeza de la oposición e hija del difunto héroe nacional, eran liberados de su encarcelamiento. Se abrió un diálogo de mediación con las Naciones Unidas y algunos de los militares del ala más dura de la Junta eran detenidos o forzados a dimitir.
En el ámbito militar, los militares comenzaron un colosal proyecto bélico. El Tatmadaw, como se conocen a las fuerzas gubernamentales, pasó de tener un presupuesto de 20 millones de dólares en 1988 a los 120 millones en 1993. Su número de efectivos, unos 186.000 soldados, alcanzaría los 400.000 diez años después. En poco tiempo, Myanmar desarrolló un ejército capaz no sólo de combatir a las guerrillas, sino incluso de enfrentarse a una posible invasión militar.
Esta medida disminuyó la amenaza que representaban algunos de sus vecinos y consiguió convertirse en una potencia militar regional clave del Sudeste Asiático. Con este gigantesco aparato bélico a sus espaldas, la guerra contra la insurgencia se intensificó, obteniendo claras victorias.
Ante la nueva fuerza militar del Tatmadaw, muchas guerrillas aceptaron pactar un alto el fuego con el SPDC. El hecho de que los rebeldes pudieran conservar sus armas e incluso que el gobierno central les reconociera ciertos derechos económicos y territoriales fue interpretado por algunos expertos como una “compra de la paz”. Realmente, esta relación permitió acercarse a los grupos rebeldes y establecer vínculos con ellos, que en más de una ocasión evolucionaron en una alianza para hacer frente a otros insurgentes. Al convertirse en un socio económico, muchas de las fuerzas rebeldes empezaron a tener más diferencias y conflictos con otros vecinos insurgentes o disensiones dentro del propio bando que con el gobierno nacional.
Durante décadas, las incursiones permanentes del gobierno birmano habían unido a distintas guerrillas interétnicas en un frente común. Ahora, el SPDC estaba aprovechando esa heterogeneidad en su favor, dividiendo a la oposición con concesiones que causaban choques de intereses dentro de los grupos armados rebeldes. El Tatmadaw empezó a trazar una serie de alianzas temporales para fragmentar a las guerrillas, logrando incluso que algunos de estos ejércitos acabaran luchando de su parte.
Con esta técnica, el gobierno se garantizaba mediante treguas la seguridad en la mayoría del país, mientras centraba todos sus esfuerzos bélicos en un área geográfica más limitada y contra un objetivo concreto. Aislados, los grupos rebeldes se vieron más débiles que nunca.
El 30 de mayo de 2003 se producía la Matanza de Depayin, donde el convoy electoral de Aung San, líder de la oposición fue asaltado por miles de personas, matando a buena parte de su equipo. Ella misma fue arrestada de nuevo junto a otros miembros de la Liga Nacional por la Democracia.
Una vez más la comunidad internacional ejerció presión sobre Myanmar, así como el SPDC volvía a jugar las mismas cartas para esquivar el golpe, mostrando esa misma fachada de apertura cuidadosamente calculada. El general Khin Nyunt propuso la famosa “Hoja de Ruta hacia la Democracia”, una iniciativa del gobierno que intentaba revivir la antigua Convención Nacional de tiempos de la independencia.
La doble táctica de Myanmar le reportó grandes beneficios en los años siguientes. La Junta Militar prosiguió con una política agresiva contra las minorías y la oposición, jugando con la falsa carta democrática puntualmente cuando quería algún éxito concreto en asuntos exteriores.
En 2006, la capital se trasladaba a Naipyidó a unos 320 kilómetros al norte de Rangún. Probablemente para alejar a la administración y al poder de las manifestaciones de la antigua capital.
Efectivamente, en 2007, el SPDC retiró sus subvenciones de los combustibles. La subida de precios correspondiente, que llegó a crecer un 66% en el caso de la gasolina y cinco veces más de lo que era en el del gas natural. Diversas manifestaciones cubrieron las calles de Rangún. La represión fue brutal. Las imágenes del Tatmadaw disolviendo violentamente los disturbios dieron la vuelta al mundo. Decenas de monjes budistas que protagonizaron las protestas fueron tiroteados o arrestados.
Ante la oleada de críticas por su mala imagen, la Junta Militar retomó la Hoja de Ruta para la Democracia. En Febrero de 2008 se anunciaba un referéndum.
Como era de esperar, la nueva constitución garantizaba un cuarto de las sillas del parlamento y el Ministerio de Interior para los militares. También se las arreglaron para que Aung San Suu Kyi, la principal líder de la oposición que contaba con un gran apoyo popular, no se pudiera presentar a las elecciones debido a su matrimonio con un extranjero.
La baza democrática le permitió recibir más ayudas ante el desastre que el Ciclón Nargis dejó en Mayo de 2008. La oposición no tardó en darse cuenta del fraude que supuso el referéndum.
En 2010 llegaron las elecciones. El Partido de la Unión, Solidaridad y Desarrollo, (USDP), representante de los militares, ganó con amplia mayoría. Las denuncias de fraude electoral y votaciones forzosas no faltaron. El 30 de Marzo de 2010, la Junta Militar se disolvía.
Myanmar como potencia regional
Entre el 2011 y el 2012 una acelerada sucesión de reformas aperturistas llegaba al país. Miles de prisioneros políticos eran liberados. En 2012 unas elecciones permitieron a Aung San obtener una victoria con la Liga Nacional por la Democracia. El optimismo volvió al país.
Pese a ello, Myanmar sigue siendo un estado opaco con continuas sacudidas de autoritarismo. Las elecciones no fueron para un sistema democrático, sino un sistema de poder compartido con la autoridad militar. Además, el aparente fraude que se ejerció siguió dando fuerza al USDP.
Los militares siguen manejando con firmeza las líneas políticas principales del país. La guerra contra la insurgencia permanece activa. Aún hay decenas de prisioneros políticos, y la capacidad de la oposición y los partidos políticos para tomar verdaderas decisiones es reducida o casi nula. Las promesas de libertad de prensa se han visto truncadas con la detención de varios periodistas críticos con el gobierno del USDP.
Una vez más, los supuestos avances democráticos cumplían según un estudiado plan de la jerarquía militar. A lo largo de la década del 2000, diversas empresas extranjeras empezaron a invertir en el país. Entre el 2012 y el 2014, Myanmar recibió las visitas de varios líderes internacionales. El país del Sudeste Asiático lograba destruir de una vez por todas al ostracismo en el que se había sumido las décadas anteriores.
El hecho que lo consolidó de manera definitiva como un actor regional importante fue la ambicionada silla presidencial de la ASEAN, obtenida el 1 de Enero de 2014. Myanmar había pasado de ser un estado marginal asiático a una nación con un importante papel en el panorama exterior. Su fuerte relación con China o su liderazgo en el Sudeste Asiático reflejaban una increíble evolución en menos de dos décadas.
La verdadera pregunta es si estos avances democráticos conseguirán consolidarse en el tiempo o si ha sido todo una carrera contra reloj por parte de los militares para conseguir una situación tan ventajosa en política exterior. Desde luego, parecen haber logrado asentarse sólidamente en el panorama internacional, acallando cada vez más las denuncias por violaciones de derechos humanos de los vecinos con los que han fortalecido relaciones. Los éxitos en la política interior han sido similares, llegando incluso la oposición a pactar con la antigua Junta con esperanza de lograr cierto poder político real y dejando atrás su postura de enfrentamiento al gobierno. Líderes como Aung San han acabado cuestionados y perdiendo prestigio entre sus seguidores al ver cómo tras años de luchas se ha decidido seguir esta línea de colaboración con los militares.
A día de hoy, la estrategia iniciada en los noventa por la jerarquía militar ha tenido un éxito rotundo. Thein Sein, un destacado miembro del SPDC y exmilitar, fue nombrado presidente de Myanmar en 2011. La vicepresidencia la ocupa figuras como Ton Aung Myint Oo y actualmente Nyan Tun, ambos aristócratas con una intensa carrera militar. Los ministerios clave son igualmente ocupados por exmilitares, como Wunna Maung Lwin en el de Asuntos Exteriores, Aung Kyi en el de Información, Wai Lwin en el Defensa o el Teniente General Ko Ko en el Ministerio de Interior, quien es aún el Jefe de Operaciones Especiales de una sección del Tatmadaw. La permanente militarización de la vida política es una de las evidencias que demuestran el escaso desarrollo democrático real del país. Myanmar ha conseguido evitar cualquier injerencia extranjera, y las fuerzas insurgentes, que antes desempeñaron un papel esencial en las negociaciones y fueron el talón de Aquiles del régimen, parecen flaquear al borde de la aniquilación.
Efectivamente, el régimen ha sabido vender la moneda de la democracia para conseguir sus objetivos. Una moneda de valor cuestionable, aceptada por países que ansiaban un aliado en el corazón del Sudeste Asiático. Una moneda con la que se compró a los grupos rebeldes, quienes ahora, divididos y debilitados, parecen enfrentarse en una cruzada final a las abrumadoras tropas del Tatmadaw. La mayor parte de la insurgencia ha sido aplastada a día de hoy o ha firmado un alto el fuego indefinido con el gobierno acercando quizás el final de la guerra civil más larga de nuestro mundo. La resistencia de los rebeldes musulmanes al noroeste del país sigue sin poner fin a este longevo conflicto, y permanece cual astilla clavada en las aspiraciones nacionales del ejército.
Las denuncias de ONGs como Human Rights Watch o Amnistía Internacional no han disminuido en los últimos años. Las minorías siguen viviendo una situación de discriminación y las últimas campañas militares han forzado a miles de personas a desplazarse a zonas pobres e incultivables del país. Myanmar quizás haya avanzado a pasos de gigante en estas dos últimas décadas pero su futuro democrático parece ser el escalón más alejado de todos.