La democracia solo es democracia cuando consigue controlar y limitar los poderes del Estado y de los partidos políticos, una misión que el sistema no ha cumplido en las últimas décadas. El PSOE y el PP se han alternado en el gobierno y, aunque han competido y se han enfrentado, también han votado al unísono y han forjado alianzas cuando había que fortalecer los privilegios y la hegemonía del Ejecutivo sobre la sociedad y los demás poderes, sobre todo frente a la Justicia, a la que han maniatado, polítizado, debilitado y desprestigiado.
En la España nueva, los cuatro partidos que integran el espinazo del sistema (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) van a tener que marcarse y vigilarse mutuamente y los contubernios van a ser mas difíciles, al igual que las mayorías de gobierno, que tendrán que ser elaboradas a través del diálogo y los pactos. La consecuencia inmediata será el despliegue de unos partidos menos arrogantes, con menos poder y necesariamente mas cercanos a una ciudadanía que cobrará poco a poco el protagonismo que le corresponde en democracia y que tendrá que aprender a vigilar, a criticar y a exigir a los políticos.
Es justo afirmar que la noche del 20 de diciembre de 2015 comenzó a desmontarse aquella famosa Transición, presentada ante los ciudadanos como la consagración de la democracia, cuando en realidad lo único que se consagró fue una partitocracia sin ciudadanos que, sin cambiar de cultura y construyendo una democracia imperfecta y degradada, se superpuso al franquismo agonizante, asumiendo muchos de sus defectos y déficits.
Los españoles, al entregar un buen porcentaje de votos a Podemos y a Ciudadanos, demostraron estar cansados de corrupción, de abusos de poder, de mentiras públicas, de estafas, de saqueos y de otras tropelías y estragos, protagonizados por los viejos partidos.
Aunque los resultados electorales no significan el fin del abuso de poder ni el logro de la ansiada regeneración, si fue un paso esperanzador, casi heroico y cargado de futuro con el que los españoles se sacudieron en parte el poder castrante de las viejas formaciones políticas, demasiado habituadas a gobernar sin ejemplaridad ni delicadeza y sin tener en cuenta los deseos del pueblo y las exigencias del bien común.
El 20 de diciembre los ciudadanos abrieron las puertas de la esperanza en espera de aire fresco y de ética y, al mismo tiempo, dejaron de ser rehenes de la derecha y de la izquierda, escapando de una jaula en la que permanecieron triste y cobardemente encerrados durante más de tres décadas.
Francisco Rubiales