Cyborg de Mataró impulsa el uso de dispositivos cibernéticos para potenciar los cinco sentidos
Podría parecer un anuncio de una película de ciencia ficción, pero la Fundación Cyborg es un proyecto real que se ha materializado en el Maresme y que recientemente ha recibido el espaldarazo definitivo con el premio Cre@atic 2010 que promueve el Ayuntamiento de Mataró desde el parque tecnológico Tecnocampus para reconocer las mejores iniciativas empresariales en el mundo de la innovación y las nuevas tecnologías.
Está dirigida por Neil Harbisson, un joven de 28 años que se autodefine como ciborg y que cumple perfectamente con la definición que otorga a estas personas la Real Academia Española de la Lengua: seres formados por materia viva y dispositivos electrónicos. Harbisson es en realidad el primer ciborg reconocido por un gobierno, el británico, después de superar numerosas trabas burocráticas para demostrar que el dispositivo que lleva incorporado, el eyeborg, es una extensión más de su cuerpo y que puede salir con él en la fotografía de su pasaporte. Harbisson, nació en Londres el 27 de julio de 1982 con una condición visual que otros llamarían discapacidad: la acromatopsia, que sólo le permite visualizar los colores en blanco y negro. Artista visual y compositor, con la ayuda de un ingeniero electrónico inventó el eyeborg, un dispositivo a modo de antena receptora que lleva en su frente para percibir “las frecuencias que emiten los colores y las transforma en impulsos audibles que recibo por vía ósea en el cráneo”, explica. De esta forma percibe los colores a través de notas musicales, lo que le permite “pintar cuadros que plasman la música y hacer retratos sonoros”, un sistema artístico denominado sonocromatismo: “El sentido de percibir el color a través del oído” gracias a la unión de un software cibernético con el cerebro. Su condición de ciborg le ha llevado a crear la primera fundación “dedicada exclusivamente a convertir a los humanos en ciborgs” extendiendo sus sentidos mediante la ciencia cibernética. “Se trata de crear tecnología no como herramienta, sino como una aplicación del cuerpo, como una prótesis”, una empresa que amplía su especialización a la creación de acontecimientos cibernéticos tales como conciertos artísticos, obras visuales y escénicas como las que ya expone el propio Harbisson. Ante la controversia que pueda surgir, Harbisson avanza que “la fundación defenderá los derechos de los ciborgs” siendo consciente de que será la propia sociedad la que les planteará problemas de índole éticos y morales, por lo que ya dispone de un gabinete jurídico. La Fundación Cyborg trabaja con neurólogos y psicólogos para estudiar la evolución de la unión del cuerpo con la cibernética. “Un estudio muy interesante” juzga Harbisson, “ya que en muchas ocasiones se crean nuevos sentidos en el cerebro y este evoluciona”. En este punto rehúye los estereotipos que lo comparan con episodios de ciencia ficción o con la creación de nuevos superpoderes. “Hay muchas personas que ya son ciborgs por razones médicas” y aduce que lo que pretende la Fundación “es lograr que ser ciborg sea una opción personal a escoger”. Tal es el avance que ha mostrado Neil Harbisson experimentando con su propio cuerpo que ya ha superado la quinta generación del eyeborg, el dispositivo que le traduce en vibraciones lo que capta una microcámara.
Un ingeniero de la UPC, Matias Lizana, es quien ha creado un microchip “que me implantaré en el cráneo, bajo la piel” cuando encuentre el cirujano que acceda a ello. La Fundación Ciborg, que tras superar el periodo en la Incubadora del Tecnocampus trasladará su sede a una masía de Mataró, donde instalará también otro de sus proyectos: la biblioteca sobre ciborgs. Harbisson trabaja en casos escogidos de entre “el gran número de peticiones que nos llegan”. Así, experimenta con una aplicación para un estudiante de periodismo al que le falta medio dedo meñique, espacio en el que podría incorporar una cámara permanente de vídeo o de fotografía, o con dos mujeres que no tienen sentido del olfato y que pueden acceder a otras fórmulas para percibir los olores. La cibernética no se aparta del mundo artístico y en la Fundación Ciborg el ejemplo es la coreógrafa Moon Ribas, que cuenta: “He iniciado un estudio con un dispositivo acoplado a la muñeca en el que puedo medir la velocidad a la que caminan los humanos” una capacidad que no tienen las personas a no ser que, como Ribas, lleven una extensión cibernética incorporada. Como curiosidad, la bailarina apunta que “según sea la ciudad, las personas emplean velocidades distintas para caminar”.
Así, en Roma se camina muy lento, a cuatro kilómetros-hora, en contraste con la ligereza de los residentes en Estocolmo que van a 8,1 km/h. En Madrid y Barcelona la velocidad de andar “está sobre los 5 km/h”. Como tal, la fundación “no tiene ánimo de lucro y todos los beneficios se reinvertirán en ella” avanza Harbisson. El proyecto se financiará mediante becas, subvenciones y premios, pero también a través de iniciativas empresariales innovadoras como el micromecenazgo para lograr lo que el artista resume en “el paso para unirnos definitivamente a unas máquinas de las que ya dependemos”.
**Publicado en "La Vanguardia"