A ti te viene ahora mismo cualquier fulano, imagínate, y te dice no sé qué acerca de una zona sucia y lo último en lo que piensas es en un disco. Y en el caso de que algo así se te pasara por la cabeza, por seguir imaginando… ¿sería uno de Nacho Vegas? Pues sí, puedes empezar a hacerte a la idea porque ese es precisamente el título de cierto disco del asturiano, La zona sucia. Un álbum que fue publicado el 14 de febrero de 2011 con Marxophone, el sello creado por el propio gijonés tras cortar con el que había trabajado últimamente, Limbostarr.
Detalle importante el del cambio de sello, nada de publicidad “no subliminal”, pues se trata de la única gran sorpresa que depara su quinto disco en solitario. ¿Molestia? En absoluto, y es que si algo me molesta al respecto es repetirme con la cantinela del “cuando todo el mundo parece apostar por innovar sin más, se agradece encontrarse con gente que se resiste a cambiar de registro sin motivo”.
Creo haber leído por ahí que si La zona sucia ofrece no sé qué, que si es el reflejo de un Nacho en estado zen levitando sobre flores de loto… nada, dejémonos de cuentos chinos —por aprovechar el rollo “zen”—. La zona sucia es tan Nacho Vegas como cualquiera de sus trabajos anteriores. El sonido, la atmósfera sombría de las canciones, las letras, etc., en fin, como decía unas líneas más arriba, el hombre no se ha vuelto loco experimentando.
En todo caso, si algo se puede echar en falta en este álbum sería una canción más contundente, de estas de decir “cómo tiene que ser escucharla en directo, ¿dónde hay que firmar?”. No la hay, o al menos aún no la he encontrado, lo cual significa además que no estamos ante un disco de usar y tirar, como dirían los M Clan, sino que exige un plus de paciencia para disfrutar de él. De lo contrario, se corre el riesgo de pasar de puntillas por canciones que igual de primeras pueden parecer absurdas, Taberneros por ejemplo, pero que como te descuides te encuentras tarareando a solas.
Personalmente, si alguien me lo permite, y si no también, que de alguna manera habrá que acabar esto, destacaría la anterior del listado, Reloj sin manecillas. Incluso la siguiente, por qué no, Perplejidad, con esos coros infantiles al más puro estilo “Michi Panero”, y ya sabrás a qué canción me refiero si le has dedicado algo de tiempo a la discografía de Nacho Vegas.
¿Una más?, me he venido arriba, como ocurre con Cosas que no hay que contar, que acaba por todo lo alto —o al menos más alto que durante los primeros minutos, tampoco exageremos ahora—. Resumiendo, un buen disco, sin volverse loco, ni locos, del que se puede escribir y leer con nocturnidad y alevosía. Ventajas de la zona sucia.