Nacimiento de la cuestión judia en Hispania

Por Pablet
Muchos de los judíos que alguna vez han vivido en España se sienten hondamente enraizados con esta tierra. Y es un sentimiento que tiene mérito, porque la verdad es que ser judío en España nunca ha sido un chollo. Todo el mundo sabe que los reyes católicos expulsaron a los judíos de España. Esto es cierto.
La cuestión judía se ha movido en el tiempo de forma irregular, con momentos mejores y peores pero con una melodía de fondo que era claramente antijudía.
El derecho romano desarrollado en Hispania tenía ya medidas preventivas contra los judíos, aunque Alarico abolió no pocas de ellas; no sin conservar una de las nucleares, que era la prohibición de celebrar matrimonios entre romanos y judíos. Ya en los tiempos de Alarico, además, a los judíos se les prohibió ostentar cargos públicos y, si bien se les permitía reparar sus sinagogas, no se les dejaba construir nuevas.
 Asimismo, el proselitismo judío en la persona de cristianos estaba castigado con la muerte. Aunque los judíos no son un pueblo que se haya distinguido por el proselitismo (ellos son el pueblo elegido, no tienen la ambición de conseguir nuevos creyentes por ahí fuera), todo parece indicar que el hecho de que las creencias estuviesen en sus inicios provocaba muchas confusiones entre los ritos cristiano y hebreo, lo cual puede haber justificado este tipo de normas.
Podemos resumir diciendo, por lo tanto, que los judíos fueron, en la España goda, vigilados muy de cerca, aunque podían practicar sus cultos sin problemas. Pero en el 612, como ya decíamos, falleció el rey Gundemaro y para sucederle fue elegido Sisebuto, quien se mantendría en el trono hasta el 621. Fue ese cristianismo militante el que llevó al rey a plantearse el estatus de los judíos en Hispania.
Las medidas tomadas en el pasado no habían evitado que, como una evolución lógica de la vida, hubiese judíos que medrasen hasta el punto de tener esclavos o manumitidos; y, en estos casos, éstos solían ser cristianos, con lo que se producía una situación de poder efectivo del hebreo sobre el cristiano que no era aceptable desde el punto de vista de un rey católico cien por cien (habría aquí que hacer el inciso de que, en España como en otras muchas naciones europeas, y contra lo que a menudo se cree, el cristianismo primero, y el catolicismo después, no encontraron en el mensaje de Jesucristo elemento alguno incompatible con la esclavitud humana).
Sisebuto continuó la línea jurídica de condenar con la mayor dureza el proselitismo judío. Pero fue más allá, colocándose ya en el terreno claro del antisemitismo. Es Sisebuto, por ejemplo, quien comienza a practicar las conversiones forzadas, que se hacían, por ejemplo, en la persona de los nacidos de matrimonios mixtos que, a pesar de la dureza de las leyes, se hubiesen producido. En defensa de la Iglesia católica hay que decir, en este punto, que todos los indicios que nos han llegado, especialmente los relativos al IV concilio de Toledo, indican claramente que la misma se opuso a la política de conversiones forzadas. El más claro indicio de la política de Sisebuto es el hecho de que provocó emigraciones masivas de judíos a Francia.
A la muerte de Sisebuto, le sucedió su hijo Recaredo II quien, sin embargo, sólo vivió unos días, sin que haya logrado averiguar yo hasta el momento si fue casualidad o acción enervada por algún tercero. El caso es que, muerto Recaredo II, le sucedió Suintila, el principal general de Sisebuto.
Lo primero que hubo de hacer Suintila en el trono fue subir al noreste de la península a defenderla de los vascos, que una vez más habían bajado de sus montañas y se habían dedicado al pillaje de Euskadi Sur-Sur-Sur. Sin embargo, su campaña más exitosa, que ya había apuntado siendo general de Sisebuto, fue la expulsión de los bizantinos de su área malacitana; lo que convierte a este Suintila en el primer rey español que reinó sobre toda la España concebida por el PNV (esto es, excluida la tierra de los vascos, que nunca fue gobernada por rey godo alguno).
Resulta difícil saber cómo fue, en realidad, este Suintila. El mismo cronista, Isidoro de Sevilla, lo considera lo mejor del mundo mundial en su primera historia de los godos (publicada cuando Suintila todavía era rey) o un abyecto criminal en la segunda (publicada cuando ya no lo era). Hay indicios de que Suintila pudo ser un rey populista, una especie de Hugo Chávez godo, querido por el pueblo llano pero odiado por la nobleza, aunque son conjeturas y es además imposible conocer con precisión los porqués. Lo que sí sabemos con razonable precisión es que los nobles decidieron deshacerse de él, para lo cual enviaron a uno de ellos, Sisenando, a conseguir la ayuda del rey franco Dagoberto de Neustria. El ejército borgoñón que penetró en España desde Tolosa acabó obligando a Suintila a capitular; hasta Geila, su hermano, apoyaba a sus enemigos.
En marzo del 631, Sisenando fue proclamado rey, aunque es posible que lo fuese después de una rebelión provocada por un tal Iudila del que nada se sabe. En todo caso, Sisenando controló la celebración del IV concilio de Toledo, en el que se condenaron las conversiones forzadas de los judíos, pero se estrechó el cerco sobre ellos.
Asimismo, dicho concilio consagró el sistema de elección del nuevo rey a la muerte del anterior mediante una especie de cónclave conjunto de nobles y obispos. A la muerte de Sisenando (636) se eligió a Chintila. Lo que más claro queda en los testimonios que nos han quedado de Chintila es que pasó la mayor parte de su reinado acojonado. Trata constantemente de impulsar a los concilios a exportar medidas que le protejan a él y a su familia, así pues podemos especular con la posibilidad de que su elección se produjese más o menos por los pelos y que el rey sintiese desde el principio el aliento de sus enemigos en la nuca. De hecho, se especula con que en aquella época hubieran estallado diversas rebeliones.
En el terreno que más nos ocupa en este post, durante el VI concilio de Toledo, aún en el reinado de Chintila, la Iglesia española recibió una misiva del papa, Honorio I, en la que les instaba a incrementar su dureza respecto de los judíos. No conservamos la carta del Papa. Pero conservamos la respuesta de Braulio, obispo de Zaragoza, en la que le dice, en nombre de los obispos españoles, que ningún hombre es merecedor de penas tan severas como las que Honorio reserva a los hebreos. Por lo tanto, podemos imaginar que los castigos propuestos por Roma eran, probablemente, digamos que muy en la línea de la forma católica de castigar; y que la Iglesia española se rebeló contra dicha crueldad, argumentando que no había nada ni en los cánones ni en el propio Nuevo Testamento que justificase dicha violencia.
La carta de Braulio ha sido alabada no pocas veces por su valentía. Y es valiente, aunque lo que no es, a mi modo de ver, es una defensa de los judíos. Lo que la Iglesia española compartía totalmente con el Papa era la convicción de que los judíos debían ser perseguidos; era en los medios donde no había aquiescencia entre las partes. De hecho, Braulio, y los obispos a los que representa, se declararon partidarios de la idea de Chintila, que ya de por sí marca un cambio cualitativo en la cuestión judía, de no permitir a quien no fuese católico vivir en España. Chintila, por lo tanto, saltó el listón mucho más arriba que Sisebuto y abre, de hecho, toda una corriente de pensamiento que llega, de alguna manera, hasta el nacionalcatolicismo franquista: la teoría de una España puramente católica; no mayoritariamente católica, sino poblada sólo por católicos, pues quien no lo es, no puede ser español.
Chintila murió en el 640 y nombró sucesor a su hijo Tulga, lo que suponía pasar del cónclave casi recién instaurado. Por ello, a la muerte del rey se sucedió un periodo de intensas revueltas, en las que finalmente los contrarios a Tulga, liderados por Chindasvinto, acabaron por prevalecer. Con él, se sentó en el trono de España el pragmatismo. Si Chintila había buscado su seguridad y la de su familia instando a los concilios a aprobar cánones que las aseverasen, Chindasvinto fue más directo y dedicó su reinado a encarcelar y apiolarse a todo aquél que consideró que le podía traicionar. Eso sí, a los judíos los dejó en paz. En el 649, y siguiendo las recomendaciones de sus obispos, Chindasvinto asoció a su hijo Recesvinto al trono, de forma que, a su muerte, éste lo ocupó en solitario. El reinado de Recesvinto daría otro paso, esta vez jurídico, para la construcción de España.
Es por ello que se aconseja descansar de nuevo.
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