El sentido común debiera imponer no solo en el Congreso socialista de Sevilla, sino también dentro de cada Agrupación Local, un ambiente de diálogo abierto, bullicio de ideas, voluntad por realizar cambios significativos dentro del partido, especialmente en lo que se refiere a la organización y toma de decisiones, así como a la forma de presentarnos ante la ciudadanía. Sin embargo, en palacio la realidad es otra muy distinta. Aquellos compañeros que representan una postura independiente o heterodoxa, quedan relegados al anonimato o a la exclusión soterrada. En este sentido, un ejemplo revelador lo ha protagonizado el jaque mate que los barones han practicado con la candidatura de Antonio Quero, poco menos que ninguneada. No les cabe en la cabeza que existan socialistas que, por encima de sensibilidades y compromisos, piensen libremente y lo hagan con honestidad, sin subirse a ningún carro prefabricado. Y mucho menos les cabe en la cabeza que, más allá del formalismo pirotécnico del Congreso, las bases puedan por sí solas, sin injerencias del aparato, presentar competencia al discurso oficialista. Al contrario, sospechan que detrás de esta voluntad de libertad y democracia horizontal se esconden oscuros intereses o maquinaciones perversas contra tal o cual grupo de poder interno, o peor, un intento de desprestigiar la imagen pública del partido. La debacle electoral ha generado tal nerviosismo entre los órganos de dirección, los barones y demás caballeros de la corte imperial, que cualquier amago de pensamiento más allá del orden establecido se interpreta como un signo de egolatría, deslealtad o argucia calculada. La vieja guardia mantiene su estatus dentro del partido e interpreta a los reformistas bien como una moda pasajera, estilo 15M, o como un atajo discursivo para ganar rédito en el Congreso y deslegitimar otras candidaturas. Cualquier ciudadano ajeno a estas guerrillas internas se sonrojaría ante el espectáculo. La lógica impone la necesidad de un debate más sereno y alargado en el tiempo, en el que las bases de militantes y simpatizantes puedan hablar con pausa, debatir, confrontar ideas y llegar a acuerdo acerca de un proyecto de futuro. El proceso congresual no ha permitido que estos tiempos se den, imponiendo una hoja de ruta lo suficientemente fugaz como para que la versión oficial sobre el futuro del partido quede blindada contra la disensión interna. Este blindaje del debate plural aumentará tras el Congreso. Ya lo ha dejado claro la plana mayor: ahora toca unidad frente al enemigo (PP). Seguir meneando la perdiz se interpretará por parte de los barones como una deslealtad contra los intereses electorales del partido. Sin embargo, las bases socialistas no han quedado contentas con este Congreso, pese a que la imagen pública del mismo se venda como un proceso transparente. Es cierto que ha sido un Congreso democrático, pero tan solo en su chasis formal. Se han respetado las reglas del juego, la letra estatutaria. Pero seamos sensatos, pensemos la estrategia que se lee entre líneas. El calendario congresual ha pasado ante la perpleja mirada de las bases militantes como un tren de alta velocidad, impidiendo masticar antes de tragar. Cualquier otro comicio nacional posee un mayor respeto hacia sus votantes, permitiendo espacios y debates más serenos y plurales.El aparato del partido no ha cambiado tanto ni tan honestamente como lo está haciendo la militancia. El fracaso electoral, la primavera ciudadana del 15M, la crisis económica y demás contextos sociales de estos últimos meses han provocado una reacción dentro de la militancia que no se conocía desde hace mucho tiempo. De una pasividad más o menos indolente con la vida interna del partido hemos pasado a inundar las redes sociales y demás espacios de participación ciudadana de reflexiones y propuestas de cambio. El PSOE está vivo, pero gracias a que su militancia late con fuerza más allá de los cauces que administra el aparato interno. Es una pena que la dirección del partido haya desaprovechado de esta manera una oportunidad única de aunar la energía de militantes y simpatizantes a través de un proceso más abierto, pausado y democrático. Si hubiera sido más valiente y generoso, desde hoy hasta los próximos comicios no hubiese tenido que hacer una llamada a la unidad interna; ésta se hubiese sobreentendido por si sola. En su contra, los barones han decidido seguir orquestando un modelo de participación hueco y insensible hacia los signos de los tiempos, que no hará en el futuro sino ensanchar el espacio que divide la vida en palacio de la que se respira en la calle.Quizá alguno de ustedes recuerde aquella escena de El gatopardo en la que un funcionario ofrece al Príncipe don Fabrizio la posibilidad de ser senador del nuevo reino de Italia. Pero don Fabrizio, hombre conservador y leal al antiguo régimen, rechaza la oferta, sentenciando: «Algo debe cambiar para que todo siga igual».Ramón Besonías Román