La piedra sigue en pie.
La piedra que se fuga hacia lo alto.
Vanamente los siglos se enardecen
sobre el orgullo de una altiva torre
a la que nada importa.
En vano arañan, muerden, roen. Nada
pueden contra su pecho endurecido
o su frente lunar, tras la que velan
leyendas y recuerdos.
Su nombre es soledad y reciedumbre.
(A sus plantas un río hace memoria
de desdeñosas ninfas y pastores
mientras el aire en los follajes canta
con la melancolía de las églogas).
No, nada puedes, Tiempo.
Sigue imantando la ciudad el mismo
cielo que contemplaron unos ojos
alucinados, místicos, dolientes.
Y está el inquisidor. Triunfa en su oficio
el ángel ciego de la intolerancia.
Pegadas a los muros cruzan sombras;
un árabe camina hacia el recinto
de las sapientes, lánguidas delicias.
Pasa un judío de ojos cautelosos.
Un caballero se arrodilla ahora
ante la muerte, con la mano al pecho.
Tiempo, todo es inútil.
Con catedral de lágrimas, callejas,
mansiones y sepulcros y murallas,
con escudos labrados y aldabones,
toda piedra en pie, Toledo sube,
se desprende del mundo, el cielo gana,
y en un pavor de eternidad se arroja
hacia arriba, más alto.
Antonio Requeni. Toledo (1930)