Después de encontrar a Lucile, su madre, muerta en misteriosas circunstancias, Delphine de Vigan se convierte en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de la desaparecida. Los cientos de fotografías tomadas durante años, la crónica de George, abuelo de Delphine, registrada en cintas de casete, las vacaciones de la familia filmadas en super ocho, o las conversaciones mantenidas por la escritora con sus hermanos, son los materiales de los que se nutre la memoria de los Poirier. Nos hallamos ante una espléndida, sobrecogedora crónica familiar en el París de los años cincuenta, sesenta y setenta, pero también ante una reflexión en el tiempo presente sobre la «verdad» de la escritura. En el transcurso del viaje de la cronista al pasado de su familia y a su propia infancia, irán aflorando los secretos más oscuros. Para la autora, escribir sobre su madre es cerrar heridas abiertas muchos años atrás, y recuperar la novela familiar es emprender un camino de catarsis y de superación del duelo, a la manera de Roland Barthes en sus escritos póstumos. Pero es también un ejercicio de alto riesgo, puesto que en el curso de esta investigación expone ante los miembros de su familia, como si ellos no fueran más que lectores anónimos en la multitud, su propio secreto más terrible.
Nº de páginas: 376 págs.Editorial: ANAGRAMA, Barcelona 2014ISBN: 9788433977366Traductor: Juan Carlos Durán Romero
Una profunda excavación emocional hacia el pasado, hacia su madre y la familia, hacia su propia necesidad de comprender, de saber, de perdonar.
Su madre, con una vida repleta de belleza física y deslumbramiento, de vulnerabilidad y desequilibrio, de sufrimiento, de muertes, de suicidios, de abusos, de alcohol, de drogas. Nadie supo ayudarla, ni sus seres queridos, ni los profesionales de salud mental.
A ratos es necesario tomar aire, dejar la lectura. Soy incapaz de imaginar la avalancha de sentimientos de la autora a medida que escribe, piensa y asume.
¿Tenía yo necesidad de escribir eso?NoNecesitaba escribir y no podía escribir otra cosa, nada más que eso.Así ha sido siempre con mis libros, que en el fondo se imponen por sí mismos, por razones oscuras que acabo descubriendo mucho tiempo después de que haya terminado el texto.
Hoy sé el estado de tensión particular en el que me hunde esta escritura, lo mucho que me cuestiona, me perturba, me agota, en una palabra, me cuesta, en el sentido físico del término. Posiblemente tenía ganas de rendir homenaje a Lucile, regalarle un ataúd de papel -pues me parece el más hermoso de todos- y el destino de un personaje. Pero también sé que a través de la escritura busco el origen de su sufrimiento, como si existiese un momento preciso en el que el núcleo de su persona hubiese sido mellado de forma definitiva e irreparable, y no puedo ignorar hasta qué punto esta búsqueda, no contenta con ser difícil, es vana.
Escribir sobre la familia es sin duda alguna el medio más seguro de enfadarse con ella.
Uno de los hallazgos de la protagonista en relación a las personas que la rodean es la certeza de que son seres intercambiables en la familia, en las relaciones personales y amistosas.
¿Basta el miedo para callar?
Siempre habrá tiempo para llorar.
Escribir para ahuyentar al pánico, al dolor; para brindarle un espacio de acogida, para hablarle cara a cara, para aceptar.
Me ha gustado mucho, me ha impactado.