César Aira decía en una entrevista que le había dejado de interesar Julio Cortázar, que lo sentía como el escritor que hace iniciarse en la literatura a muchos jóvenes, pero que le costaba tomárselo en serio de adulto. En la misma entrevista afirmaba que una de las peores cosas que hizo Cortázar en su vida fue el prólogo a los Cuentos Completos de Felisberto Hernández; en él, según Aira, Córtazar se muestra condescendiente y paternalista con Felisberto y viene a decir que lo mejor que hizo fue anunciarlo a él; concluye Aira: “cuando en verdad Felisberto es un escritor genial al que Cortázar no podría aspirar siquiera a lustrarle los zapatos”.
Ya sé que César Aira pretende ser un provocador, pero la frase anterior me hizo interesarme por la obra del uruguayo Felisberto Hernández. Además, en los últimos dos años he visto en las novedades de las librerías alguna antología que rescataba sus cuentos.
El escritor argentino Patricio Pron también le reivindica como influencia en la composición de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan.
En la biblioteca de Retiro tenían al menos tres colecciones de relatos de Felisberto, algunas englobaban a otras. Me decidí por Nadie encendía las lámparas por confiar en las completas ediciones de Cátedra, y porque en su contraportada afirman que éste es su conjunto de cuentos más logrado.
El asombro ha dominado mi lectura de este libro. A mí de joven, como afirma Aira, también me entusiasmaron hace años los cuentos de Cortázar, a los que consideraba superiores a Rayuela. Me gustaba el juego propuesto en esos cuentos, los veía muy originales. Ahora sé que casi todo lo que percibía como original en Cortázar lo había escrito ya, unas décadas antes, Felisberto.
Hace unos días afirmaba que los cuentos de Marcelo Lillo me habían parecido bastante buenos, pero que su literatura era muy deudora de un modelo externo. Los cuentos de Felisberto son también muy buenos y además son muy originales. Sorprende incluso que este libro se publicara por primera vez en 1947. Si se publicase ahora como una novedad, los críticos destacarían el trabajo del idioma y le encontrarían una filiación con Cortázar. Pero es al revés: Cortázar tomó a Felisberto como modelo.
Nadie encendía las lámparas podría englobarse en el género fantástico, aunque sólo dos de de los cuentos, El acomodador y Muebles El Canario, contiene en realidad elementos sobrenaturales constatables. En el primero, tercero de un conjunto de diez, un pobre acomodador de cine percibe como sus ojos empiezan a poder iluminar la oscuridad, y él se fascinará por la contemplación de objetos en una casa ajena. El otro sería el penúltimo, donde al protagonista se le inocula un líquido en un autobús que le hace escuchar en su interior anuncios publicitarios. Este cuento puede ser fantástico como puede ser surrealista.
Felisberto Hernández se ganó la vida, durante bastante tiempo, como músico. Tocaba el piano en cafés y fue músico de repertorio en locales de Uruguay y la provincia de Buenos Aires. En muchos de sus cuentos utiliza a la figura del músico pobre o itinerante como protagonista. Pero más que esta utilización de su oficio, es importante en la composición de sus piezas lo corpórea que se hace la experiencia de la música, así como los ruidos y los silencios; el sonido o su ausencia formar gran parte del cuerpo metafórico usado. Tomemos unos ejemplos:
“El silencio parecía un animal pesado que hubiera levantado una pata. Después del primer acorde salieron sonidos que empezaron a oscilar como la luz de las velas” (pág 91)
“Al silencio le gustaba escuchar la música” (pág 81)
“Si yo me hubiese escondido detrás de ella y soltado un grito, éste enseguida se hubiese apagado en el musgo” (pág 81).
Quizás los cuentos más logrados de Felisberto, lo que le hace ser absolutamente moderno y rompedor para el momento en el que está escribiendo, es una particular forma de acercarse al relato fantástico: sin usar ninguno de los elementos convencionales al género hasta entonces. Lo fantástico proviene de la mirada de los protagonistas, de sus extrañas fijaciones por objetos, recuerdos, sonidos…
Menos Julia, puede que sea mi cuento favorito de este libro. En él, un hombre solitario (casi siempre el protagonista de estos cuentos es un hombre solitario), se encuentra a un amigo de la infancia como dueño de una tienda, quien le invita a visitar su quinta. Allí el amigo le desvela un secreto: está fascinado con un túnel que se haya en los confines de su jardín; dentro, se dedica en las noches a palpar en la oscuridad objetos que le deja para ello su mayordomo, y cuatro chicas, que son sus ayudantes en la tienda, se cubren la cara con un velo y él se la palpa. El amigo no puede prescindir de ese acercamiento extraño a los objetos, que en este relato, como en el resto, parecen tener una vida propia, equivalente a la de las personas. Así, en el relato El balcón, una joven podrá llegar a enamorarse de un objeto.
Felisberto ensaya más variables del cuento neofantástico: las conversaciones surrealistas entre los personajes, por ejemplo, en el cuento que da título al volumen. El mundo de los sueños, en el cuento La mujer parecida a mí, donde un hombre sueña que es un caballo y se recrea su vida como caballo. El mundo de los recuerdos distorsionados, como en El corazón verde.
Me gustaría hacer una relectura de los Cuentos Completos de Cortázar. Hace dos años releí alguno después de más de una década, y me volvieron a gustar bastante. No creo que el descubrimiento de Felisberto acabe con el recuerdo agradable de los cuentos de Cortázar; pero sí me pregunto, incrédulo, por qué casi nadie conoce a Felisberto Hernández, por qué, como he indagado, casi no aparece en los programas de literatura Hispanoamérica de la carrera de Filología Hispánica, si, como afirma Carlos Fuentes, Felisberto Hernández es uno de los grandes renovadores de la literatura en español del siglo XX.