En busca de la música prohibida
Basada en hechos, lugares y personas reales, la última película del director kurdo-iraní Bahman Ghobadi, Nadie sabe nada de gatos persas, profundiza en el tema de la prohibición total en Irán de la música procedente de occidente, con una carga reivindicativa del derecho a la libertad de poder hacer la música que uno quiera. Para ello, Ghobadi quería explicar una historia de dos cantantes lesbianas pero conoció a una pareja de jóvenes músicos, Ashkan Koshanejad y Negar Shaghaghi, a los que pidió que antes de que se marcharan a Londres protagonizaran su película (parte de su caso es el mismo que se explica en la película). La historia fue escrita por Ghobadi en dos días y el rodaje duró unos dieciocho, poco antes de que estos tuvieran que partir. La historia es la de un chico y una chica que acaban de salir de la cárcel y quieren formar un grupo de rock indie, pero conseguir los permisos para hacer un concierto en Teherán es casi una utopía. Él desea salir de Irán porque quiere hacer música de verdad, pero tendrán que buscar unos pasaportes y visados para poder marcharse. Con la ayuda de un tal Nader (Hamed Behdad), un tipo que les hace tanto de mánager como de productor, intentarán escaparse de su propio país.
Dirigida como un documental mezclando el formato de videoclip musical, Ghobadi ha querido mostrar su opinión crítica sobre la prohibición de algo que tanto le apasiona, la música. Algo que ya quedó claro en su anterior trabajo, Media luna (2006), donde el protagonista, un músico llamado Mamo, consigue por fin el permiso para dar un concierto en el Kurdistan iraquí.
En la historia también aparece una aldea de mil trescientas mujeres exiliadas a las que se les prohíbe en Irán cantar en público, sobre todo delante de los hombres. Y es que desde hace unos treinta años, la música occidental ha sido prácticamente prohibida por las autoridades iraníes, habiendo miles de bandas que intentan hacer su propia música a escondidas. Hasta el mismo Ghobadi ha tenido problemas en muchas ocasiones para obtener permisos para realizar sus películas, de ahí que aparezca al inicio de esta película cantando en un estudio como claro mensaje reivindicativo.
También fue encarcelado por haber criticado al presidente del país, Mahmud Ahmadineyad, y sus películas se pueden ver en su país únicamente de forma clandestina. Ahora vive entre Irak, Alemania y EEUU.
Sin embargo, aunque sus intenciones para esta película sean bastante acertadas y muy necesarias, Ghobadi falla a la hora de darle un hilo argumental a la historia. Lo mejor de la película son las buenas canciones de la banda sonora, aunque no están muy bien unidas con la historia, sirviéndole únicamente a Ghobadi para hacer vídeos musicales mostrando imágenes de Teherán.
Eso sí, el espectador puede disfrutar tanto de música indie, como heavy metal o rap persa. Lástima que el resultado no haya sido tan interesante como la propuesta. Quizás Ghobadi tenga que volver a sus películas dramáticas, o más bien trágicas como Las tortugas también vuelan (2004) o Un tiempo para los caballos borrachos (2000), con sus frecuentes toques de humor. En esta película encontramos un leve atisbo del humor de sus anteriores películas, pero poco o nada del acierto cinematográfico.
"Floja historia narrada en modo documental, en la que destacan las intenciones de Bahman Ghobadi y la buena banda sonora"
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