Celebrar el amor está bien, es bonito, es necesario, romántico. Se le puede poner un tono más o menos mercantilista, más o menos achocolatado, más o menos cursi, más o menos apasionado o lujurioso, eso al gusto de cada quien. Pero hay que desprenderse de esos rancios topicazos sanvalentineros -que, por desgracia, se quedan para el resto del año- sobre los amores reñidos, lo bonito de los celos, los príncipes azules (que pueden tener ese color por estar asfixiándose, ahora que lo pienso), cegueras amorosas o delirios de grandeza de un amante que se cree con el derecho suficiente para vaticinar tu futuro amoroso con ese exasperante "¡Nadie, nunca, te querrá como yo!"Por ello, ante semejante despliegue de perogrullada idiota, se recomienda responder con un sarcástico Dime algo que no sepa que saque al interlocutor de su fatal engaño. Es que, darling, es imposible querer dos veces igual. Y eso es lo maravilloso del asunto.
Celebrar el amor está bien, es bonito, es necesario, romántico. Se le puede poner un tono más o menos mercantilista, más o menos achocolatado, más o menos cursi, más o menos apasionado o lujurioso, eso al gusto de cada quien. Pero hay que desprenderse de esos rancios topicazos sanvalentineros -que, por desgracia, se quedan para el resto del año- sobre los amores reñidos, lo bonito de los celos, los príncipes azules (que pueden tener ese color por estar asfixiándose, ahora que lo pienso), cegueras amorosas o delirios de grandeza de un amante que se cree con el derecho suficiente para vaticinar tu futuro amoroso con ese exasperante "¡Nadie, nunca, te querrá como yo!"Por ello, ante semejante despliegue de perogrullada idiota, se recomienda responder con un sarcástico Dime algo que no sepa que saque al interlocutor de su fatal engaño. Es que, darling, es imposible querer dos veces igual. Y eso es lo maravilloso del asunto.