¡Ay comilones, qué cansada estoy de los exámenes! De momento no me puedo quejar (demasiado) de las notas que estoy teniendo, ¡pero es que me muero de ganas de pisar la playa! Así que mientras espero a que llegue el momento de partir, estoy disfrutando de Madrid y de su gastronomía :)
Tengo un montón de entradas pendientes que publicar y lo cierto es que todas muy molonas, pero visto que la última fue sobre un sitio horrible en Malasaña, esta vez os voy a enseñar otro sitio de este mismo barrio bastante mejor ¡y muy resultón!
Os hablo del Naif, un pequeño restaurante muy "hipster" situado en la calle San Joaquín 16, en la "Plaza del Grial" (metro de Tribunal L1 y10). A pesar de tener página web, me ha sido completamente imposible acceder a ella, por lo que os dejo su página en Facebook y así podéis ver fotos, comentarios, etc.
Encontramos este sitio de casualidad, y tras encontrar un huequillo en nuestras apretadas agendas fuimos a cenar una bonita noche de Junio.
Según entras, llama mucho la atención la decoración, ya que mezclan arte moderno con muebles vintage y clientela de todo tipo. Lo cierto es que me gustó mucho, aunque también tengo que decir que las sillas son muy incómodas y un poco de luz le vendría estupendamente.
Por una vez, las velas no estaban de más
La carta no es especialmente amplia pero tampoco se echa nada de menos: entrantes, ensaladas, hamburguesas, sándwiches... Un poco de todo para tener a todos contentos y no cansarte de pedir siempre lo mismo si vas con frecuencia. Como dato curioso os puedo contar que cada plato viene en una bandejita individual tipo fast food que le da un toque diferente.
Como entrante pedimos el chistorriqueso, que, como su nombre indica, es una cazuelita de mezcla de quesos fundidos y trocitos de chistorra. Quizá nos pareció una ración pequeña, pero estaba realmente bueno, tanto el queso como la chistorra, y en poco minutos solo quedaba la cazuelita y unas cuantas miguitas de pan (que también estaba muy rico).
Cualquier cosa con queso fundido mejora, eso es así
Para llegar a un acuerdo con los principales necesitamos bastante más tiempo puesto que había muchas cosas que nos apetecía probar pero también quisimos elegir algo un poco más "original" para enseñaros. Al final nos decantamos por una hamburguesa con trufa, cebolla caramelizada y queso, y un enrollado (como un sándwich pero enrollado y con masa de crêpe) de mozzarella y salsa pesto.
Vamos con los pros y los contras. Lo primero que tienen a favor es el precio, ya que por 6-8€ puedes pedir cualquier cosa. Además, la carne de la hamburguesa era muy buena y el punto totalmente correcto: poco hecho pero sin que sangre. El pan también nos gustó mucho (así como el resto de ingredientes) y las patatas fritas eran crips que no chips, y me encantaron. Por lo que nos contaron, hay mucha gente que protesta por ser patatas fritas "de bolsa" pero, sinceramente, prefiero unas buenas patatas fritas de bolsa con mucho sabor, gorditas y bien hechas (como es este caso), que unas patatas fritas"normales" grasientas, congeladas y poco sabrosas. En contra solo puedo decir una cosa: la salsa del enrollado tenía poco sabor y eran tan líquida que acabé pringada de arriba a abajo. Además, no estaba bien "mezclado" y cada bocado era para un solo ingrediente.
Hamburguesa y enrollado listos para ser devorados
Y como ya me conocéis (casi) mejor que mi padre, os podréis imaginar lo que viene ahora: el postre. Creo que ya os lo he contado alguna vez, pero lo repito por si alguien no se sabe el cuento: siempre, y cuando digo siempre es SIEMPRE, lo primero que hago al tener la carta de un restaurante en mis manos es mirar los postres, y en función de lo que vea, elijo lo demás. En esta ocasión, me fijé en una tarta de zanahoria que resultó ser la joya de la corona: esponjosa, con muchísimo sabor, un chocolate de escándalo y la cobertura de queso y lima impresionante. Fue lo mejor de la cena, y solo por esa tarta volvería una y mil veces.
La foto no le hace justicia (¡y eso que la vela ayuda!) pero creedme: ¡una delicia!
Tal y como he aventurado más arriba, los precios son muy ajustados teniendo en cuenta la calidad de los productos, por lo que por unos 14€ se puede comer estupendamente. Tienen menú del día pero no sé en qué consiste ni el precio.
A pesar de todas las maravillas que os he descrito, este restaurante tiene un grandísimo PERO: el personal. Muy lejos de ser amables, son desagradables como pocas veces hemos visto. Para que os hagáis una idea, una señora pidió otra silla porque le había tocado una de rejilla incomodísima y en vez de darle cualquier otra (había varias mesas vacías y también podían haber cogido una silla de la terraza), le dieron un cojín digno de ver. Por otro lado, en el transcurso de la cena, dos grupos de personas, se fueron nada más sentarse ¿El motivo? Son tremendamente estrictos con las mesas: si te dicen que te sientes en un sitio y no te gusta, mejor que te vayas; si crees que la mesa es demasiado pequeña para 4 personas y prefieres otra más grande, mejor que te vayas; si lo que quieres es picar algo y tomarte unas cervezas, mejor que te vayas; si te gustaría sentarte debajo de una lámpara para tener más luz, mejor que te vayas, etc, etc, etc. Los camareros "solo" son secos, pero el dueño se lleva la palma: malas contestaciones, salidas de tono, comentarios muy feos... En resumen: maleducado.
Valoración general: un 7. La comida en general merece la pena, y es justo decir que hacía mucho tiempo que no comíamos tan bien tan "barato", pero no fue una cena agradable: estuvimos muy incómodos todo el rato y casi nos dio miedo pedir. Además, estuvimos más de 20 minutos esperando a la cuenta y el restaurante en ningún momento estuvo lleno. ¿Volveremos? Sinceramente, no lo sé.
Con esta entrada, una vez más habéis podido comprobar que por muy bueno que esté todo, si el servicio no es bueno, el buen sabor de boca se va a hacer puñetas. Una pena.
Un besote muy grande a todos y ¡os veo en la próxima review! (Sí, volveré a escribir antes de irme de vacaciones, no os preocupéis, ¡jeje!).
Carolina.