Naiyer Masud.
Aroma de alcanfor.
Traducción de Rocío Moriones Alonso.
Atalanta. Gerona, 2010.
Naiyer Masud (India, 1936) vive en su Lucknow natal en la Casa de la Literatura que construyó y bautizó con ese nombre su padre, catedrático de persa como él.
Ningún lugar más idóneo para alojar a este autor asombroso al que se traduce por primera vez al español en este Aroma de alcanfor que edita Atalanta en su colección Ars brevis con una espléndida versión de Rocío Moriones Alonso.
Los siete relatos de Aroma de alcanfor reflejan el gusto de Masud por lo extraño y por lo oculto, la serenidad de una prosa precisa y una ilimitada capacidad para deslumbrar al lector con este libro prodigioso, un nuevo libro de las maravillas que llega de Oriente.
Del realismo de lo extraño ha hablado algún crítico a propósito de estos textos. Y esa es una de las claves de sus relatos, que como los de Poe, Kafka o Borges, admiraciones declaradas por Masud, introducen con naturalidad lo fantástico en lo cotidiano y desdibujan las fronteras entre la realidad y el sueño.
La otra clave no es temática, sino formal, y tiene tanta fuerza que no se pierde con la traducción: es la lección constante de sutileza, sugerencia y sensibilidad que dan estos criptogramas líricos, como los ha definido otro crítico.
Porque también lo secreto recorre estos siete relatos que se alimentan del material del sueño y lo proyectan en la realidad con la destilación lenta de una prosa y unas historias que en algún caso han requerido un año de elaboración y depuración de la materia narrativa y de la forma que la expresa.
Las narraciones de Masud, sostenidas por igual en la imaginación y en el estilo, están tan depuradas que prescinden de la concreción espacial o temporal y no se centran en el detalle, sino que buscan el centro, la esencia envolvente de unas narraciones que atrapan al lector.
Son historias abiertas, sin finales cerrados, en las que la infancia o la adolescencia que descubre el mundo, el misterio, lo lejano y la muerte se convierten en temas constantes.
Narrados desde la subjetividad insegura de la primera persona, son la antítesis del objetivismo. En estos relatos elusivos la evocación importa más que la narración de hechos, y más que el análisis de los personajes pesa la descripción de los objetos, que ocupan un papel central en ellos.
En las narraciones de Aroma de alcanfor lo importante no es el desenlace, sino el puro estar de la secuencia y su desarrollo dibuja el plano de un laberinto sin salida cuyo trazado esconde abundantes tesoros en sus calles sinuosas.
Son cuentos en los que lo importante es la atmósfera en la que penetra el lector: la desolación vacía del aroma de alcanfor o el pájaro hecho de esa misma materia volátil con la que están destilados estos magníficos relatos. Porque en ellos todo es frágil como la vida y leve como los sueños y en su interior conviven- como en las casas de Lo oculto- las zonas de temor y las de deseo.
Unos relatos escritos lentamente durante décadas con la materia impalpable y borrosa de los sueños. Un prodigio delicado y sostenido, una constante celebración de la literatura.
Santos Domínguez