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El primer pesticida de aplicación masiva que produjo la industria química fue el DDT, presentado al mundo como una solución para todas las plagas y sin efectos negativos para las personas. El químico suizo Paul Müller (1899-1965) recibió el premio Nobel de medicina en 1948 por ‘su descubrimiento de la alta eficacia del DDT como veneno de contacto contra varios artrópodos’. Con el andar del tiempo se demostró, sin embargo, que la manipulación de insecticidas y la presencia de estos en los alimentos pueden tener efectos perjudiciales. Hoy, los pesticidas convencionales son responsables de casi tres millones de casos anuales de intoxicación aguda o crónica en el mundo. Además, se han encontrado puntos de relación entre insecticidas y diversas formas de cáncer, mutaciones en el ADN (o mutagénesis), alteraciones hormonales, trastornos reproductivos y otros males. Por ello, los científicos y la industria enfocan ahora su atención sobre pesticidas de menor toxicidad, más seguros para la salud humana y el ambiente, como productos basados en extractos vegetales.
Por otro lado, en los últimos tiempos la tecnología desarrolló una gran variedad de nanomateriales, nombre que se da a productos cuyas dimensiones se miden en nanómetros (milmillonésimas del metro). Hoy son utilizados en la vida cotidiana por millones de personas para las más variadas aplicaciones, desde catalizadores para la combustión de motores hasta cremas de protección solar. Una de esas aplicaciones son los insecticidas… (…)
Se trata del primer insecticida descubierto y desarrollado en la Argentina. Se compone de partículas de tamaño nanométrico de óxido de aluminio o alúmina (Al2O3), una sustancia omnipresente en la naturaleza que forma parte de todas las arcillas. En el proceso de fabricación del producto las nanopartículas forman estructuras complejas que son la razón de sus propiedades insecticidas.
A diferencia de los insecticidas convencionales, el nanoinsecticida en cuestión actúa aprovechando fenómenos físicos en lugar de los bioquímicos típicos de los primeros. Su acción depende de las propiedades eléctricas del cuerpo de los insectos y de las cargas eléctricas de las partículas, y en particular de la acción de estas sobre la capa de cera de la cutícula de los insectos. Esa cera los protege de la pérdida de humedad, por lo que la acción del insecticida les provoca la muerte por deshidratación (en vez de intoxicación, como lo hace el insecticida convencional).
Con 125g del mencionado nanoinsecticida por tonelada de trigo almacenado (la que ocupa unos 1,2m3) se pueden controlar los insectos que hacen perder anualmente entre un 5% y un 10% de las existencias mundiales del cereal. Además, en comparación con los insecticidas clorados y fosforados, el producto prácticamente carece de efectos tóxicos.
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MICAELA BUTELER y TEODORO STADLER
“Nanoinsecticidas”
(ciencia hoy, 02.08.14)