Siguiendo la estela del artículo anterior «Sobre huesos y piedras: a propósito de los biomateriales», hoy hablaremos de nanopolvos, más conocidos como nanopartículas, abarcando un pequeño grupo de ellas que nos ayudan en la salud, tanto de nuestro patrimonio cultural como de nuestro organismo.
Nanopartículas – Datos de interés
Como sabéis, las nanopartículas son aquellos materiales en los que al menos una de sus dimensiones mide entre 1 y 100 nanómetros (1 nanómetro equivale a una mil millonésima parte de un metro). Sus propiedades suelen ser distintas a las que presenta el material en dimensiones de sólido volumétrico, lo que las hace tremendamente atractivas para el estudio de nuevas y futuras aplicaciones. Si aún no lo habéis hecho, os recomiendo encarecidamente la lectura del artículo «Química y Nanotecnología: Premio San Alberto Magno a la mejor Tesis Doctoral».
Como dijimos antes, las propiedades que presentan las nanopartículas difieren de las que se conocen y esperan en el sólido volumétrico del que proceden. ¿Por qué? Porque a medida que la dimensión se reduce, sobre todo en el intervalo de 1-10 nanómetros, los efectos de tamaño y superficie son cada vez más notables. Esto abre un universo de posibilidades y por ello muchos investigadores dedican horas en aislarlas, estudiarlas, fabricarlas y aplicarlas.
Nanopartículas – Rehabilitación del patrimonio cultural
Y ahora, sin más dilación, seguiremos el hilo conductor del artículo «Sobre huesos y piedras: a propósito de los biomateriales», comenzando con el cuidado y rehabilitación del patrimonio cultural.
Las nanopartículas, al solidificar en el interior de los poros y fisuras de la piedra, se van uniendo unas a otras y forman un polímero, es decir, una especie de estructura que consolida el grano en un plazo de 15 días tras su aplicación. La siguiente fase de este proyecto consiste en el desarrollo de otros nanomateriales que tengan otras aplicaciones. Por ejemplo, autolimpiantes, que permiten borrar de la fachada de un edificio pintadas o grafitis por efecto de la luz solar o nanomateriales con efecto biocida, destinados a eliminar aquellos microrganismos (hongos, algas) que crecen en la piedra, lo que sería todo un avance, además de suponer un considerable ahorro en recursos para proteger y rehabilitar nuestro patrimonio cultural nacional e internacional.
Nanopartículas – Medicina y tratamientos farmacológicos
Si aún no habéis leído el artículo «Nanotecnología en tratamientos farmacológicos», seguro que muchos de vosotros me agradeceréis que os lo haya enlazado aquí. Podemos encontrar nanopartículas tanto en gasas para quemaduras serias o heridas crónicas (con plata, que es un potente bactericida), como en pomadas contra dolores musculares, normalmente con liposomas de 90 nanómetros; o en algo ya tan convencional como el adhesivo dental.
Las nanopartículas para aplicaciones médicas suelen ser: liposomas, micelas, lipídicas, metálicas y poliméricas. En general, sus objetivos a destacar son:
- mejorar la estabilidad física y química de los principios activos encapsulados.
- aumentar la absorción de partículas activas, lo que se traduce en una mejor biodisponibilidad.
- actuar como sistema de liberación controlada, reduciendo fluctuaciones de la concentración en sangre del principio activo.
- alcanzar tejidos/barreras específicas y penetrar en células inalcanzables por principios activos convencionales, gracias a su reducido diámetro.
- disminuir los efectos adversos y toxicidad asociada a la administración del fármaco libre.
- otorgar protección de la molécula encapsulada, por ejemplo: contra la degradación enzimática, química o inmunológica.
Y hasta aquí el artículo «Nanopolvos – Cuando el tamaño sí importa», en breve os hablaré de los nanodiamantes y sus prometedoras aplicaciones, pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión…
Laura G. Rubio
Nota 1: Esta entrada participa en la LI Edición del Carnaval de Química, cuyo blog anfitrión es Scientia.
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«La Química en el siglo XXI» | Dr. Justo Giner Martínez-Sierra