Una persona así deja huella, es imposible no fijarse en ella. No era el alma de la fiesta sino que era dulce y muy tranquila, nunca perdía la compostura. Es cierto que tampoco tenía nunca prisa. Cuando la Señora quedaba a comer con sus amigas de toda la vida, cosa que hacen con regularidad, sabían que les tocaba esperarla. El cuánto era una gran incógnita. Un día se presento casi una hora tarde cuando el resto ya tenía el rostro desencajado por la espera y el hambre de ver pasar platos de comida para otros, con ganas de morder hasta el camarero. Al llegar estaba reluciente. Con su habitual sonrisa les explicó que había ido a la peluquería y que allí, la peluquera, incapaz de resistirse al encanto de su piel, blanca y transparente, le había propuesto un tratamiento facial, algo breve para no retrasarla. Nany se dejó hacer y la otra se emocionó tanto con su trabajo que los minutos se sumaron a las horas. Había sido una experiencia maravillosa, muy relajante. Lástima que sus amigas no hubiesen estado allí con ella para compartirla.
Ahora que se ha ido y descansa tranquila, el recuerdo de Nany también brilla.