Siento debilidad por L.M. Montgomery, no sólo por mi soñadora Anne of Green Gables sino por todos sus maravillosos cuentos. Son relatos dulces, entrañables, llenos de ternura, que te hacen sentir bien. Son historias de palabras bonitas, tan bonitas que en algún momento hay quien puede considerar que pecan de preciosismo pero, personalmente, eso no me parece ningún pecado. Deleitarse ante un paisaje, una emoción y dejarse llevar es natural. Lo difícil es expresarlo sobre el papel y que el lector sienta ese mismo arrebato. Para lograr su fin se describe con las frases más hermosas, nada es excesivo, nada resulta cursi, salvo que se diseccione en lugar de disfrutarse. Son palabras pensadas para entornar los ojos e imaginar: contemplar los lagos canadienses bajo la neblina del crepúsculo, pasear por un mundo blanco de bosques tallados en cristal, encontrar un jardín abandonado, cuajado de flores y habitado por fantasmas, escuchar el silencio de la naturaleza roto por el canto de los pájaros, vivir en una cabaña solitaria que es, en realidad, un castillo azul de ensueño, y acurrucarse al lado del fuego mientras, fuera, sopla la tormenta. En ese mundo lleno de romance ¿quién se resiste a ser feliz y soñar?
Siento debilidad por L.M. Montgomery, no sólo por mi soñadora Anne of Green Gables sino por todos sus maravillosos cuentos. Son relatos dulces, entrañables, llenos de ternura, que te hacen sentir bien. Son historias de palabras bonitas, tan bonitas que en algún momento hay quien puede considerar que pecan de preciosismo pero, personalmente, eso no me parece ningún pecado. Deleitarse ante un paisaje, una emoción y dejarse llevar es natural. Lo difícil es expresarlo sobre el papel y que el lector sienta ese mismo arrebato. Para lograr su fin se describe con las frases más hermosas, nada es excesivo, nada resulta cursi, salvo que se diseccione en lugar de disfrutarse. Son palabras pensadas para entornar los ojos e imaginar: contemplar los lagos canadienses bajo la neblina del crepúsculo, pasear por un mundo blanco de bosques tallados en cristal, encontrar un jardín abandonado, cuajado de flores y habitado por fantasmas, escuchar el silencio de la naturaleza roto por el canto de los pájaros, vivir en una cabaña solitaria que es, en realidad, un castillo azul de ensueño, y acurrucarse al lado del fuego mientras, fuera, sopla la tormenta. En ese mundo lleno de romance ¿quién se resiste a ser feliz y soñar?