Un día lluvioso de Semana Santa bajé dándome un paseo por Doctor Esquerdo hasta la biblioteca de Retiro. Hacía tiempo que no me acercaba a esta biblioteca y de entrada me llevé una grata sorpresa: busqué mi novela Acantilados de Howth en los anaqueles (está allí porque yo solicité que la trajeran) y en el periodo de un año había sido prestada 4 veces. Lo que me parece una cifra sorprendente. Me apetece dar en el blog las gracias a estos 4 lectores anónimos, que imagino que habrán llegado a la novela a través de este espacio.
También busqué los libros de Felisberto Hernández (Montevideo, 1902-1964), de quien me había quedado con ganas de más después de leer Nadie encendía las lámparas (1947) en septiembre de 2010. En aquella visita, hace año y medio, también hojeé esta edición de Siruela con sus Narraciones incompletas que contiene Nadie encendía las lámparas, pero me apeteció empezar por la edición comentada de Cátedra.
Esta edición de Siruela comienza con una breve cronología de los acontecimientos más importantes en la vida de Felisberto, y es incompleta porque, por ejemplo, su primer libro de relatos, titulado Fulano de tal (1925), “una edición de autor de pequeño formato, celebrada por sus amigos” (pág. 11) no está recogida aquí. El primer libro de Felisberto que aparece en estas Narraciones incompletas es el segundo, Libro sin tapas (1929), “elogiado por la crítica” (pág. 12); tampoco están aquí el tercero ni el cuarto: La cara de Ana (1930) y La envenenada (1931). La cronología incide en mostrar la importancia de la música en la vida de Felisberto (pianista profesional), su continua precariedad económica y su mundo atropellado, con frases como estas: “1942: Regresa a vivir a una pensión muy pobre con su madre. La frustración y el resentimiento lo consumen. Pasa las tardes recorriendo los cafés de la ciudad con una libreta llena de manuscritos que corrige una y otra vez” (pág. 13). El último apunte, correspondiente a 1964, es especialmente trágico y tremendista: “La madrugada del trece de enero, Felisberto deja tras de sí un cuerpo tan hinchado que no pudieron sacarlo por la puerta sino por la ventana. Al llegar al cementerio, reposa algunas horas bajo los ‘grandes árboles’ mientras los sepultureros agrandan la fosa para dar cabida al ataúd” (pág. 17).
Libro sin tapas (1929) contiene 8 cuentos, que divido en 2 grupos: 4 son fantásticos, pero de un fantástico metafórico, cercanos al estilo de una parábola bíblica, y casi desapegados de lo real. Así el primer cuento, titulado igual que el libro, empieza de este modo: “A la última religión se le terminaba la temporada” (pág. 21) y a un hombre, a un “pobre muerto”, se le castiga a ser colgado de las manos al anillo de Saturno, y desde aquí debe tratar de entender a la humanidad y a la Tierra. El cuento titulado La piedra filosofal comienza de esta forma: “Se estaban haciendo los cimientos para la casa de un hombre bueno” (pág. 30). El cuento titulado Acunamiento es quizás el más interesante de este grupo, porque parece el resumen de una enloquecida novela de ciencia ficción. En general estos primeros cuentos fantásticos y metafóricos han sido los que menos me han gustado de estas Narraciones incompletas: son de un Felisberto veinteañero que aún está tratando de encontrar su estilo, y me parece que en el segundo grupo de cuentos en que he dividido Libro sin tapas se acerca más a lo que va a ser su voz narrativa posterior. En cuentos como El vestido blanco, ya más focalizados en lo real, y donde lo fantástico se desprende más de la mirada obsesiva de los personajes sobre personas y objetos, ya encontramos en estado embrionario al escritor que va a desarrollar sus particularidades en los cuentos más maduros de Nadie encendía las lámparas (1947). Así, en El vestido blanco la posición de las hojas de unas ventanas crea extraños estados de ánimo en el personaje. Historia de un cigarrillo es ya Felisberto puro: la mirada sobre los objetos, en este caso sobre una cajetilla de cigarrillos o sobre un cigarrillo defectuoso, determinan el desarrollo del relato.
De hecho, podría afirmar que si la personificación de los objetos o, por el contrario, la objetivización o animalización de las personas son características comunes a las vanguardias literarias de principios del siglo XX, en Felisberto esta característica parece trascender ampliamente a la de moda literaria y constituir una obsesión profunda y diferenciadora. En la página 90 afirma el narrador: “Así como el sentido de lo nuevo –cuando yo llegaba a un país que no conocía– de pronto se me presentaba en ciertos objetos –las formas de las cajas de cigarrillos y fósforos, el color de los tranvías (y no siempre el espíritu no diferenciado de las gentes)–”. A veces, incluso, en Felisberto no es ya que cobren vida propia los objetos, sino que diversas partes del cuerpo humano parecen actuar por su cuenta, como las manos del pianista en muchas de las páginas de Narraciones incompletas, o la barba del personaje en el cuento de Libro sin tapas titulado La barba metafísica.
A Libro sin tapas le siguen las novelas cortas Por los tiempos de Clemente Colling (1942) y El caballo perdido (1943). Para hablar de ellas, voy a unir al grupo (aunque entre medias haya otras obras) a la también novela corta Tierras de la memoria (1960). Estas novelas cortas parecen más bien los capítulos largos de una novela en la que Felisberto juega a la autoficción, y la voz narrativa, como si de un Proust montevideano se tratase, se recrea evocando su infancia o adolescencia. En Por los tiempos de Clemente Colling el niño que fue Felisberto nos habla de la calle de su infancia y de la fascinación que sintió por uno de sus primeros profesores de piano, Clemente Colling, personaje real, como hemos leído en la cronología. “Pero no creo que solamente deba escribir lo que sé, sino también lo otro”; “Los recuerdos vienen, pero no se quedan quietos” (pág. 49 y primera de esta novela). En El caballo perdido se evoca a otra profesora de piano, Celina, y los misterios de su casa: “Tardaba en llegar, yo tuve bastante tiempo para entrar en relación íntima con todo lo que había en la sala. Claro que cuando venía Celina los muebles y yo nos portábamos como si nada hubiera pasado” (pág. 95 y primera de esta novela). En Tierras de la memoria, a partir de un viaje en tren a los 23 años para tocar en el grupo de música de un pueblo, Felisberto evoca su época de boy scout cuando a los 14 años viajaba por el norte de Argentina.
De estas tres novelas cortas se desprende la importancia de la música en la formación intelectual de Felisberto, su aspiración a la perfección, a constituir un universo propio; y también se deja entrever ya la posibilidad de la derrota y la marginación por parte de los otros: Clemente Colling, el fascinante profesor, es un ciego que se asea poco y que la familia de Felisberto ha de acoger en su casa cuando se convierte en un sin techo y ha de vivir en un hospicio.
Estas novelas evocadoras me han recordado, y es un pensamiento extraño, a Madurar hacia la infancia de Bruno Schulz, por su estilo denso y esa carga metafórica con capacidad para transformar la realidad gracias a la recreación del punto de vista alucinado y mágico del niño. Además de esto hay elementos que unen al judío polaco Schulz con el uruguayo Felisberto: ambos viven su literatura evocadora y fantástica, con capacidad para alternar la realidad bajo su particular prisma, desde la distancia que supone ser artistas de otro campo diferente al literario: Schulz era dibujante y Felisberto músico. La melancolía y la derrota de ambos viene de describir un mundo perdido (la infancia, donde ambos parecen perderse y no poder regresar), y también de describir otra derrota: la que muestra Schulz en sus dibujos, donde seres deformes se arrastran a los pies de bellas mujeres, y que en Felisberto es la derrota del músico ambulante que tiene dificultades para encontrar pueblos que le contraten un concierto. Me gusta pensar que Felisberto no había leído a Schulz, que no existe influencia, sino coincidencia feliz, casi mágica, y que sus originalidades compartidas los convierten en dos de los más peculiares escritores, geniales y secretos, del siglo XX.
Las hortensias (1949) es también una novela corta, pero la he separado de las otras tres porque su composición es diferente. Las hortensias es un relato fantástico donde lo fantástico parte más bien de la locura y de su asimilación sin excesivos problemas por todos los personajes de la obra. Horacio disfruta mucho (de forma parecida al personaje del cuento Menos Julia de Nadie encendía las lámparas) cuando las personas que tiene contratadas para ello crean composiciones con maniquíes de mujeres y trata de adivinar las escenas que representan. Su mujer, María Hortensia, asume con naturalidad esta excentricidad de su marido, y el problema surgirá cuando Horacio empiece a obsesionarse con una de las muñecas, llamada Hortensia, y María empiece a sentir celos. Yo diría que Felisberto había leído y tenido presente La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares a la hora de crear la realidad simulada que presenta en Las hortensias. Aun así esta obra es Felisberto puro: los objetos cobrando vida; la mirada distorsionada de los personajes sobre ellos crea la extrañeza fantástica. (Apunta mi novia, que posiblemente Felisberto, más que a Bioy Casares, tuviera presenta al escribir esta novela corta a la autómata Olimpia del relato El hombre de arena de E.T.A. Hoffmann)
No voy a hablar de nuevo de los cuentos de Nadie encendía las lámparas. Me remito a la entrada que ya escribí en su día (pinchar AQUÍ). Sólo apuntaré que me ha encantando reencontrarme con ellos.
Los últimos cuentos, los contenidos en el libro Tierras de la memoria y otros relatos (1960-1966) y en Diario del sinvergüenza y últimas invenciones, se vuelven más rítmicos si los comparamos con el ensimismamiento que predomina en los de Nadie encendía las lámparas. De ellos destacaría El cocodrilo (1960), un relato realista donde la voz narrativa del Felisberto músico trata de buscarse la vida en pueblos a los que acude además de como concertista como representante de una marca de medias, y consigue incrementar sus ventas gracias a su capacidad para llorar a voluntad. Un relato que me ha hecho pensar incluso en Charles Bukowski (aunque el cuento de Felisberto está mejor escrito). El relato Lucrecia sobre un viaje en el tiempo es bastante original y extraño. Úrsula, un relato de amor ambientado en Francia, parece un cuento de Julio Cortázar.
Al igual que cuando leí hace año y medio Nadie encendía las lámparas, he vuelto a preguntar a los lectores serios con los que me relaciono si conocen a Felisberto. Y parece ser un escritor conocido entre gente que escribe, pero no entre lectores que provienen de la carrera de Filología hispánica: preguntando, por ejemplo, a los profesores de Lengua Española del colegio donde trabajo (apunta de nuevo mi novia, que la fue la primera persona que me citó a este autor, que ella sí estudió a Felisberto en Filología Hispánica, porque elegía las asignaturas de literatura hispanoamericana antes que las de española) a alguno le suena el nombre y a otros ni les suena… y esta pequeña encuesta ha sido realizada entre personas que por supuesto sí conocen y han leído a Borges, a Cortázar, a Rulfo, a Onetti… Y esto es extraño porque creo, cada vez más convencido de ello, que Felisberto Hernández es uno de los más grandes escritores en lengua española del siglo XX, y debería estar sin duda en esa élite en la que incluimos a Borges, Cortázar, Rulfo, Onetti…