Naschy 70′s: Muerte de un quinqui para La abadía de Berzano (y otras cosas)

Publicado el 17 diciembre 2010 por Esbilla

Me reengancho a la filas de La abadía de Berzano con otra contribución al monumental dossier en curso sobre la obra completa de Paul Naschy y lo hago ya en el año 1975 con una película que, sin exagerar, puede calificarse de infame: Muerte de un quinqui.

Dirigida con notable molicie por un desmotivadísimo León Klimovsky y en la cual el primer hombre lobo guionista de la historia continuaba, por una parte con su tendencia al reciclaje de esquemas argumentales y, por otrora mantenía el empeño en no encasillarse en el estricto fantaterror, empleándose sobre el thriller con la misma poca fortuna que las veces anteriores. Un título únicamente destacable como muestra de la honestidad profesional, la entereza, el talento y la belleza de una actriz tan desaprovechada como Carmen Sevilla.

Simultáneamente comienza en Cinearchivo un especial homenaje Luis García Berlanga, abarcando, en esta primera entrega, su filmografía entre 1950 con Esa pareja feliz y 1969 con ¡Vivan los novios!, siendo este título de cierre el que me corresponde en esta ocasión, labor saldada con el reciclaje del artículo ya aparecido aquí: FichaFilm.asp?IdPelicula=1985&IdPerson=15798

Finalizado este cuarteto excursionista, volveré, espero que este mismo fin de semana, sobre las huellas del cine español para revisitar Carne de horca, un excepcional western de bandoleros de Ladislao Vajda, lo cual dará pie a repasar diferentes aspectos de la filmografía de tan estimulante autor y a encontrase con el desconocidísimo territorio de las co-producciones hispano-portuguesas. En cierto modo este artículo dará continuación al de Neville y conocerá una previsible secuela en la figura de algún otro director nacional, aunque todo se andará. Este largo “ciclo español”, donde se incluiría también ese catálogo sobre el thriller (I y II)  de pronta ampliación, servirá, además, como marco a la tercera conversión de la esbilla cinematográfica, en entrevistadora, la cual tendrá como protagonista a un director (y escritor) español, claro.

Fin de la pausa publicitaria. Ahora, Muerte de un quinqui: muerte-de-un-quinqui

“()se conforma con ser un thriller gangsteril tópico y ramplón en el que, tras convertir un atraco en masacre y dejar a su novia (la recurrente Eva león) para el arrastre en un ataque de furia posterior, el Cody Jarrett cheli, un auténtico psicópata edípico que se pone hecho un otentote cada vez que se le menta la madre, se refugiará como guardés en un caserón, poniendo patas arriba con su magnetismo sexual de pelo en pecho a los dueños de la finca, un invalido amargado e impotente y su esposa insatisfecha y frustrada. Es decir, Naschy recicla el armazón argumental/dramático de su previa (y algo mejor) Los ojos azules de la muñeca rota, de igual modo que luego lo hará en la, esta si muy superior, El carnaval de las bestias ya en 1980. Según este molde, la narración experimenta siempre un requiebro tras el primer tercio que convierte la película en algo diferente de lo que prometía. Así, un protagonista criminal o de pasado criminal tendrá que, por una u otra razón, refugiarse en un caserón siempre apartado donde se dará lugar a un huis clos más cercano al horror psicológico en lo que constituye una especie de Teorema cañí a mayor gloria del personalismo del divo protagonista (guionista, argumentista y dialoguista, tal que así aparece acreditado), convertido en irresistible macho de bien lubricada potencia, en contraste con el “castrado” varón de la casa, en esta ocasión un Heinrich Starhemberg como antiguo tirador olímpico confinado en una silla de ruedas.
Como en las otras ocasiones, la trama criminal se olvida sin más ni más e incluso el personaje central parece otro sin mayores justificaciones (y por cierto, ¿a cuento de qué el personaje es sordo y lleva un ostentoso audífono si luego no tendrá ninguna incidencia en la historia ni se hará uso dramático del mismo, aunque presente multitud de posibilidades, más allá de hablar de un pasado de malos tratos?, ¿tendrá que ver con que en 1973 Truffaut lo luciera en La noche americana?) en beneficio del psicodrama sexual de salón con pretensiones de comentario social y todo, rodado y montado del modo más pedestre imaginable, nulo narrativamente y torpe a rabiar.” (continuar)