Entrevista realizada por Alexandra Martens
La obra de Natalia Iguiñiz siempre ha navegado en la incertidumbre: siempre se ha aventurado a hacer lo que no conoce, lo nuevo, lo inesperado. Por ello, es que durante los últimos 25 años no solo ha recibido opiniones y críticas por su trabajo: alguna vez fue también demanda judicialmente, otra vez la acusaron de hacer un arte sociológico, y otra de estar pasada de moda. Aunque Iguiñiz prefiere no calificar a su arte como ‘combativo’, sí está de acuerdo cuando mencionan que su obra es activista, colectiva, que da que hablar. Su obra refleja el lado B de las cosas.
En los últimos años la artista, quien también es docente, siente que ha cumplido un ciclo: por ello, presenta su muestra antológica Energías sociales/fuerzas vitales, en la Sala German Krüger Espantoso del ICPNA (Miraflores), que va hasta el 8 de abril. Bajo la curaduría de Miguel López, esta exposición exhibirá pinturas, fotografías, afiches, objetos, videos e instalaciones que han conformado su obra desde 1994 y que tocan temas como la maternidad, la violencia de género, la reivindicación de los derechos de la mujer, la representación sexista de la publicidad, entre otros. “Cuando alguien te tira mierda es porque tiene mierda adentro”, repite como un mantra, mientras recuerda a aquellos que alguna vez la atacaron. Ella no se calla nada. No tiene por qué hacerlo.
¿Por qué hacer una muestra antológica de tu obra en este momento?
En los últimos años he empezado a encontrar hilos conductores en mi trabajo, a pesar de que mi trabajo es muy diverso. He hecho muchas cosas distintas en diversos espacios, ya sea desde el arte, las comunicaciones, el activismo. Pero desde hace unos años empecé a encontrar que hay algunas líneas que se pueden organizar y pueden dar sentido a los vínculos entre esas cosas distintas en las que me metía.
Mencionas los hilos conductores de tu obra. ¿Desde dónde vienen estos y hacia dónde van?
Vinieron cuando yo estudiaba Pintura en la Católica. Al comienzo, yo planteaba mi trabajo como una cosa autorreferencial, era una pintura muy íntima. Luego empecé a darme cuenta de que el arte mismo era un espacio en el cual yo me movía, no solamente en términos de mis propios intereses, sino también en la posibilidad de construir colectivamente ciertas miradas, influir en los imaginarios sobre ciertos temas. Fui pasando de una cosa muy personal a una cosa más social, más colectiva y, de hecho, mi experiencia como mujer era un hilo conductor, pero también mi interés en una serie de estereotipos que se me hacían muy sacrificados: ¿Por qué tenemos que vivir todas estas violencias? ¿Por qué el trabajo reproductivo no es tan valorado como el trabajo productivo? ¿Por qué las emociones son cosas que se asocian a cierta debilidad? ¿Por qué se piensa que la poesía de mujeres no es una poesía igual de válida que la poesía hecha por hombres?
¿Es en ese momento que decides que tu obra artística será ‘combativa’?
No sé… Más bien diría activista. Yo tengo una dimensión en mi trabajo artístico, otra dimensión que es mi trabajo activista y hay una dimensión que es la vida misma, e incluso podríamos hablar de una cuarta dimensión que es toda la parte más reflexiva, más teórica. Creo que todas estas partes se complementan.
¿Cuánto sientes que has cambiado desde aquel momento en que decides que tu arte será expresión de la colectividad hasta hoy?
Sí, ha habido cambios. Por supuesto que la función primera del arte no es cambiar el mundo en términos directos y prácticos necesariamente, pero creo que el arte tiene muchas herramientas para influir en ese mundo simbólico, el cual es constitutivo del ser humano y que, de alguna manera, le da sentido a muchas de las acciones que hacemos para bien o para mal. Recuerdo que alguna vez me acusaron de hacer un arte sociológico o un arte feminista y hasta me decían que el arte feminista ya había pasado de moda, que era de los 60s, de los 70s. A mí no me importaba mucho, pero poco a poco, a nivel casi mundial, nos hemos dado cuenta de que el feminismo es algo que sigue siendo muy necesario en nuestros días y que todavía hay mucho por hacer en ese terreno. Yo no quiero resumir ni ponerme la etiqueta de arte feminista: mi activismo es feminista, lo que yo hago en arte dialoga con ese ser feminista, pero mal haríamos en etiquetar y reducir las cosas cuando en el arte la cosa es un poco más –en mi caso–abierta: yo voy haciendo un poco sobre muchas cosas y algunas tienen una carga fuerte feminista y otras tienen la intención de interactuar con una colectividad.
Fuiste promotora de la marcha #NiUnaMenos. ¿De qué manera, a través del arte, sientes que has contribuido a causas como esta?
No sé si puedo decir que he contribuido, pero sí creo que desde el mundo en el que yo empezaba hasta hoy ha habido un gran avance, porque ahora mucha más gente se autodenomina feminista. Estamos en un momento bien importante en el cual todos sabemos que como estamos no podemos seguir, pero no siempre sabemos hacia dónde ir, ni cómo comportarnos, ni qué hacer. Justamente en ese territorio de cosas nuevas que están apareciendo, de una conciencia nueva sobre muchos temas (en especial de que vivimos en un mundo racista, machista, donde hay pobreza extrema, donde estamos desperdiciando los recursos del planeta), es que el arte y lo simbólico te permiten imaginar nuevas formas. En mi caso, yo creo imágenes y cosas que se me vienen a la mente a partir de esas cosas que no encuentro en el imaginario general.
Es el caso de perrahabl@, el trabajo al que te refieres en otras entrevistas como ‘el quiebre de tu carrera’.
En perrahabl@ pongo afiches en toda la ciudad con una serie de frases machistas y un correo electrónico, y ahí es cuando empiezo a recibir opiniones, pero también demandas judiciales y toda una historia larga. A mí me interesaba salir de la galería e irme a la calle, dialogar, confrontar; entonces, a partir de perrahabl@ empecé a hacer varios trabajos de intervención, pero también algunos más comunicacionales trabajando con oenegés feministas, con colectivos de derechos humanos, con una diversidad de actores que están empujando temas con los que tú también te sientes identificada. Son dos caras de una misma moneda, en la cual mi trabajo artístico era de mi autoría, pero que estaba muy alimentado de la experiencia de otras personas y podíamos trabajar juntas y dialogar y generar pequeños cambios. Ahí hay un conocimiento que se ha ido gestando por algunos artistas, pero que también se ha ido consolidando en la recepción del público, ya que no es que los artistas podamos influir en el imaginario: si las personas no se apropian de nuestras imágenes quedan ahí tiradas y a nadie le interesa.
¿Cómo explicas ese proceso?
Para mí el trabajo se completa cuando hace sentido para otra gente y la gente a la vez lo reproduce. O al revés: le molesta, le indispone, le hace recordar cosas que no quisiera. Pero te produce un cambio dentro de ti. El arte no es denotativo, es connotativo; no es que tú haces esto para cambiar el mundo, pero sí hay algo en el arte que es transformador. Esa posibilidad solo se da si el artista dialoga con su tiempo, con la gente que está ahí.
Inicias tu carrera artística en 1994, ¿cuáles eran tus referentes, en ese momento, para tu obra?
Había un montón de artistas de lo más diversas, me acuerdo desde Frida Kahlo, Bárbara Kruger, Cindy Sherman. En la época en la que yo empecé no había internet y no había la posibilidad de conocer el trabajo de tanta gente, pero en el Perú había muchos artistas que, además, no solo eran artes visuales: tú veías cine o leías. Yo era fanática de todas las poetas que fueron parte del boom de poesía femenina en los 80s, con Rocío Silva, Carmen Ollé, Giovanna Pollarolo, yo me sentía feliz, totalmente identificada. Creo que ahora hay un movimiento de mucha gente que se está preguntando por cómo ser mujer, cómo ser hombre, qué implican las relaciones entre las personas, todos esos procesos internos contradictorios. Para mí, aquellos temas en los que no hay una respuesta correcta e incorrecta, más allá de lo bueno o lo malo, son un territorio fértil para el arte.
Tu muestra antológica llega en un momento de grandes cambios sociales, con movimientos como #NiUnaMenos o #MeToo.
Soy testigo de estos cambios y, en ese sentido, doy mi versión y pongo mis humildes imágenes ahí para ver si siguen teniendo sentido para más gente. El feminismo es esa fuerza que te hace decir: Oye, ser mujer en la manera en que a ti te venga en gana hacerlo es tan valioso como ser hombre, y hay que darle un lugar a ese poder y a ese valor.
+ INFORMACIÓN
Título: Energías sociales/fuerzas vitales. Natalia Iguiñiz: Arte, Activismo, Feminismo
Fechas: Hasta el 8 de abril 2018
Horario: De martes a domingo, de 11 am a 8 pm
Lugar: Sala German Krüger Espantoso - ICPNA (Av. Angamos Oeste 160, Miraflores)
Precio: Ingreso libre