Por Juano Villafañe para Con Fervor
Creo que esta aparente falta de tradición (no aparecen reivindicando, como en otras épocas, lógicas antisemitas, cruces esvásticas o marchas sobre Roma) hace que los movimientos de ultraderecha aparezcan como estados políticos que confrontan contra todo lo establecido, habiendo nacido desde la nada. Aunque, sabemos que, justamente, la ultraderecha apuesta a remachar los privilegios más concentrados del poder económico.
Hoy, tenemos dificultades, dentro del campo intelectual y político, para abordar una nueva crítica política dentro de las propias acciones y prácticas contemporáneas ante este fenómeno tan particular de rápidos crecimientos. Por eso, creo que estamos frente a una suerte de desnaturalización de la tradición crítica al fascismo, porque, no nos alcanza sólo la tradición crítica europea para atender este nuevo fenómeno, que comienza a proyectarse, transversalmente, en las sociedades latinoamericanas, sin necesidad de contar necesariamente con partidos fascistas fuertes o movimientos de ultraderecha hegemónicos.
Tuve la oportunidad de estar presente en San Salvador en el año 2005, en el Segundo Encuentro Internacional de Poetas titulado: “El Turno del Ofendido”, en homenaje al gran poeta Roque Dalton. En aquella oportunidad, presencié una asamblea de la cultura donde se discutían distintos temas dentro del Frente Farabundo Martí. Nuevas estrategias políticas para las post-guerra y la nueva etapa de participación política que se abría para el Farabundo Martí dentro del sistema de elecciones oficiales. Aquel debate, sobre el cual no me voy a extender ahora, no dejaba de ser interesante en la medida en que se ponía en discusión al propio sistema electoral salvadoreño y la capacidad de que la política siguiera siendo un proceso de transformación integral de la sociedad.
Han pasado algunos años y, hoy en día, el nuevo presidente salvadoreño, Nayib Bukele, presentó a la sociedad y al mundo el controvertido centro penitenciario de máxima seguridad, el más grande América Latina, un centro de confinamiento habitado, hoy, por más de 4 mil personas. Resulta patético ver este centro de detención como si fuera un campo de concentración, pero con un orden especial, disciplinado y a la luz del día. Algo que aparece, totalmente naturalizado, más allá de las controversiales críticas que ha provocado este centro penitenciario en el mundo. Además, Nayib Bukele tiene un respaldo electoral, por el momento, muy importante.
Otro ejemplo que se puede considerar, fueron las elecciones de Brasil en el año 2018. Que se caracterizaron por la toma del poder de la ultraderecha, encabezada por Jair Bolsonaro. De esta forma, se modificó el mapa político del país. El triunfo, no sólo, fue a nivel presidencial, también, Bolsonaro ganó en el Congreso Federal, en los gobiernos y en los órganos estaduales y municipales. Algo asombroso por el breve tiempo que tuvo Bolsonaro para instalarse.
El intento de asesinato de la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se tomó por parte de la derecha política con gran displicencia y negación de la gravedad institucional que representa un acto de violencia política de tal magnitud. Hasta el momento la investigación no se ha profundizado por parte de la justicia todo lo que corresponde. Se han naturalizado estos hechos aberrantes, se los considera “respuestas comprensibles” de ciertos exaltados por la confrontación política irracional. ¿Y si estos exaltados solitarios tienen vínculos con sectores del poder económico, qué sería lo que deberíamos hacer y decir?
En la Provincia de Buenos Aires, Joaquín de la Torre, que es un dirigente muy relevante de Juntos por el Cambio, celebró el triunfo electoral de Giorgia Meloni, la candidata de origen fascista. Se pueden seguir dando ejemplos de estos posicionamientos políticos, que no aparecen de manera orgánica tradicional en nuestras sociedades. El tema reviste cierta complejidad, porque, si bien, todo se manifiesta en respuestas coyunturales, pareciera que la población comienza a desencantarse de las formas políticas tradicionales ante las crisis políticas que tienen larga data. Las alternancias y los cambios se van acortando, pero, también, se van desgastando esas representaciones que integran esas propias alternancias, lo que hace que vastos sectores de la sociedad opten por expresiones políticas más radicales que las tradicionales. Y es aquí donde se cuelan las posiciones de ultraderecha. Quizás, dentro de las alternancias, los modelos que proponen sólo “administrar prolijamente” el Estado parecen ser, ahora, las antesalas para estas soluciones de derecha y ultraderecha. Si las transformaciones no se radicalizan con objetivos populares y democráticos, los “progresismos livianos” terminan defraudando a los sectores populares.
Resulta interesante detenerse a pensar a qué se debe que los jóvenes apuesten a una dolarización de la economía, se trata únicamente de un oportunismo ingenuo que supone pensar que el ingreso económico será más grande si se gana en dólares, o se trata de formas sutiles del neocolonialismo que han penetrado más allá de lo que suponemos o quizás las dos cosas a la vez. Pensar que sería positivo para el país que la educación no sea obligatoria, o que el Estado debe desaparecer como debe desaparecer el Banco Central, ¿Tiene el consenso que parece que tiene? ¿Cómo se comprende que esta precarización o disloque político despierte valorizaciones positivas?
Se trata de nuevas derechas que se van instalando en el cuerpo social y se animan a expresarse dentro de los propios sistemas democráticos. Pueden surgir de partidos reaccionarios tradicionales o de desprendimientos y sus animadores suelen ser jóvenes que desconocen lo que implicó el fascismo en el mundo (o quizás no lo desconozcan del todo).
Estas nuevas expresiones de la ultraderecha se naturalizan en la sociedad y no existen críticas políticas profundas entre los propios partidos democráticos. Inclusive, todo se analiza en el campo de los oficialismos y las oposiciones, dentro de las grietas. Hay que encontrar miradas críticas que superen las lógicas maniqueas de oficialismo y oposición, la ultraderecha no se puede calificar solo como un modelo opositor dentro del juego democrático. Se me ocurre que hay que comenzar a pensar que, si triunfan estos modelos, no serán ya sólo gobiernos liberales con voluntad de alternancias políticas. Creo que estas nuevas formaciones políticas de ultraderecha vienen por todo, sin respetar ninguna tradición democrática ni popular.
Hay que pensar más en los proyectos políticos alternativos no solo en el juego pragmático del hoy por hoy. Hay que invertir en la historia, en programas políticos de gobierno que expliquen a la sociedad que se hará con la deuda externa, con el litio, con los medios de comunicación, con la salud, la vivienda, la educación, con los contratos de trabajo, con las jubilaciones, con las empresas estatales, con el propio Estado. Hay que tener un programa que explique la tenencia de la tierra, el tema de las nacionalidades indígenas, los proyectos culturales federales. Esta idea de que ganamos una elección y después vamos viendo demuestra que es un camino que no conduce a ningún lado. Estamos pagando caro la falta de definiciones sobre los cambios estructurales, sobre cómo distribuiremos la riqueza, inclusive la falta de convocatorias para discutir una reforma judicial.
Entiendo que hay que reactivar la crítica política y comenzar a desnudar estos movimientos reaccionarios. Explicar, claramente, para qué vienen y cuáles son sus objetivos. Darle visibilidad a la crítica política, encontrar nuevos afluentes teóricos y promover la movilización popular en las calles. Desde la crítica de la praxis y desde la visibilidad de los cuerpos, actuando, plenamente, para volver a reconocer, una vez más, la totalidad de “la escena contemporánea” en este presente.
Juano Villafañe - Poeta y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación.