'Nausicaä del Valle del Viento': 30 años de "estilo Ghibli"

Publicado el 15 marzo 2014 por Alvaro
Esta semana fue el trigésimo aniversario del estreno de la obra que dio origen a Studio Ghibli
En 1984 el mundo era muy diferente al que podemos contemplar hoy en día. Es una obviedad que en 30 años las cosas hayan cambiado tanto, pero merece la pena recordarlo. La empresa Apple presentaba el primer ordenador personal comercializado con éxito (el Macintosh 128K), el mundo celebraba los Juegos Olímpicos de invierno en Sarajevo (cuando aún existía la URSS), y el Heavy Metal era el género musical favorito del momento.


Se publicaba por primera vez en la revista Shonen Jump un manga titulado Dragon Ball de un tal Akira Toriyama, y nació el famoso Cirque du Soleil. Películas excelentes como Amadeus de Milos Forman, Broadway Danny Rose de Woody Allen, o Brazil de Terry Gilliam, se erigían como las películas favoritas del cine de autor occidental ese año, mientras que entre el cine de índole más comercial, filmes como Los Cazafantasmas, Pesadilla En Elm Street, Terminator, Indiana Jones Y El Templo Maldito o Karate Kid hacían furor en taquilla.


Eran tiempos en los que en el habla coloquial de la gente no existían términos como "whatsapp", "facebook", "google" o ni tan siquiera "teléfono móvil". Pero si por algo destaca 1984 en el ámbito cultural (y específicamente cinematográfico) fue porque el día 11 de marzo de ese mismo año se estrenaba en Japón una película de animación que al principio pasó sin pena ni gloria por la cartelera, y acabó convirtiéndose en un clásico de la ciencia ficción y en una de las 50 películas más influyentes de la historia (así al menos lo testifica muy acertadamente la revista de referencia Cinemanía).


Un casi desconocido Hayao Miyazaki presentaba al público Nausicaä Del Valle Del Viento junto a su socio Isao Takahata (director de algunas de las series más queridas de la infancia de los que rondan los cincuenta, como Heidi, Marco o Ana De Las Tejas Verdes). Realizada en el estudio Topcraft, Nausicaä presentaba una propuesta totalmente diferente y demostró al mundo entero que se puede hacer un cine de animación maduro, interesante y respetuoso con los espectadores de todas las edades, salir del rígido canon establecido por el imperio de Walt Disney, y empezar un camino difícil pero a la vez maravilloso: crear el mejor estudio de animación de todos los tiempos. Gracias a Nausicaä, en 1985 nacería Studio Ghibli.


Este trigésimo aniversario pertenece por derecho propio a Nausicaä, la protagonista de la película homónima que encandiló a medio mundo con su audacia, su temperamento y su amor por la naturaleza y por los seres que le rodean. Muchos años antes de que existiesen Mulán, Brave o Frozen, nació la primera chica Ghibli, la primera de muchas protagonistas femeninas que dieron un puñetazo en la mesa y mostraron que los prejuicios sexistas que plagaban el cine por aquel entonces debían desaparecer para dar lugar a sangre nueva, a un modo diferente y más justo de ver las cosas.


Pero este 30 aniversario supone algo aún más importante: el nacimiento del Studio Ghibli. Cuánto ha llovido desde entonces... A la igualdad de género característica de las obras de Miyazaki hay que sumarle muchos otros valores igual de importantes, como el ecologismo entendido como la necesidad de proteger la Tierra, la relación del ser humano con la naturaleza y el entorno que le rodea, la madurez personal e individual de las personas cuando crecen, la pérdida de la identidad y su afán por recuperarla, la importancia de la perseverancia y el trabajo bien hecho, el respeto a las personas mayores y el apoyo a las más débiles, la crítica al egoísmo y al consumismo imperante hoy en día, los pequeños detalles de la infancia a los que no se suele prestar atención en la edad adulta, la ausencia del maniqueísmo típico de las historias planas de "buenos contra malos" (un tópico ausente en casi todas sus películas, en las cuales por el contrario, a los personajes se les dota de mayor profundidad y cada uno expone sus puntos de vista sin mostrarse la historia partidaria de unos o de otros), la resolución de conflictos por medio de la no violencia, etc.


Son películas que huyen de las convencionalidades del mundo de la animación occidental (aunque tampoco es justo generalizar, pues en Occidente también hay joyas igual de dignas que Ghibli) y de gran parte del anime, y crean sus propias historias con sus propios mensajes enriquecedores. Estos mismos temas se abarcan en las películas de los otros directores, porque afortunadamente Miyazaki no está solo en esta travesía. A base de mucho esfuerzo y de AMOR AL ARTE (puesto que Ghibli es uno de los pocos estudios que priorizan la calidad artística por encima de los beneficios económicos), Miyazaki y Takahata, junto al productor Toshio Suzuki, han hecho posible en todos estos años que la concepción del cine animado cambie, como también el pesimista punto de vista que muchos solemos tener frente a la clase de valores principales de nuestra sociedad actual.


Ellos han demostrado que sí es posible ejercer de artistas y cuentacuentos a la antigua usanza en un mundo cada vez más esclavizado por la tecnología, el consumo, los placeres caducos, vacíos y efímeros, y la ausencia de buenas intenciones hacia el prójimo tanto como a nosotros mismos. Pero esta odisea tristemente empieza a tambalearse: Isao Takahata se hace cada vez más mayor, Hayao Miyazaki anuncia su retirada, y Toshio Suzuki recientemente, también. Si a esto le sumamos las recientes pérdidas sufridas en el mundo del arte como el fallecimiento de Moebius (el inmortal autor francés de El Incal y otros tantos clásicos del cómic de ciencia ficción), el futuro que se vislumbra en el horizonte del arte contemporáneo es incierto y desesperanzador. Crucemos los dedos y esperemos que en los próximos años la calidad de Ghibli no decaiga y surjan nuevos cineastas de animación que le pongan el mismo empeño a sus películas que Miyazaki y compañía.


Hasta entonces creo que no es malo recrearse un poco en la nostalgia, sentirnos por un momento como el niño o la niña que alguna vez fuimos, y como si de releer las páginas de El Principito de Saint-Exúpery se tratase, rememorar los mágicos momentos y regalos que Ghibli nos ha brindado durante estos 30 años sin mayor pretensión que la de dignificar el cine de animación, darle cara y voz a los soñadores de todo el mundo, y hacernos crecer y enriquecernos a todos como personas.
Cuantísimos momentos nos han regalado en formato de celuloide, y qué poco se le ha agradecido en países como España (donde los conocimientos del público general sobre Ghibli y los estrenos decentes de sus películas brillan por su ausencia). Al otro lado del charco, o incluso en nuestra vecina Francia, se le ha concedido el éxito y el reconocimiento que verdaderamente merecen. Pero no estoy aquí para hacer comparaciones innecesarias, aunque sí recordar a los fans españoles que aún queda mucho por hacer para que el público de este país valore las pelis del estudio japonés al mismo nivel que se valora a otros grandes cineastas atemporales como Chaplin, Eisenstein o Kurosawa.


Y es que por muchos Osos de Oro, Oscars, Baftas y premios de la crítica que hayan recibido los filmes del estudio, aún siguen estando algo infravalorados en diversos aspectos. Y es que todavía hay mucha gente que aún no se ha percatado de que los grandes genios y artistas todavía existen, y no es cierto que todas las épocas menos la nuestra los hayan tenido: debemos sentirnos profundamente orgullosos de ser personas contemporáneas a Hayao Miyazaki e Isao Takahata (que es algo que la gente del pasado y la del futuro no podrá decir), de la misma forma que en su día debió haber gente orgullosa de pertenecer a la misma época que Julio Verne, Edgar Allan Poe, Shakespeare, Tolkien, Meliés, Chopin, Da Vinci, Van Gogh, o Miguel Ángel. Creadores de sueños imposibles. 
Todos los grandes artistas (o mejor dicho, su genialidad y talento) están fabricados por el mismo material, el mismo material con el que nacen los sueños. Suena pretencioso, repetitivo y cursi de primeras, es cierto, ¿pero cuántas veces no nos hemos encandilado, enamorado o admirado la contemplación de seres que solo existen pintados como la Mona Lisa, los bisontes de Altamira, la persona que gritaba de forma perenne en cierto cuadro de Munch, los remeros que observan atónitos la enorme ola de Hokusai, o las bellas mujeres que asoman tímidamente entre cortinas de flores doradas a través de los cuadros de Klimt?


¿Cuántas veces no nos hemos preguntado cómo personas y dioses de todas las culturas, como David, la Venus de Willendorf, Laocoonte, Psique, Zeus, Apolo y Dafne, Buda o Moisés podían cobrar vida y surgir del duro y frío mármol o de la piedra como por arte de magia?
¿Quién no ha abierto la boca de asombro al ver convertidas en notas musicales, sinfonías, y canciones, historias y conceptos concebidos por la mente humana que abarcan desde el anillo de los nibelungos, las cuatro estaciones, la flauta mágica, un canto de amor en forma de piano para una tal Elisa, o los cantos gregorianos, hasta el lago de los cisnes, una invitación a "Imaginar" un mundo mejor por parte de John Lennon, o una "Rapsodia Bohemia"?
¿Quién puede negar que gracias a la palabra escrita, todos, grandes y pequeños, nos hemos podido sentir alguna vez identificados, implicados y haber querido como si fueran reales a Alicia, Bilbo Bolsón, Peter Pan, El Principito, Harry Potter, Hamlet, Holden Caulfield, Oliver Twist, Jean Valjean, Phileas Fogg, Sherlock Holmes, Auguste Dupin, Gulliver, o al loco soñador por excelencia, Don Quijote de la Mancha, junto a su fiel escudero Sancho?


Todos ellos, y de todas las modalidades artísticas, no existen en la realidad, pero son el fiel reflejo de nuestra forma de ver el mundo, y los hemos admirado y querido como si realmente hubiesen existido y estuviesen a nuestro lado en esos momentos de introversión que todos tenemos alguna vez y en los que preferimos sumergirnos y escondernos en el fantasioso mundo del arte antes que encararnos de frente a las vicisitudes de la vida, o por el contrario, los utilizamos y compartimos con nuestros seres queridos para estrechar lazos con el prójimo y sentirnos más vivos que nunca (que levante la mano quien no haya empezado una amistad con alguien por medio del "qué coincidencia, tenemos gustos afines, te gusta el mismo libro, la misma película, o el mismo grupo de música que a mi"). No existen en la vida real, pero es la imaginación de sus creadores (los artistas) y la implicación intelectual y emocional del público la que les convierte en reales, y hace que adquieran importancia en nuestras vidas, tengamos la edad que tengamos y sea cual sea nuestra condición social, nuestra cultura, nuestra educación o nuestro carácter.


No hace mucho tiempo leí un magnífico texto que afirmaba muy acertadamente que el arte es la ciencia de lo inútil. Esto suena muy peyorativo a simple vista, pero no lo es tanto cuando nos damos cuenta de que ni nuestro estómago distingue un simple plato de lentejas de una obra especial de Ferran Adriá a la hora de digerir nutrientes para nuestro cuerpo, ni un conflicto bélico va a terminar porque alguien escriba una canción en contra de ello. 
Pero ese plato de Ferran Adriá y esa canción contra la guerra nos alimenta y nos hace crecer como personas, refleja la época en la que se realizó esa "inutilidad" y, en definitiva, es lo que verdaderamente nos hace humanos y hace que cobren existencia nuestros valores, nuestra civilización y nuestra capacidad de admirar las hermosas "inutilidades" que se nos presentan a lo largo de toda nuestra vida. Esas inutilidades nos hacen creer que un mundo mejor es posible, y que podemos recrearnos en vivencias y experiencias ajenas que se les ocurrieron a otros basándose en su cotidianeidad y su propósito de dejar una firme huella en la historia. Porque a nadie más se le ha ocurrido, pero hay que contarlo, hay que expresarlo de algún modo, y en este caso tenemos a un tal Hayao Miyazaki (y a sus compañeros de trabajo) que ha decidido plasmar esas ideas "inútiles" en forma de películas.


Hoy más que nunca, debemos sentirnos profundamente orgullosos, como seres humanos, del importante legado que nos ha dejado el Studio Ghibli, un legado que nada a contracorriente de la mayoría de los valores de nuestro tiempo, pero que justamente por ello hay que valorarlo como el tesoro de valor incalculable para la humanidad (y para cada uno de nosotros como individuos) que realmente es. No son simples películas. Son valores universales. Porque siempre va a haber jóvenes inconformistas con ansias de cambiar el mundo y de solucionar los conflictos bélicos que se le presentan frente a sus narices (aunque para ello haya que intentar apaciguar y hacer de mediador entre dos bandos, como Nausicaä o Ashitaka).


Siempre va a haber niños imaginativos y despiertos que deseen más que nada en el mundo descubrir islas flotantes, viajar en Gatobús, sortear las olas de un pueblo costero para buscar a sus mejores amigos y, en general, vivir aventuras.
Siempre va a haber víctimas inocentes de los daños colaterales del invento más estúpido de la humanidad (las guerras) que nos recuerden quiénes son los verdaderos derrotados en una confrontación bélica (como la II Guerra Mundial) y en la tumba de luciérnagas en la que al final todos acaban.


Siempre habrá, por otra parte, algunos de esos locos soñadores que prefieren no saber nada de la guerra (o participan en ella para después arrepentirse, como Jiro Horikoshi, protagonista de Se levanta el viento) y surcan los cielos en un precioso avión (o hidroavión) para evadirse de los problemas y alejar el sufrimiento que causan los recuerdos del ayer.
Siempre habrá personas, por el contrario, cuyos "recuerdos del ayer" no supongan un gran sufrimiento, sino que les hagan sentir una sana y agradable nostalgia que les haga ver lo mucho que han aprendido en la travesía de la vida a base de perseverancia y esfuerzo, e incluso siempre habrán personas que de jóvenes se enamoraron y cometieron algunas estupideces para después, al cabo de los años, recordarlas con cierto humor y despreocupación.


Siempre habrá también jóvenes que no tengan ambiciones de salvar al mundo pero se encuentren de frente con el mayor reto de sus vidas (la madurez), un proceso por el cual todos hemos pasado (o pasaremos) y que no hay que menospreciar, pues puede resultar extremadamente difícil, pero siempre nos quedará el apoyo incondicional de nuestros más fieles seres queridos para afrontar ese gran reto y convertirnos en adultos, sin importar si nos llamamos Nicky, Chihiro, Sophie, Howl, Umi, o somos cualquier otra persona.

Algunos de esos jóvenes querrán madurar y hacerse personas completas a través del arte, siguiendo los pasos de terceros con admiración, ya sea fabricando y tocando violines, traduciendo canciones extranjeras, reparando relojes antiguos, escribiendo libros sobre gatos llamados Humbert Von Jikkingen, o de cualquier otra forma.


Siempre habrá familias, como los Yamada, que se tengan que enfrentar a las adversidades de la vida diaria, pero una pareja que realmente se quiere puede demostrar ser una unión imparable (que ni la mayor de las olas pueda romper) que enriquezca su condición de personas con el paso del tiempo y les haga ver lo mucho que se respetan y se admiran entre sí (todos necesitamos un apoyo como ese, algo tan básico como una pareja o una familia es un tesoro de valor incalculable que nunca hay que infravalorar, porque nos hace más fuertes).


Siempre habrá personas que sientan miedo de la muerte, miedo a desaparecer del mundo y ansíen la inmortalidad, pero deben darse cuenta de que cometen un grave error intentando rechazar algo tan natural como la vida (el final de la misma), y que eso es precisamente lo que nos hace tan afortunados: saber que vida no hay más que una, gracias a la muerte (y a ser conscientes de ella) podemos valorar la vida mucho mejor y hacer que cobre sentido.


Siempre habrá personas que luchen por acabar con el sufrimiento de nuestro planeta a manos de los humanos, personas con alto rango de valor ecologista que lo darán todo por la naturaleza y por el hogar en el que viven, y no es necesario para ello vivir con los lobos o ser un mapache, pero sí tomar ejemplo y concienciarnos de que aún estamos a tiempo de dar la vuelta a la tortilla y que la lucha por el bien de la naturaleza (y por nuestro propio bien) aún está a tiempo de tener éxito, pero hay que darse prisa.


No es tarea fácil pero no somos incapaces de ello: siempre habrá personas que en sus peores momentos se sientan diminutas o insignificantes, pero nadie es prescindible ni insignificante, tú mismo (mientras lees esto) tienes el gran poder de decidir tu propio destino y tomar las riendas de tu vida, no importa si tu estatura es como la de Arrietty o si eres enorme como el Espíritu del Bosque, todos somos iguales y somos capaces de realizar grandes proezas o pequeños detalles enriquecedores, aunque sea en nuestro día a día.


Y mientras siga habiendo en el mundo personas así que, sin saberlo, tengan alguno de esos valores en su interior y logren valorarse a sí mismos y a los demás sacando a la luz sus mejores virtudes humanas tras concienciarse o percatarse de ello después de haber visionado algo tan aparentemente simple como una película... seguirán siendo necesarias las "inutilidades" creadas por Hayao Miyazaki, Isao Takahata y el resto de personas que han hecho posible desde hace 30 años hasta ahora que el Studio Ghibli haya dejado de ser una utopía, se haya convertido en realidad, y haya formado parte de nuestros corazones, de nuestra cultura, y de nuestra existencia. Y que siga así por mucho tiempo. Y pensar que todo nació a partir de un Bosque Contaminado...


Feliz cumpleaños, Nausicaä. Larga vida al Studio Ghibli, y larga vida al arte.

______________________________________________________

·   ·   ·
sigue en...

Twitter | Facebook | Pinterest | Google+ | YouTube.

http://generacionghibli.blogspot.com