Cinco de la tarde. Sábado de quincena. En mi tienda ha habido tan poco movimiento que supongo que la gente está haciendo cola en los supermercados para hacer la compra. Para comprar lo que haya, no lo que en verdad necesitan.
Decidimos cerrar antes de tiempo e irnos a la zona del bachaqueo para ver si conseguimos algo de alimento para perros y, sobre todo, para gatos que hace tiempo se nos agotó y no nos ha llegado, porque el distribuidor no tiene. La idea es comprar algunos sacos grandes para detallarlos, más con la intención de poder cubrir la necesidad de los clientes que pasan roncha por toda la ciudad buscando el alimento de sus mascotas, que por lo que podría implicar como lucro. Vender dos sacos de Dog Chow de 22 kilos o uno de Gatsy de 15 kilos, “kileados“, no nos va a sacar de pobres, pero al menos le ofreceríamos el producto al cliente que lo necesita.
Al recorrer las calles de la ciudad vemos que, en efecto, los supermercados tienen las colas de gente afuera. Seguimos camino, rumbo a la aventura del bachaqueo.
Primer navajazo
Ya en la zona de nuestro destino. Al pasar frente a un comercio, paramos en seco. El local está atiborrado de alimento para perros y gatos. Si, justo el Dog Chow, el Gatsy y el Cat Chow que a mi negocio no llega, porque el distribuidor no tiene. Pregunto en cuanto me venden los sacos grandes:
-No tenemos sacos grandes para la venta. Esos los vendemos por kilo.
El kilo de Gatsy que yo vendí en mi tienda la última vez a 200 bolívares, allí está a 250. El Cat Chow de medio kilo que vino a mi negocio la última vez con el “precio justo” marcado de fábrica a 377 bolívares, allí lo tienen a 450.
Desilusionado, me monté en el carro dispuesto a irme a mi casa.
Segundo Navajazo
Ya que estamos por la zona y está más o menos tranquilo el lugar, decidimos averiguar si hay algunos productos que necesitamos y que ha sido imposible conseguir en los supermercados: arroz, harina de trigo, aceite de girasol, papel higiénico…
Paramos en un localcito donde quienes atenden están bebiéndose sus cervecitas del sábado. Una mujer sentada en su silla de plástico me pregunta qué busco:
-¿Tenéis arroz?
-Sí.
-¿A cómo?
– Cien bolívares.
El estómago me da un brinco. Según el gobierno, el arroz está regulado alrededor de los 20 bolívares el kilo. Disimulando mi molestia, le pregunto de cuál arroz tiene -pensé que podría tratarse de alguna de las variedades que no están reguladas y que llegan a costar poco más de 40 bolívares el kilo-.
Me enseña el paquete. No solo es arroz del regulado, sino que el empaque ostenta unas letras rojas en las que leo “Venezuela socialista”. El brinco del estómago se convierte en punzada.
Tercer navajazo
En un local próximo al anterior, entro a preguntar por el arroz. Cuesta los mismo que en el otro, pero es de otra marca. También del tipo regulado. Veo que tienen varios tipos de aceite y en el estante descubro algunos litros de aceite de girasol Vatel, de ese que hace más de un año vi por última vez en un supermercado y que desde entonces brilla por su ausencia.
-¿En cuánto tenéis el litro de girasol?
-Doscientos cincuenta bolitos. -Responde la chica gorda sin moverse de su puesto. El precio regulado es de 25 bolívares.
Echo una ojeada alrededor y veo jabón de baño Palmolive, Prótex y algún otro de marca desconocida, pero de los que no se consiguen en ningún supermercado regular desde hace tiempo y de los que solo te venden, cuando hay, un paquete de tres pastillas por persona a la semana. Como no necesito, decidí ahorrarme la arrechera y no pregunté el precio.
Descubro que tiene harina de trigo Robin Hood que según marcan los empaques tiene un “precio justo” de “Bs.F 50,00″ y le pregunto en cuánto está.
La navaja centellea en mi mente: “200 bolívares el paquete”.
Cuarto navajazo
En otro puesto de bachaqueros, pregunto por el precio del papel tualé. Tienen a 800 bolívares el paquete de doce rollos que está regulado, si mal no recuerdo, a menos de 50. Y el de cuatro rollos lo tienen a 400 bolívares. El marca Floral, porque el marca Scott de 12 rollos lo tienen en 1.200 bolívares.
Mientras trato de digerir los navajazos, desde su carro, pregunta un hombre:
-¿En cuánto me dejáis ese paquete de pañales?
-Dos mil quinientos. -Dice la mujer sin moverse de su asiento.
Navajazo final
El hombre se baja del vehículo y se desarrolla el siguiente diálogo:
Hombre (Con voz tronante): Esos pañales son para el guardia que siempre te los compra a vos y que vos se los dais más baratos.
Bachaquera (Recelosa): ¿Guardia…? Aquí no compra ningún guardia.
Hombre: Sí. Valecillos, el Guardia Nacional. El siempre te compra a ti los pañales.
Bachaquera (Con risa irónica): Aquí no es, porque aquí los guardias no compran nada. Cuando vienen, se lo llevan gratis. Se lo roban.
-No. No. Este no roba. Él los compra y se los dan más baratos.
Bachaquera (Fastidiada): Pues aquí no es. Aquí cuando vienen los guardias se roban todo.
Hasta aquí puedo aguantar. Con los navajazos del socialismo de Chávez asestados en el gentilicio, me subo al carro para salir de allí. Siento que con cada insición de la navaja, la patria agoniza. Se desangra.
Un carro nos adelanta en la autopista y en su vidrio trasero leo en letras rojas:
Mi hermana es psicóloga.
El vehículo sigue y pienso:
“Posiblemente, dentro de unos meses, allí dirá: “Mi hermana, la psicóloga, es bachaquera“.
Golcar Rojas
Publicada en #SOSVenezuela, #SOSVZLA, Bachaqueros, Comercio, Escasez de alimentos, Socialismo en Venezuela, Venezuela y etiquetada como #SOSVenezuela, Bachaqueros, Crónica, escasez, Escasez de alimentos