Ayer nos marchamos a hacer una ruta por Navaluenga. Habíamos quedado a las 11:30 para salir, aunque finalmente salimos casi media hora más tarde. La idea era ir hasta Navalacruz, subir el puerto de Navalacruz, darnos arriba la vuelta y volver por el mismo sitio. Al final no fue exactamente así, pues en Navalmoral, cuando ya volvíamos, fuimos hacia San Juan de la Nava y de allí, a Navaluenga.
Salimos del pueblo abulense con dirección a Navalmoral. Hasta allí fuimos a buen ritmo, pero tampoco sin forzar en exceso. A lo largo de la jornada tuvimos algún que otro pique, pero donde realmente fuimos dándolo todo. La cosa transcurrió bien, fuimos los tres integrantes juntos rodando. Me gustaría destacar que los coches, quitando uno que nos pegó un buen pitido, nos respetaban bastante, dejando la distancia exigida. Cómo se nota que en esta zona están habituados a rodar entre ciclistas, muchos conductores deberían aprender de los abulenses). Antes de llegar a Navalmoral nos encontramos con un pequeño grupo que iban rodando a un ritmo impresionante con la bici de montaña. Qué susto me dieron cuando, al pasarlos, se nos pegaron a nuestra rueda. Me acerqué a mi tío y le dije: "Oye, prepárate a sufir, éstos se han picado. Para nosotros tenemos". Por suerte, ellos solo cogieron rueda y luego, se fueron por un camino que salía a la derecha. Mientras, nosotros seguimos rodando hasta que llegamos a la primera cuesta destacable del día: Navalacruz. Cuando comenzamos a subir el puerto, al principio íbamos bien, rodando a buen ritmo, pero dejando siempre algo para el final. Mi padre, que era el que se conocía el puerto a partir del pueblo, ya nos había avisado a mi tío y a mí de cómo era, así que tampoco era plan de morirnos antes de tiempo. Una vez que llegamos a Navalacruz y conseguimos salir del pueblo, no sin antes tener un pequeño percance que casi hace que bese el suelo, mientras intentaba meter el automático, seugimos subiendo por la carretera. De repente, aquello se empina más que antes. ¿Y había que subir todo éso? Pues sí. Allí cada uno a nuestro ritmo para arriba. Mi tío enseguida tiró para adelante. Yo me quedé entre mi padre y él, en el medio. Yo no hacía más que sufrir, las pulsaciones cada vez me subían más. Iba completamente solo. Como sabéis, yo compito en atletismo, y me he dado cuenta tras experimentar esa soledad subiendo Navalacruz, de que la soledad que tiene un ciclista y un corredor de fondo es muy, muy parecida, esa sensación de ir solo sufriendo es muy parecida. Mi tío cada vez estaba más lejos, ¡qué manera de subir! Claro, en mi defensa diré que su piñón más grande era mucho más grande que el de mi padre y el mío. Le iba viendo cada vez más lejos. Cuando yo cogí la última curva, él ya estaba arriba esperándonos. Según iba llegando, me sacó una foto y por fin, corono, el calvario que había vivido en esos algo más de 3,5 kilómetros ya había terminado. Mientras llegaba mi padre, bebo bien, aunque había ido bebiendo desde que empezamos a subir antes de Navalacruz y había seguido bebiendo a lo largo del tramo duro, tenía una sed impresionante. Enseguida llega mi padre, bebemos y comemos un poquito, nos hacemos las fotos de rigor y tiramos para abajo, llendo a buena velocidad. Ellos ahí cuentan con una ventaja más que yo: aunque están muy finos, pesan algunos kilos más que yo, lo cual me obliga a ir pedaleando ya no para no quedarme frío, sino para poder ir a su ritmo. Hasta el pueblo de Navalacruz apenas tardamos tiempo. ¿No podíamos haber tardado eso en subir? Seguimos bajando y volvemos a hacer una parte del circuito que habíamos hecho a la ida. Pero esta vez en Navalmoral cogemos hacia San Juan de la Nava, pero para bajarlo. Tenemos buenos repechitos, menos mal que ya algo había recuperado de Navalacruz y me podía defender decentemente. Los últimos kilómetros eran cuesta abajo, perfectos para recuperar después de la ruta. Y finalmente, llegamos a Navaluenga.
Aquí abajo os dejo el recorrido que hemos hecho, en un enlace a la web de Wikiloc. También la podéis encontrar en Garmin Connect.
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