En algún punto del cosmos, debe ser injusto que “Levantando lunas llenas” dure apenas dos minutos. Sin embargo, en esos ciento veintinueve segundos (para ser exactos) sucede bastante, y para qué durar sólo por durar si es mejor quemarse que desvanecerse. En esa canción y sus pocos versos está el ADN de todo Melodía sin descanso: letras breves, energía arrasadora y amigable (“positiva” suena medio hippie, pero...), y el aire necesario para escuchar lo que se canta:
“Mientras los chicos golpean sus cabezas/ levantando lunas llenas”.
Hay frases que son musicales, poéticas; rockeras, de remera, aunque no sean poesía. Esa es una. Así como los sonidos procesados del comienzo en “Volvemos a intentarlo”, la frase llama, es un disparador. Se siente pero es difícil de asir.
Porque ¿cómo hacer para golpearse la cabeza y levantar no una, sino varias lunas (y llenas) a la vez? ¿Las cabezas sostienen el intento y por eso chocan entre sí? Preguntas estúpidas al margen, el objetivo está logrado: lo dicho suena y resuena, genera misterio (ayuda que la letra sea breve y se retroalimente de la misma música, en ese sube y baja de arpegios y distorsión). En el fondo, que se entienda es lo de menos.
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Ahí está el comienzo, lógico en un grupo que se llama Navë Hogar: el refugio está en el movimiento y la velocidad, y que sea fugaz no implica que no abrigue. Ahora que a la Nave se sumó un cuarto elemento, parece que trajo consigo un componente clave: más oxígeno.
Pero el viaje sigue y, con ese aire tan necesario -chequeen “Te olvidaste” o “Vuelven”-, la fugacidad gana en consistencia, lo efímero se construye desde otro espesor, que ofrece pausa al escape. Porque es cierto que todo continúa sucediendo rápido, sin tregua. Pero el boxeador debe darse tiempo para respirar y sacar el golpe noqueador:
Le pongo el pecho cuando veo que todo va para atrás
mis sueños corren detrás.
Otra vez, pocas palabras y grabado instantáneo. Y una nota de guitarra que se va destruyendo sobre sí, como si surcara ese desafío de ponerle el pecho a lo que venga (y llegara, con lo justo). Quizá por eso sólo le queden silbidos victoriosos a la “Melodía sin descanso”, que emerge tras la atroz reverberación como, paradójicamente... un respiro. Salvador.
Como los pibes que sostienen las lunas llenas. (¿Será eso? A quién le importa, supongamos que sí). Porque sin ellos, no existe quien pueda yacer frente al mar como en “Ahora”. Ni ellos, ni el aroma, ni la calma.