Más o menos como ese perro, rabioso contra algo desconocido que produce ruido y gira sin parar como el sistema, así me siento yo. Como la fábula del cornudo y apaleado, me dan, me siguen dando y me vuelven a dar. Me dan por gusto, porque sí, porque les sale de los huevos darme y seguir dándome, mordiendo, arañando y abofeteándome, como en una tortura infinita en la que, a cada cambio de método elegido, te obligan a revivir todos las anteriores.
Es la crueldad en su máxima expresión.
Bueno, sí, tal vez exagero. Solo tengo cáncer y la verdad es que hay cosas peores, pero a veces también a mí me da por la indignación y por gritarle al mundo que ya vale ¿no? Porque no solo es el cáncer, es también la indefensión social en la que estamos. Ninguna Institución del Estado reconoce la enfermedad y por tanto ninguna nos ayuda, que nos den por culo, así dicen, que ellos no quieren saber nada de nosotros, que no somos su puto problema y que no vayamos por ahí tocando puertas porque ellos no son nuestra jodida solución. Si no puedo trabajar pues me aguanto, se siente, haber pedido la muerte.
Navegamos solos por este oscuro y tenebroso mar llamado vida. Navegamos solos, más solos que un dedo en una mano sola. Navegamos porque no sabemos hacer otra cosa más que navegar. Navegamos porque nos gusta la mar. Navegamos a pesar de los hijos de puta dueños del sistema que nos quitan la esperanza y la fe. Navegamos solos pero juntos, muy juntos, tan juntos que a veces parecemos uno. Navegamos solos y solos seguiremos si nadie lo remedia porque más vale solo que mal acompañado y porque así sabemos bien dónde está el enemigo. Navegamos y navegaremos porque al final todo saldrá bien y si no, es porque aún no llegó el final.
Perdón pero con tanta charla me ha dado sed.
Ahora sí. Que pasen un muy feliz día.