También acabó en Nueva York, unos días antes cuando la bola de Times Square le dijo a los atrevidos y pacientes turistas que, empezado el año nuevo, terminaban las Christmas. Y así, desde el día dos, las calles se han llenado del icono navideño por excelencia: el árbol. La Navidad, en un desordenado ritual de deshacerse de lo que ya no vale, ha dejado tras de sí infinidad de abetos, pinos o similares que ya han dado, eso creerán sus dueños, todo lo que tenían que dar.
La mayoría, probablemente, no esperen milagro de la primavera. Lo darán por hecho. Y el año que viene, otro abeto (vivo, claro) para adornar la navidad.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
(...)
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.