Navidad con san juan de ávila

Por Joseantoniobenito

Sepan todos

que nuestro Dios es amor.

Fuego tiritando en hielo, 

fría noche de Belén,

¿quién en el establo, quién

llora con tan dulce duelo?

Llanto en la tierra es del cielo,

niño llanto embajador

de nuestro Dios que es amor.

Cuando entre pajas te veo

de amor dulce tiritar,

sé que solo tu deseo

es ser amado y amar.

La tierra vino a incendiar

tierno fuego abrasador

de nuestro Dios que es amor.

Verte envuelto entre pañales

misterio de amores es;

no buscar propio interés

son de tu amor las señales.

Del pesebre en los umbrales

tiembla gélido el calor

de nuestro Dios que es amor.

Y la Madre con cariño,

cuando te ve en el portal,

te abraza, su tierno Niño,

te adora, Dios celestial.

Madre siempre virginal,

luz que grita con ardor

que nuestro Dios es amor.

VILLANCICO QUE DICEN DE SAN JUAN DE ÁVILA

Jerónimo Anaya

Navidad, 2012

Señora Madre, más que todas las madres tierna… ¿por qué quitaste al Niño de los brazos y lo ponéis en el pesebre? (San Juan de Ávila)

Gran negocio fue que al tiempo del parto mandó Dios a la Virgen que saliese de su casa y fuese treinta y tres leguas; si fueron a pie o no, no se sabe; al fin, fue trabajo, y grande. Van a Belén y no hallan posada: otro trabajo. Aposentarse en aquel establo, otro trabajo. Alabanzas te den los ángeles.

Siente la Virgen que ya se llega la hora de parir. La media noche, no en dolores, que no los tuvo, sino en grandísimos regocijos; y crecían más mientras más se llegaba la hora del parto. Y porque en el mesón no había lugar para ellos, marcha junto a un pesebre a parir al Señor de los cielos y tierra. Alza los ojos al cielo. Cuando menos lo advierte, ve delante de sí al Niño bendito llorando. ¡Quién viera a la Virgen arrodillada delante de él! Y como sabía que era Dios, no lo osaba tomar de reverencia; y por otra parte, como era su hijo, con amor lo quería tomar. Toma licencia, y adorándolo por verdadero Dios, lo tomó en sus brazos. ¿Queréis ver la cosa más linda de las lindas? Ved una doncella en el  Portal de Belén con un doncel en los brazos, dándole el pecho.

- Señora Madre, más que todas las madres tierna… ¿por qué quitaste al Niño de los brazos y lo ponéis en el pesebre? ¿No veis que no hay almohadas? Señora, ¿no estaba más caliente y más blando en vuestros brazos que en el pesebre duro? Bien es verdad que no había lugar en la posada, pero  ¿no lo hay acaso en vuestro pecho? Más valéis Vos que los palacios, que los hombres y que los ángeles; más contento está el Niño en vuestros brazos que en palacios ni que en los cielos. Decidnos, por el amor que a vuestro Hijo tenéis, ¿por qué lo quitáis de vuestros brazos y lo ponéis en el pesebre?

El mismo Hijo la inspiró y la enseñó que lo pusiese en el pesebre. Pues que Él lo hace, preguntémosle primero a Él:

- ¿Por qué queréis, Niño, quitaros de los brazos de vuestra Madre y poneros en el pesebre?

- Para echaros en rostro vuestra tibieza y flojura… Para condenar vuestros regalos y deleites… Para decir a los hombres que se engañan en buscar riquezas, honras y regalos en la tierra…

- Niño, ¿por qué lloráis?

- Para que entiendan los pecadores, aunque hayan pecado, que se lleguen a mí sin temor, si se arrepienten de haberme ofendido.

   San José nos convida a que entremos en el portal, vayamos al pesebre y oigamos la voz que llora por nosotros, y que nos lleguemos a Él donde está llorando por cada uno de nosotros. Y si mirásemos aquel Niño con ojos limpios y entrásemos dentro de su ánima, hallaríamos un título que diría esto: "Que estoy aquí llorando por ti". Desde su concepción tuvo conocimiento de Dios y sabía todos nuestros pecados, y allí estaba llorando como cada uno de nosotros. Allí se acordaba de ti y lloraba tus pecados. Pues si está llorando por nuestros pecados, ¿qué pecador habrá que no tenga confianza, si quiere enmendarse? ¿Hay cosa en el mundo que dé más confianza que es ver estar a Cristo en un pesebre llorando por nuestros pecados?

-   Niño mío, ¿por qué lloráis? ¿Para qué en el pesebre?

-   Para dar a entender que huyo de las honras.

-   ¿Qué hacéis, Señor?

-   Comienzo a hacer penitencia de lo que tú hiciste.

Pues, ¿qué hará el cristiano que está mirando con ojos de fe cómo llora Cristo por sus pecados? ¡Qué tarde te conocí, Señor! ¿Por qué tantos años se me gastaron sin conoceros? ¿Quién habrá que quede tibio viendo a Dios humanado llorar? Si estando el sol en el cielo no lo podemos sufrir en el verano, ¿qué haría si se abajase acá? Si estando Dios en el cielo había quien acá le amase, ¿qué en bajando y poniéndose en un pesebre?

- Todavía me queda la duda. Reina mía: ¿Por qué ponéis a vuestro Hijo en el pesebre? Ya sé por qué lo hizo Él. Deseo saber por qué lo hicisteis vos… ¡Bendito sea el que le crió! ¿Por qué quitáis de los brazos a aquel cuyo Padre verdaderamente está en los cielos?

Cuando la Virgen veía en sus brazos aquel Señor de cielo y tierra, igual al Padre y al Espíritu Santo, de agradecimiento muchas veces creo que lloraría, y las lágrimas correrían por su cara, y vendrían a la cara del Niño y se la lavarían. "¡Que tengo en mis brazos al que me crió!". Bien lo sabía agradecer. Amaba a su Hijo más que a sus ojos.

-   Señora, ¿por qué perdéis tantos placeres? ¿Por qué quitáis a vuestro Hijo de vuestro pecho?

-   ¿Queréis que os lo diga? Y Dios os conceda gracia para saberlo entender y pensar, y que no se os olvide: Lo quito de mí para dároslo a vosotros. Yo lo mantendré para vuestro provecho.

El Cordero de Dios que tiene la Virgen en sus brazos no hay cosa más hermosa, que es el sacratísimo Niño. En los brazos de su Madre más resplandece y más hermosea a su Madre que en cielo ni la tierra ni que las estrellas. ¡Bienaventurados ojos que os merecieron ver! Una cosa muy linda: la Virgen y el Niño con ella, a su cuello. Una Luna vestida con un Sol. No hay cosa más hermosa de ver. Rogad a la Virgen que os de ojos para saberla mirar.

- Pues veis cuán hermosa estáis con Él, ¿por qué quitáis al Cordero de Dios de vuestro cuello? 

- ¿Queréis que os lo diga? Este Cordero estoy manteniendo para los hombres; yo trabajaré, tejeré e hilaré de mis manos para mantenerlo para los hombres.

Y para dártelo a ti lo pone en el pesebre. ¡Y que no te agradezca yo que me diste un Cordero mantenido treinta  y tres años, Cordero sin mancha!... ¡Bendita seáis vos y benditas vuestras entrañas, y el Niño, y quien os bendijere y amare sea bendito! ¡Cuánto te debemos, Santa de las santas, Amorosas de las amorosas! ¡Que te dé Dios a su Hijo en tus entrañas, y tomas el Niño y lo mantienes para nosotros!

¡Enhorabuena venga tal día, en el cual el Padre Eterno nos da a su Hijo, y su santa Madre también, y el Niño lo ha por bien! ¿Qué resta sino que, echando yo de mí los pecados, reciba yo a este Niño y me atreva a llamarle de aquí adelante: "Niño mío y Dios mío"?

¿No queréis que me alegre con este día? Está el pobre y el encarcelado esperando el día de Pascua, para que le den un poco de pan y lo suelten de la cárcel, y alégrase con lo que le dan, ¿y no queréis que me alegre yo con tal dádiva, que mucho antes estaba prometida cuando dijo Isaías: "Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado" (Is 9, 6).

No hay que temer al demonio si debajo de la sombra de este Niño estamos; no hay que temer infierno si con penitencia a Él nos llegamos; ni nos faltará bien alguno si de este Niño participamos.

Estaréis contento, Isaías, que tales voces dabais al Señor cuando decíais: "Envía ya, Señor, el Cordero, el dominador de la tierra" (Is 16, 1). Y, ¿por qué le llamáis Cordero?  Para denotar la alteza del Consejo de Dios: que el Cordero defienda sus ovejas del lobo. Cosa nueva hay, ¡y qué nueva!: que vaya huyendo el león y el lobo de ver un Cordero. Y es la causa por la que el demonio, que es lobo y león, tenía echada esta cuenta: "Los hombres míos son por el pecado; esclavos míos e hijos de mi esclava…". Esta, esta es la noche dichosa para nosotros y terrible para Lucifer, en la cual aparece Dios humanado, humillado y hecho Cordero, y se cumple la amenaza que en el principio del mundo Dios hizo contra el demonio cuando le dijo que vendría quien le quebrase la cabeza.

¿Habéis visto cuando hay mucha nieve, cuán dificultosa cosa es acertar con el verdadero camino, y cuánto peligro hay en errarlo y cuánto agradeceríais a uno que fuese delante, señalando el camino con sus pisadas, y tan ciertas, que no pudiesen errar?

La Verdad de Dios viene al mundo y desde esta noche comienza a caminar; y si miráis cuán ciegos están los caminos de las virtudes que llevan al cielo y cuán grande es la vanidad y mentira que en el mundo se usa, la cabeza se os desvanecerá y la virtud de los ojos se os turbará, como cuando miráis mucha nieve, y otro remedio no tenéis para acertar el camino sino mirar dónde este Niño pone los pies, y caminar por allí. Mirad su humildad, su mansedumbre, su caridad, su obediencia, que lo que pone por obra, eso predicará cuando grande.

Ley nos da, y conviene que la guardemos, y danos gracia y favores para guardarla. Moisés trajo mandamientos a solas, mas este Niño mandamientos y socorro para cumplirlos, porque mirando cuanto hace y cuanto padece por nuestro amor, nos convida grandemente y alienta para amarle a Él; y quien le ama, fácilmente cumple lo demás. Y no solo nos convida a amarle, mas Él nos infunde el amor, si aparejados nos halla, y nos enriquece aquí con bienes de gracia y después con bienes de gloria.

Aparejemos nuestros corazones, que viene Dios a nacer y no tiene casa ni cama; tengámoslos muy encendidos de amor, porque el Niño ha mucho frío. Y si tenemos tibios los corazones, con el frío del Niño los calentaremos, porque mientras más frío padece por nosotros, más amor enseña tenernos, y donde más amado me veo, allí debo más amor. De fuera frío padece, mas del mucho amor que tiene, no sufre ropa; que desnudo nace y desnudo lo ponen en la cruz; porque al nacer y al morir nos enseñó mayor exceso de amor. Aparejemos cuna para dormirlo, que es sosiego de contemplación. Y miremos de tratarlo y cuidarlo bien, que es Hijo de alto Rey; Hijo es de Virgen y en virginales corazones reposa de buena gana.

"Señor mío, según mi flaqueza os he aparejado mi pobre cuna y establo; no despreciéis Vos, Señor, los lugares bajos, pues no despreciasteis el pesebre y el lugar de los condenados". Y por eso quiso Él nacer en establo, para que aunque yo haya sido malo y mi corazón haya sido establo de pecados, confíe que no me menospreciará.

"Señor, aunque yo haya sido malo, me he preparado como he podido; con vergüenza lo digo: Aparejado tengo mi establo; venid, Señor, que el establillo está barrido y regado. Establo soy, supla vuestra misericordia lo que en mí falta, provea lo que yo no tengo".

Y si os preparáis así, sin ninguna duda vendrá. Quiera en su misericordia que de tal manera nos preparemos, que Él nazca en nosotros, que nos dé aquí su gracia y después su gloria. Amén