En este sentido, no importa si este 2011 - que se nos está escurriendo por entre los dedos - no ha sido todo lo bueno que deseábamos; aún así, seguramente, nos ha dejado buenas cosas y ellas merecen ser celebradas. Cada golpe, tropiezo o caída nos ha dejado un moretón, pero también una enseñanza y nos ha enriquecido de espíritu. Cada logro, entretanto, nos ha permitido comprobar de lo que somos capaces de alcanzar si nos lo proponemos.
Navidad significa Nacimiento. Si bien, la festividad surgió como una de las conmemoraciones católicas más importantes del calendario religioso, hoy en día se celebra en la mayoría de los hogares del mundo. Para algunos significará el reconcimiento de la llegada de Cristo que con su amor vino para cambiarnos, para perdonarnos, para prepararnos. Para otros, puede ser una oportunidad única para dejar nacer en su interior la siempre cálida llama de la esperanza: para ser capaces de perdonar a aquellos que nos han lastimado; para festejar la vida y las cosas bellas que nos brinda cada día; para ser capaces de ponernos nuevas metas que alcanzar (y, al menos, intentarlo) el próximo año...
Agradezcamos, entonces, por todo aquello que tenemos (si hacemos un análisis concienzudo, descubriremos que son muchas cosas, por cierto); recordemos a nuestros seres queridos que ya no nos acompañan, sin dolor, intentando rendirles homenaje con una sonrisa en nuestro corazón; disfrutemos de estar con nuestra gente porque, en parte, somos consecuencia de ellos, sus defectos y virtudes.
Permitámosle cobijarse en nuestro corazón al espíritu navideño que nos llenaba el cuerpo y el alma cuando éramos pequeños. No me refiero a la ansiedad por recibir regalos, sino a la magia que significaba prepararse para la Navidad (la reunión, los preparartivos, madres y abuelas poniéndose de acuerdo en la cena y el almuerzo, preparar adornos, guirnaldas, tarjetas para engalanar la casa, la mesa y el árbol; esperar despiertos hasta las doce para saber si Papá Noel - o como se llame en tu país - era real o un truco de los mayores; colocar la imagen del Niño Jesús para completar el pesebre después de la medianoche, la misa de Gallo, las luces del árbol, las canciones navideñas...).
Olvidémonos de muchas cosas, pero no dejemos de festejar - a nuestro modo y como nos nazca - la Navidad. Austera o menos humilde; en tu casa o de tus padres; con amigos o sólo para la familia; en tu país o en tierras extrañas porque el espíritu de la Navidad nos acompaña en cualquier lugar y en cualquier idioma, sin condicionamientos de ninguna clase.
Seamos cursis y pidamos paz, amor, que termine el hambre, que se curen muchas de las graves enfermedades que perjudican a la humanidad, trabajo... Si convertimos en acción nuestros deseos, todo es posible porque no importa lo que hacen los demás, sólo importa lo que hago yo. No importa si los demás no me acompañan, no por ello, voy a dejar de luchar por mis sueños y mis anhelos.
Una alternativa bien válida es acercarse para ayudar y acompañar a aquellos que pasan necesidades, que están solos, que son ancianos y se encuentran olvidados por sus familias, que son tan humildes que no podrán festejar mucho. Tu compañía, tu sonrisa, tu ayuda, tu tiempo y tu mano abierta harán verdadera magia para ellos y para tí porque es una experiencia que puede cambiar varias vidas en un solo rato. Si no podés (porque no lo deseás o no te lo permiten) pasar toda tu Navidad con personas que han perdido todo y que tienen poco y nada para festejar, podés brindar una mano a quienes quieren, pueden y les permiten ayudar al que necesita reencontrar el significado de la Navidad.
El camino que elijas para celebrar esta Navidad no es lo importante. Lo verdaderamente destacable es que tus acciones acompañene un renacimiento en tu interior para lograr ser mejores personas cada día. Poco vale destacar en un ámbito determinado del quehacer profesional si no se tiene la capacidad de ser mejor persona cada día. Nuestra esencia, nuestra forma de ser es lo que vino con nosotros y también se irá con nosotros al final del camino. Cultivarla, enriquecerla, mejorarla es nuestra obligación permanente y, tal vez por esto de que el balance se presenta obligado a fin de cada año, sabernos mejores y prepararnos para seguir trabajando nuestros dones es parte del espíritu navideño también.
Por todo ello, les deseo una bella, individual, movilizadora y única Navidad a cada uno de ustedes y permitan que ese espíritu se albergue de manera permanente en sus corazones y sus vidas.
¡¡Felicidades!!
©Silvina L. Fernández DiLisio
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