A falta de dos meses exactos prácticamente para que el mundo se llene de felicidad y regalos, hay quienes se apresuran en adelantar la fecha y como si de una carrera de fondo se tratara, engalanan lo habido y por haber para estar entre los primeros y adelantados adoradores de la fiesta invernal por excelencia. Hablo, está claro, de la Navidad.
En estos días, y dentro de mi afán de buscar temas sobre los que escribir, me recorrí diferentes calles de la cosmopolita ciudad en la que vivo, observando todo lo que me rodeaba hasta que me percaté de un detalle muy curioso que fue incrementando mi interés sobre el tema descubierto, conforme encontraba nuevas pistas
Lo que vi fue un Papa Noel colgado de un balcón. Ustedes pensarán que salgo poco porque eso es lo más visto cada año por Navidad. Pues sí, lo había visto, pero es que este Papa Noel, solo tenía un calzoncillo y estaba pintado como un soldado. Presto a saciar mi curiosidad, me adentré en el edificio y subí a la casa desde donde colgaba este Papa Noel semi-nudista. Allí, la dueña de la misma me abrió y al dejarme entrar, comprobé que no sería lo único que me iba a sorprender aquella tarde.
Lo que atrajo mi atención es que sobre la mesa del salón de aquella casa, ya estaban dispuestos y estratégicamente colocados, polvorones, mazapanes y turrones. Poca cantidad, pero bien distribuida. Claro, al ver que faltaban dos meses y ya había visto su Papa Noel y tanto dulce navideño preparado, tuve que preguntarle: Señora espero no resultar osado, pero ¿cómo es que tiene ya el Papa Noel en el balcón, éste está sin ropa y encima tiene ya los polvorones y turrones sobre la mesa?
La señora me explicó que tras la muerte de su marido, hacía unos años, y con el poco dinero que le entraba limpiando casas, no tenía para darles unas fiestas dignas a sus dos hijos, así que tras las pasadas fechas, compró lo que pudo en el supermercado de la esquina que siempre tras el día de reyes, ponía a mitad de precio los polvorones y turrones y los dejaba encima de la mesa bastante tiempo antes porque así al menos se alimentaban la vista durante un par de meses.
Sobre el Papa Noel, me explicó que lo tenía colgado fuera del balcón para que su hijo no lo viera porque ese era su regalo; un guerrero de barba blanca y cara tiznada, como sonreía al contarme. Y que la ropa del Papa Noel, la guardaba ya como vestidito de una muñeca para su hija; una muñeca que nunca parece poder comprar, añadió. Pero lo que más sorprendente me pareció fue que llevaba haciéndolo tres años, desde que la crisis comenzó, y que sus hijos año tras año y aún sabiendo cual era su regalo, mostraban la misma ilusión.
Al salir de aquella casa, me fui con una extraña sensación. Yo también fui feliz por un instante en aquel hogar, porque me di cuenta de algo muy importante. Da igual lo que nos vendan, porque la verdadera felicidad es aquella que tenemos en nuestro interior, y que aunque adornemos con cosas materiales nuestras vidas, estas nunca podrán sustituir a la verdadera felicidad.
En estas fechas en las que la riqueza está tan mal repartida, pensemos que la felicidad reside en recibir el regalo más preciado, el cariño de aquellos que están con nosotros.
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…