Por otra parte quiero dar una lección a mis hijas, ya que me conocen poco; porque si me conocieran bien, nunca se hubieran atrevido a pedirme el cambio de etiqueta en estas fechas tan señaladas para esta casa. Ellas son mujeres preparadas, con esto quiero decir que están acostumbradas a comer –como vulgarmente se dice- de muchos platos. Yo lo voy a pasar de lujo y mi marido, barón con suerte, también lo pasará bien; eso sí, sin demostrarlo. He contratado a un apuesto joven para esas noches, que hará su aparición en el comedor vestido de repartidor con todas las cajas de Telepizza, una encima de otra, en el justo momento en que estemos todos sentados a la mesa. Al servicio de casa, por supuesto, les he dado fiesta. No les ha parecido bien, tengo que decir: eso de perderse la distinción y no participar de ella les ha sentado como un tiro. Y es que son de la familia. Les he dicho que les enseñaré las fotos de estas primeras fiestas navideñas tan informarles. Ellos se han espantado sólo de pensarlo. ¿Dónde se ha visto un mantel de papel en esta casa? Nunca pude imaginar una mesa de navidad con un mantel de papel –eso me dijo Celestino, mi querido y apreciado mayordomo.La tragedia puede venir cuando se den cuenta de que no hay cubiertos y no habrá cubiertos porque para que mis yernos se sientan completamente liberados del golpe de punta de cuchillo y tenedor, así se darán el gustazo de comer con los dedos. Eso sí, tendrán que hacerlo sin mancharse. A ver si son capaces de hacerlo. Mis hijas por supuesto que sí, les enseñé a comer el cuscús con los dedos al estilo marroquí. Comer con los dedos no es una falta de educación, lo que es una falta de educación es untarse los dedos de grasa y aceite. Los marroquíes y el mundo árabe en general suele comer con las manos, pero sin mancharse los dedos. Es una maravilla verlos comer, con que delicadeza cogen con la yema de los dedos los trozos de carne. Toda mi familia sabrá llevarse el cuscús a la boca con las yemas de los dedos, pero estos dos pardillos añadidos darán la nota y hasta el campanazo: lo dejarán todo perdido, como si hubiera pasado un rebaño de ovejas por la mesa. Lo estoy viendo. Yo los dejaré en ridículo lanzando alguna de mis puyas en mitad de la escena, por ejemplo: ¿Pero es que no os enseñaron en el colegio británico a comer con los dedos…? Van a ser estas Navidades 2013 muy entrañables y para mí la mar de divertidas; en los sucesivo, viendo mi capacidad de convertir una mesa de etiqueta en una fiesta informal tipo cumpleaños infantil, espero que mis hijitas dejen de pedirme a propuesta de sus mariditos que abandone la etiqueta. A otros, esta salida de pata mía, les parecería hasta divertido; pero a mis yernos no. Tienen demasiado sentido del ridículo y en el fondo aman la etiqueta y el lujo; pero les fastidia que mi casa lo tenga y ellos no: demasiados complejos de clase. Ya me relamo del gusto viendo al repartidor entrar en el gran salón de mi casa con la torreta de pizzas; salón donde imperan un soberbio árbol de navidad que sube hasta el techo y un belén napolitano. Belén que gané en el juego a mi hermano pequeño. Yo era una entusiasta de este belén y mi hermano un jugador empedernido. Lo cierto es que le tocó a él en herencia y en una de esas partidas con mucho dinero encima de la mesa, le hice que se jugara el belén a una carta. Mi hermano aceptó el desafío y yo me quedé con esta maravilla de belén del “settecento”. Pero como tengo buen corazón y me considero una mujer muy generosa, se lo pagué bien, muy bien. Adoro a mi hermano y él a mí: lo he sacado de más de un aprieto. Navidades… unas fiestas entrañables a pesar de las familias políticas. Espero que después de este paréntesis informal, mis hijas y mis yernos me pidan volver a la normalidad; de lo contario, ésta que por linaje es Baronesa de Canillamenuda pasará las navidades en Laponia celebrando el solsticio de invierno con los renos.
Os deseo a todos una feliz Navidad y un venturoso 2014.