IMPROPERIOS CUARESMALES
—Por fin comenzó la fiesta.—¡Enhorabuena!—¡A buenas horas!—Tengo entendido…—¡Alto ahí!—Vaya, pues sí que está usted suspicaz…—Precaución solo.—No se me amohíne, hombre.—Es que lo veo “de” venir.—Ese “de” está de sobra.—Era tan solo un anzuelo.—Ya, ya.—Para verle los reflejos.—Pues ya ve.—Y si acaso…—Diga, diga.—Saber de qué pie cojea.—Le dijo el tullido al manco.—No hace falta señalar.—No, si yo no…—¿Usted tampoco?—Bueno, es que solo quería…—Diga, diga, no se prive.—Es que, vamos, que me han dicho…—A ver, a ver…—Que es usted un agonías.—¿Quién yo? Quite, quite, no me vaya usted a tiznar.—¡Lo ve! Cuán fácil se enerva.—¡Qué redicho, besugón!—Vamos a la par, ¿no cree?— ¡Es usted un andarríos!—¡Será baldragas! —Gualdrapas, más bien.—¡Cabestro!—¡Cafre!—Ya veo: un vulgar cantamañas.—¡Lo dijo un chisgarabís!—No venga con chuminadas.—Ni usted con soplapolleces.—Veo que es usted un culo de mal asiento.—No me toque las domingas, caballero.—¡Vaya misales, Pernales!—De esa no me consta el quibus.—Habrá perdido el oremus.—Eso será, ¡voto a bríos!—Vale, vale, pues yo voto…—¡Lo barrunto!—¿Sí?—Clarinete.—No le guardo la papela. —¡No te amuela!—Quédese el Chápiro Verde para mejor ocasión. —Y pasemos a otro asunto.—¿Qué me dice de los patos?—¿Los ribereños de acá?—Equilicuá: del famoso Manzanares.—Pues que andarán todos sordos.—Con los ‘cobetes’ y eso.—La curiosa mascletá. —Eso. ¿No le parece que es…—Una broma algo subida de tono.—Estruendosa, mismamente.—Pero también una muestra de mul-ti-cul-tu-ra-li-dad.—Si usted lo dice.—El hecho habla por sí solo.—Ya lo creo que habla: grita.—Pues ya puestos, vengan Fallas.—Los Ninots ya los tenemos.—¡No sea usted obsceno, hombre!—Quite, quite…—Que ya puestos, digo yo…—¡No se prive!—También se podría importar…¡de Cádiz el Carnaval!—¡Brillante idea!—La gran fiesta del humor y la palabra.—Me pasaría febrero entero repasando tanto bueno.—¡Ya le digo!—Y este que es bisiesto más.—Aunque lo veo yo a usted algo escurrío.—¿Cómo dice?—Sí, que se le quedan algo duros los gabrieles.—¿Y eso que tiene que ver? —No, nada, pero de madrileñismo hablamos..—Pues menuda jaimitada.—¡Es usted un Jeremías!—¡Hala, hala! ¡Vuelta la burra al trigo!—Eso le pasa por andar lechuceando.—¡Oiga, lechuzo lo será usted!—Lo decía en sentido alipórico.—Pues tenga usted más cuidado.—No se engatille, paisano.—Ajajá: no se la compro…—¿Qué cosa?—La rima fácil.—Se le ha dejado en la mano.—Por eso mismo.—Ya me vuelve usted de nuevo con su vieja rechuflilla.—“¡No s'ha jodío aquí er niño de la polla lisa!”—¿Cómo dice?—Citaba no más. ¿Es que no ha visto las vírgulas, vulgo comillas?—Creí que eran dos rasguños y que arañaba usté el aire.—Tiene usted una cosas.—La mímica, ya se sabe.—¡Ay, qué polvorilla!—¿Y qué?—Las cosas que tienen fuste…—No se ponga usted románico—¡Se habrá visto el pajillero!—¡Hala, dele!—Se me salen los akais.—Ojos como puñalás.—Vaya chupa que le veo.—Y con mucho perendengue.—¡Y qué zanguango!—¿Y qué más?—Nada, si acaso…—Suelte el caso.—Solo nos queda invocar…—¡Virgen de la Patarrastro!—No diría yo tanto, pero…—¡Sea!—¡Sea!—Ea!—Ehhh!(Y se alejan, poco a poco, hasta que no se les ve).(LUN, 99 ~ El retorno de los Merluzos)