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Se cumplen en estos días cinco años ya del movimiento Obama. Tras los ocho años de plomo de George W. Bush, Estados Unidos iniciaba una fase nueva de su historia con la elección del espíritu propositivo y de cambio de la candidatura de Barack Obama frente a las planas propuestas del republicano McCain. Este aire de cambio llegó hasta África. Por primera vez un hombre negro comandaba el ejército militar y económico más grande del mundo. Las esperanzas de que la potencia mundial dominante entendiera por fin los problemas de los países africanos recorrieron muchos rincones de la política subsahariana.Pero la negritud de Obama ha resultado no ser tal. A pesar de que nada más llegar a la presidencia Obama visitara El Cairo y Accra y contagiara así su optimismo, la realidad de la intervención de Washington en el continente durante estos años es otra. Obama tardó casi un año en fijar su política frente a la Unión Africana, y casi cuatro en lograr publicar un documento de política sobre África Subsahariana. Su política de gestos que no se ha traducido en documentos o acciones de impacto.
La misma estrategia para África Subsahariana que, de haber perdido Obama contra Romney nunca habría podido implementar, establece cuatro ejes de actuación –democratización, oportunidades económicas, paz y seguridad y desarrollo- que en el fondo se traducen en dos. Y es que Obama sitúa a África Subsahariana como un actor fundamental en la economía y la seguridad de la comunidad internacional.
En la guerra económica, Washington ha perdido protagonismo como inversor en el continente. Hasta el punto de que desde 2009 China supera a Estados Unidos como mayor inversor. Esta pérdida de protagonismo ha venido acompañada de la implementación de la African Growth and Opportunity Act (AGOA), creada por la Administración Clinton en 2000, potenciada por Bush durante su mandato y que ahora Obama pretende reformar. Esta herramienta promueve la inversión estadounidense en África Subsahariana, y no ha tenido impacto a la hora de convertir ésta en una inversión más sostenible y que promueva el crecimiento interno.
En cuanto a la guerra militar, el puesto de mando para África Subsahariana, el AFRICOM, nunca ha estado del todo desarrollado. Atrapado en la política militar de un Estado que ha tenido dos guerras abiertas, el AFRICOM se ha dedicado a formar y armar a los ejércitos locales con el combate a los grupos terroristas como principal objetivo. El reciente acuerdo de Washington con Níger para establecer una base africana de dronesresponde a la coyuntura actual en Mali, pero también a la fuerza que está tomando Boko-Haram en Nigeria.
Frente al abandono escénico al que, durante sus primeros cuatro años, Obama ha sometido al continente la Secretaria de Estado Hillary Clinton se ha puesto manos a la obra. La ofensiva de Clinton por recuperar la imagen de Estados Unidos en el exterior y trazar nueva alianzas diplomáticas la ha llevado a visitar 23 de los 54 países del continente. Entre sus hitos está el apoyo al nuevo gobierno de Somalia, reconociéndole como legítimo –hecho que no pasaba desde 1993- y apoyando su indivisibilidad frente a las regiones secesionistas. También ella ha sido decisiva en el proceso que finalizó con la división de Sudán en dos Estados y deja el camino encauzado para que el conflicto en la fronteriza región de Abiyei se resuelva formalmente con otro referéndum.
Clinton ya tiene nombrado sucesor, el excandidato a la presidencia John Kerry, quien a priori debería mostrar cierta sensibilidad hacia África al estar casado con una mozambiqueña formada en universidades sudafricanas. Kerry tendrá que lidiar con la sombra de Clinton y una figura presidencial que, poco a poco, parece querer priorizar su presencia en la política africana estadounidense. Estos días hemos visto cómo Obama sedirigía a la nación keniata, de donde era originario su padre, para pedir unas elecciones presidenciales sin violencia.
Estamos tan sumergidos en el día a día de la crisis global que hemos consumido una legislatura de las dos de Obama casi sin darnos cuenta. Y no ha surgido un verdadero cambio del orden global. Los problemas son los mismos que en el mandato Bush, las respuestas se le parecen, y no conseguimos quitarnos la sensación de estar perdiendo muchas oportunidades. El cambio de halcones por palomas no ha sido suficiente.
La gestión de la política interna, principal mandato de Obama, no debería servir de justificación para evaluar el impacto de las nuevas acciones estadounidenses en África Subsahariana. Las segundas legislaturas, especialmente el final de éstas, son habitualmente utilizadas por los presidentes para intentar modificar la imagen exterior que se tenía de ellos. Obama finalizará en 2016, un año después de la fecha límite para diversas metas internacionales y todo apunta a que las buenas intenciones de Barack terminarán por imponer un nuevo pacto blancocomo el pacto del Milenio que, pensado para ser incumplido, sitúe a África Subsahariana en el foco de una política espectáculo internacional que no tenga verdadero impacto en el día a día de los africanos y las africanas. Al final el profesor Ake puede volver a tener razón: la prioridad no es el desarrollo del continente, por muchos documentos estratégicos que nos encarguemos de diseñar.