El incidente en sí mismo no tiene ninguna importancia, pero incluía a una mujer jubilada del barrio que, al escuchar decir a su hija que tenía ganas de que llegara la hora de cerrar el negocio e irse a su casa a descansar y estar con sus hijos pequeños, la reñía para recordarle que “para una mujer no existe el descanso, puesto que al llegar a casa, tenía que continuar trabajando allá. Era el precio de ser mujer”. Lo dijo con una rabia profunda hacia la vida en sí misma. Pero lo peor de todo es que su hija, que regenta el negocio familiar, le dio la razón. La tienda estaba llena de señoras y comenzó la típica conversación de carnicería en donde aparece el mismo argumento repetido desde el punto de vista de cada una de las voces presentes.
Me fui triste y sin comprar nada. La rabia por no decir odio de aquella mirada, la resignación de la hija de apenas treinta y cinco años, las voces del coro como idénticas víctimas de la situación expuesta por la primera señora, todo aquello me produjo una sensación de que el sometimiento a los dictados del patriarcado está muy presente todavía.
Si desgranamos la situación nos encontramos con que la culpa sigue dominando la vida de esta mujer joven que no se permite ni reivindicar su tiempo de descanso como mujer trabajadora. Al tiempo sigue sumisa a los dictados de su madre que es la transmisora de los valores tradicionalmente asignados a las mujeres, en los que incluso se hace patente la falta de solidaridad con su propia hija a la que reprende por desear estar con sus hijos y le recuerda su misión dentro del hogar.
Me llevó a mi universo particular de reflexiones y fui consciente de la necesidad de que sigan vivas las militancias y los activismos de clase y de género pero siempre políticos para que, algún día y en algún momento, las hijas o quizás nietas de esta mujer joven sean realmente libres para apropiarse de su propia vida y hacer de ella lo que consideren más oportuno en cada momento sin la presión de madres y/o abuelas.
Y las militancias se derivan de ser mujer porque es necesario reivindicar nuestra presencia activa en el mundo como seres libres e iguales en derechos a los hombres en todos los aspectos. Y, por supuesto seguir denunciando las situaciones de las mujeres de otros lugares del mundo cuyas situaciones vitales son bastante peores que las nuestras.
De ser mujer trabajadora, porque nuestras situaciones laborales son diferentes a las de los hombres. Porque necesitamos a las bravas y luchadoras mujeres sindicalistas que con sus modelos de hacer sindicalismo, casi siempre incluyen en sus discursos las situaciones de desigualdades laborales de las mujeres y que cuando negocian se toman en serio los derechos y situaciones de desigualdad existentes en las empresas.
Militancia activa en el feminismo puesto que sigue siendo claramente cuestionado por las esferas del poder que pretenden deslegitimarlo y satanizarlo porque denuncia y cuestiona el origen de los privilegios de género y de clase que consagra el patriarcado más rancio y explorador, como hermano gemelo que es del capitalismo más feroz.
También sigue siendo necesario reivindicar a través de las militancias y activismos, una sociedad laica. Porque ya vemos que lo del “Estado Aconfesional” no funciona y los de faldas largas y negras siguen mandando (o al menos intentándolo) a través de los gobiernos, en nuestros cuerpos y vidas de mujeres. Y sencillamente hay que echarlos de nuestras vidas y no permitirles que nos impongan decisiones según su credo sectario, misógino y ultraconservador que nos condena a ser seres complementarios de los hombres. Y va a ser que no, porque soy atea convencida y en mi cuerpo mando yo y sólo yo.
Y más que nunca hemos de reivindicar también la República como forma de Estado. Nos la robaron con el golpe de estado que originó la guerra civil y que impuso un régimen fascista que duró casi cuarenta años. Aquella que nos dio tantos logros en tan poco tiempo y que se cargaron precisamente por eso ha de ser un referente para la militancia y el activismo que defiende y busca sociedades progresistas, igualitarias y equitativas, solidarias, antifascistas y respetuosas con todos los seres humanos sean cuales sean sus orígenes, condiciones, orientaciones, creencias, sexos, etc. No podemos seguir pensando que nunca pasó nada cuando tenemos como Jefe del Estado a un señor que lo es precisamente como parte de la herencia del dictador fascista que asesinó hasta prácticamente su muerte y que sembró en miedo que sigue persiguiendo a tanta gente temerosa de todo.
Ese miedo que sigue en los tuétanos de tanta gente que teme ser escuchada en público, que teme expresar sus opiniones contrarias a lo establecido para no ser juzgada por ese tribunal público implacable que es el juicio social, el qué dirán y que por tanto es mucho mejor ser dócil a los mandatos y ser lo que se espera que seas, sin más, aunque eso te impida ser feliz. Porque, como dicen las personas mayores, víctimas a su vez de esa dictadura de curas, “a este mundo hemos venido a sufrir” y no a sentir placer que es pecado.
Y de nuevo la culpa por buscar ser feliz, por ser diferente a ser como se espera que seas, paraliza a demasiada gente.
Y para acabar, a la suma de todos estos factores paralizantes, le hemos de añadir el miedo colectivo a una vigilancia invisible pero presente por cuestionar las decisiones injustas e implacables que este desgobierno facha, ultracatólico y servil a los intereses de los poderes económicos está tomando y que nos empobrece cada día más al conjunto de personas. Ese miedo a lo invisible pero que en cada telediario nos recuerdan que está presente con la criminalización de las voces discordantes como por ejemplo la gente sindicalista para quienes se piden penas de prisión por ejercer el legítimo derecho constitucional a la huelga. O los insultantes indultos a gente corrupta mientras se le deniega a una mujer que, víctima de una enajenación mental, mató al violador de su hija al que se encontró por la calle y que en tono jocoso le preguntó cómo se encontraba la niña.
Miedo colectivo y rabia contenida al ver como la justicia no es igual para todo el mundo y que en los bancos de varios parlamentos autonómicos se sigue sentando gente corrupta que ha robado dinero público a espuertas, pero que no pasa nada…mientras que por robar para alimentar a las criaturas, te pueden caer años de cárcel. Eso también influye en ese viscoso y asqueroso miedo pegadizo que impide levantar la voz para denunciar estas situaciones.
Y se hacen más necesarias que nunca las militancias. Reivindicar como políticas esas necesidades. Levantar la voz y ser activista, en definitiva de los derechos humanos básicos que nos están arrebatando.
Y, desde aquí invito a que reflexionemos un poco sobre cual es o puede ser nuestra aportación para que ese cambio sea posible y, también para que en un ejercicio de honestidad íntima y personal, calibremos el alcance de nuestros propios miedos que se suman a los colectivos, convirtiéndolo en un gran monstruo paralizante y que, en definitiva, es lo que se pretende por parte del poder establecido.
Yo así lo voy a hacer, porque considero que no se puede ser libre cuando el miedo está presente.
Y porque lo personal es político y la política, bien entendida ha de ayudar a ser felices y libres a las personas.
Ben cordialment,
Teresa