Necesitamos compromisos

Publicado el 16 junio 2015 por Polikracia @polikracia

Tras las últimas elecciones municipales y autonómicas, multitud de corporaciones de Gobierno quedaron parcialmente paralizadas fruto de las débiles mayorías que la ciudadanía decidió otorgar a los diferentes bloques políticos. Si bien es cierto que en términos cuantitativos no parecen comprensibles las dificultades que han surgido para la formación de gobiernos, pues a pesar de lo ajustado de determinados resultados es posible alcanzar en muchos lugares mayorías absolutas, la cualidad política de estos acuerdos no va en la misma línea. Así, lo que en principio podía suponer un triunfo importante para las fuerzas progresistas ha acabado por ocasionar multitud de quebraderos de cabeza, debido principalmente a los –fundados– recelos que las formaciones más jóvenes y escoradas en el espectro político tienen respecto del PSOE, aunque el Partido Popular también está encontrando unas enormes dificultades para encontrar apoyos a pesar de tener una ventaja holgada allá donde los busca, y hay sitios en los cuales su nombre es impronunciable y todos los actores políticos asumen cuando existe la más diminuta de las posibilidades de constituir un gobierno alternativo que ésta debe ser la prioritaria. Sirvan de ejemplos Badalona o Mallorca.

Ciertamente, no deja de ser llamativo que los de –por ahora– Pedro Sánchez no sean capaces de generar confianza en sus, a priori, aliados políticos con independencia de si han gobernado o no. En esta línea, puede comprobarse con facilidad que Andalucía, Extremadura, Castilla La-Mancha o Aragón atraviesan dificultades parecidas a las que vivimos en el País Valencià para alcanzar un pacto estable. Ello pese a que Fernández Vara o García Page “solo” necesitan el beneplácito de Podemos, mientras que el Consell valenciano no conocerá un líder estable si no consigue sumar, además, el voto de Compromís. Y es así como se entienden las últimas semanas de Ximo Puig, que ha escenificado su desesperación por alcanzar el poder autonómico en diversas ocasiones, consciente quizá de que si cede a Mónica Oltra el gobierno su formación política corre un riesgo serio de acabar por desaparecer en esta tierra, habida cuenta de que tras dos décadas largas en la oposición frente al Gobierno fundamentalmente cleptómano del Partido Popular, sin apenas responsabilidades, han obtenido los peores resultados de su historia. Cabe recordar, quizá, las salidas de Alarte y Luna, por cierto.

En primer lugar, Ximo Puig intentó llegar a un acuerdo con Compromís Y Podemos, pero dadas las diferencias en la interpretación del resultado electoral, el PSPV no pudo asegurarse para sí la presidencia de Consell. Por su parte, Antonio Montiel expresó su apoyo a la candidatura de Oltra, siendo este lugar una excepción a la regla general que informa los procesos negociadores de la formación de Pablo Iglesias y les impide entrar a formar parte de ejecutivos que no presiden. Fue en este punto cuando Ximo Puig decidió optar por una suerte de bigamia discreta, o de baja intensidad, entrando a negociar con C’s de forma paralela pero manteniendo la prioridad del hipotético Consell progresista, y siempre sin perder las formas. Los nacionalistas mantuvieron su postura sin dejarse engañar, y unos días después el tiempo les dio la razón cuando Carolina Punset –que resulta no ser nueva en esto de los pactos con el PSPV– impuso una cláusula de imposible cumplimiento para los socialistas: arrebatar el Ayuntamiento valenciano a Joan Ribó en virtud de una alianza con ellos y el PP de Rita Barberà.

Pero Puig no se rindió, y lejos de volver con resignación y humildad a la mesa de negociación, a pesar de encontrarse en inferioridad numérica volvió a intentar imponer a Oltra, cuya candidatura cuenta con el soporte de 32 diputados (Compromís y Podemos), sus 23 diputados (apoyo único del PSPV). Infructuosamente, porque Mónica ha vuelto a defender con fiereza leonina su merecida plaza, y al líder –así se hace llamar– del PSPV se le agotó definitivamente la paciencia hasta el punto de que decidió romper unilateralmente las negociaciones. Incapaz de seguir el curso de los acontecimientos, que evolucionan de forma veloz, siguió negándose a aceptar su nueva situación respecto de las fuerzas políticas situadas a su izquierda y volvió a acercarse a C’s, con quien finalmente aseguró haber alcanzado un pacto para la presidencia de Les Corts. Por un momento –breve, pero suficiente para hacer temblar a todo el electorado progresista valenciano– parecía que Carolina Punset había entrado en el juego, tantas veces por ella criticado, de la vieja política, vendiendo su apoyo por algún puesto en la Mesa del parlamento valenciano. Sin embargo, raudos y veloces salieron a desmentir públicamente la existencia de tal pacto, por lo que Ximo Puig volvió a quedarse solo –si alguna vez dejó de estarlo– en su esperpéntica quimera política.

Y en este enésimo punto muerto, que nos hace volver a la casilla de “inicio”, nos encontramos ahora: el PSPV, en el centro del vendaval, tiene imposible un Consell con el apoyo de C’s y el PPCV si pretende sobrevivir más allá de la primera legislatura, pero tampoco reconoce la mayoría de Podemos y Compromís en el ala progresista de Les Corts, por lo que ha acabado por enrocarse en sí mismo y su escueta minoría, bloqueando así definitivamente este País, cuyas cifras de desempleo, déficit público o balanza fiscal, por ejemplo, no son precisamente las propias de un Estado que puede permitirse esperar a que se resuelvan las intrigas palaciegas. Pero Ximo Puig sigue alegando que es la lista más votada, la única legítima por tanto, y la única que puede asegurar una transición tranquila de progreso frente al experimento de Montiel y Oltra, de quien dice que antepone su ego personal al progreso de los valencianos, ignorando a la vez que fue el PPCV quien ganó, teóricamente, las elecciones, y que su candidatura a la presidencia del Consell cuenta con 9 diputados autonómicos menos que la que los representantes de Podemos y Compromís apoyan.

Además, tampoco se permite perder la oportunidad de ensuciar de forma desleal y deshonesta, además de poco rigurosa, el proceso negociador cada vez que los medios le conceden la ocasión, recordando de tanto en tanto el apoyo que el PSPV le ha dado a Compromís allá donde ellos lo han necesitado, siempre obviando que Compromís también ha apoyado al PSPV cuando han sido éstos quienes se encontraban en minoría. Respecto de este debate, sin embargo, el punto verdaderamente interesante no tiene su centro la reciprocidad –o en la falta de– entre los dos partidos políticos, sino en dos factores que han pasado por alto para la vieja guardia socialista. En primer lugar, parece claro y así lo ha asumido públicamente la amplia mayoría de líderes políticos, que los pactos ya no se deciden en base a ningún intercambio de cromos, por lo que debería ser irrelevante lo que ocurre –o deja de ocurrir– en otros enclaves. En segundo lugar, allá donde es posible alcanzar una mayoría progresista alternativa a aquella que se propone liderada por el PSOE territorial, las fuerzas de izquierdas están luchando por explorar y explotar esa opción. Esto es lo que ocurre actualmente en Navarra, Aragón o Alicante, donde Barcina, Echenique y Pavón intentan presidir los respectivos gobiernos. Por otro lado, el PSPV ha apoyado a Compromís en València (ciudad), y lo contrario ha ocurrido en Elche donde el alcalde será socialista.

Otro de los argumentos que la militancia socialista emplea para manchar más si cabe los procesos negociadores es un teórico pasado conservador del nacionalista BLOC (Bloc Nacionalista Valencià), que ha pactado en algunos municipios con el PP local, sin hacer mención al contenido de éstos pactos ni a la situación anterior. Poca rigurosidad, pues, se observa entre las filas del PSPV. Sin embargo, precisamente debido al escaso nivel intelectual que demuestran, estas afirmaciones tienen corto recorrido. Por un lado, porque el BLOC se encuentra en minoría dentro de la Coalición Compromís (que consta de 9 diputados suyos, 5 de Iniciativa del Poble Valencià, 2 de Verds-EQUO del País Valencià y 3 de Gent de Compromís). Por otro lado, porque el PSOE tampoco se ha quedado atrás en sus acercamientos a la derecha, desde el pacto para la reforma del artículo 135 la Constitución Española hasta haber acabado por acoger, por ejemplo y no en puestos irrelevantes, a algunos integrantes de la blaverista Unió Valenciana, con quien pactó precisamente para arrebatarle al BLOC algunas alcaldías en el pasado.

Siendo así, cualquier parecido del relato socialista con la realidad no puede ser sino mera coincidencia. Ni Compromís ha traicionado al PSPV –al que ha apoyado allá donde no era posible otra mayoría progresista–, ni tiene un espíritu netamente nacionalista –el BLOC es solo la mayor minoría–, ni ha pactado con el PP para combatir al socialismo –los pactos con la derecha han sido usuales, desafortunadamente, en este País–, ni Ximo Puig encabeza la lista más votada –que fue la de Alberto Fabra, del PPCV–, ni es el único legitimado para frenar el caos –evidentemente–. Definitivamente, a la vista de las circunstancias –las que sí existen– solo le quedan dos opciones: dejar gobernar al PPCV, o gobernar con él, sumándose a una eventual coalición con C’s, o asumir que el Consell no saldrá de una lectura abstracta de los resultados y dejar gobernar a Mónica Oltra, quien encabeza una mayoría con mayor capacidad transformadora tanto dentro como fuera de Les Corts, porque si el PSPV puede integrarse en coaliciones que no existían antes de su paso por las urnas, el resto de partidos también debería estar facultado para ello. Por ahora, no son los socialistas quienes reparten la legitimidad –¡Ximo llegó a quejarse de la superioridad moral de Compromís!– sino los ciudadanos.