La atención médica es un caos. Con una tasa de mortalidad infantil en el primer año del 92 por mil (en Canadá es del 6 por mil); y una mortalidad materna muy alta (2.000 por cada 100.000 nacimientos) y además creciendo, pues en el año 1990 era notablemente inferior (800 por cada 100.000). Es un país relativamente tranquilo, con ayuda exterior. La malaria es extensa. Enfermedades que habían desaparecido como tripanosomiasis, lepra y plaga han reaparecido. El sida afecta a más del 4 por ciento de la población entre las edades de 15 y 49 años. En algunas provincias del este asciende hasta cerca del 20 por ciento. Según estimaciones recientes, 750.000 niños han perdido por lo menos a un padre debido a la enfermedad. En países industrializados, las muertes en el parto disminuyeron con el desarrollo de mejoras obstétricas en la salud total de mujeres. En Inglaterra y País de Gales, por ejemplo, la tarifa de mortalidad maternal cayó de más de 550 embarazo-muertes por 100.000 nacimientos en 1931 a menos de 50 de 1960, con el uso de antibióticos y de las transfusiones de sangre.
Hace algo más de un año, con el patrocinio de la primera dama del país, y con el apoyo de ONUSIDA y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, se reabrió una Conferencia Nacional sobre Planficación Familiar. Los donantes de ayuda exterior deberían pensar más y mejor en las necesidades de cada país para exportar avances científicos y mejorar la atención médica. Si no lo hacen así, tendremos suficientes motivos para pensar que estos programas de planificación familiar son un mera excusa para promover la legalización del aborto.