Con todo, siempre he sido una chica de principios. Me gustaba saber que los demás podían mirarme con respeto porque, llevara o no razón, argumentaba todo aquello que decía. He sido una persona fuerte, segura de cada paso, y convencida de que la huella que dejaba la verían muchas personas como un modelo para su pie.Y sin embargo, aquí estoy.El espejo me reflejaba todo lo que en su día me atormentó. Grasas acumuladas en sitios que no deberían ni existir, granos que afeaban mi cara, y uñas mordidas por los nervios del día a día.
Y todo eso junto, era yo.
Una parte de mí me aseguraba de que no era así. Yo era mis palabras, mis actos, y no aquello que los demás veían a primera vista. Yo era mi caminar seguro y mi frente alta, no mi vello en las piernas tras tres días sin depilarme por falta de tiempo, ni los granos que se esparcían por mi cara.Y a pesar de esas ideas que brotaban en mi cabeza cuando estaba relajada, la primera impresión que tuve nada más verme en ropa interior frente a ese espejo infernal, era lo que todos pensaban.
Fea.Gorda.
Abracé mi cuerpo, y no pude evitar soltar un sollozo. ¿Tan complicado era, aunque fuera, aspirar al canon de belleza actual? ¿Tan difícil era sentirse bien con uno mismo?No, no era complejo llegar a quererse. Lo realmente duro eran esos pensamientos que aparecían por mi mente de forma fría y mordaz. Era como si, al ver las caras de los demás, supiera lo que ellos me dirían si tuviéramos plena confianza. <<Tiene la cara como una pared de gotelé>><<¡Mírala! Seguro que no conoce la palabra gimnasio>><<Sus brazos son horrendos. ¡Y tienen hasta granos!>><<Da asco>>Asco. Esa palabra aparecía tanto en sus caras, que podría decirse que era mi segundo nombre. O mi primero. Ya daba igual.Me acaricié la cara, y me senté en el suelo. Sentí un escalofrío ante el contacto, porque estaba helado, pero no me desagradó. Seguí un buen rato ahí, mirándome en el espejo, preguntándome por qué.Por qué necesitaba ser bella.