Varios días atrás Extremadura: caminos de cultura tuvo la oportunidad de volver a visitar la necrópolis visigoda de Arroyo de la Luz, enclavada en la dehesa boyal del municipio arroyano, primera en recibir hace escasos años y a nivel europeo la distinción como Dehesa Cultural, conocida sencilla y popularmente como Dehesa de la Luz por ubicarse en ella la Ermita de Nuestra Señora de la Luz, patrona de la localidad. Habían pasado ocho años desde nuestra última estancia en este enclave, oportunidad aquélla para poder conocer en primera persona el yacimiento, germen de la posterior entrada que sobre el mismo sería publicada en marzo de 2.011 desde este espacio en la red, gracias a las imágenes y la información que por aquel entonces pudimos tomar y recabar sobre el mismo.
https://caminosdecultura.blogspot.com/2011/03/necropolis-visigoda-de-arroyo-de-la-luz.html
Aprovechando la nueva visita, hemos querido volver a fotografiar la añeja necrópolis arroyana en pro tanto de actualizar como de complementar el álbum que acompañaba señalado artículo inicial dedicado a tal yacimiento altomedieval. El estado de mantenimiento de la necrópolis, salvo por encontrarnos con diversas tumbas limpiadas y desarenadas, era prácticamente similar al vislumbrado años atrás. Al contrario que en aquella ocasión, pudimos tomar durante dos jornadas diferenciadas imágenes de cada sepultura tanto de manera individual como interrelacionadas dentro de los conjuntos en que se presentan, agrupados a su vez en tres secciones geográficamente separadas entre sí, una de ellas para nosotros desconocida en el momento de realizar la primitiva visita al lugar, bautizadas por diversos autores como necrópolis de la Charca de la Dúa y necrópolis de la Ermita de la Luz, a la que añadiríamos la que desde Extremadura: caminos de cultura hemos querido nombrar ante la aparente ausencia de información sobre la misma como necrópolis del Bohío, ubicada camino del Pozo de las Matanzas junto al que se descubren dos tumbas exentas, muy posiblemente tomadas de alguna de estas secciones, de la que serían extraídas años atrás en pro de ser reutilizadas como abrevaderos para el ganado junto a la cisterna donde permanecen sitas.
Extremadura: caminos de cultura ofrece así una nueva visión de la necrópolis visigoda de Arroyo de la Luz, catalogando las pétreas tumbas dentro de sus tres secciones, deseando ampliar de esta manera tanto el conocimiento del yacimiento como de la supuesta etapa histórica en la que fuesen realizadas y quedasen inscritas, invitando al lector a visitar el lugar, paraje excepcional donde la comunión entre el hombre y la naturaleza a través de la creación de la dehesa parece encontrar un ejemplo inmejorable anclado en un presente que desde siglos atrás parece no querer tener fin, salpicado por vestigios históricos que nos acercarán a capítulos pasados de estas tierras, de la región y de la nación, que no son sino páginas de nuestro propia vida como comunidad.
- Necrópolis de la Charca de la Dúa:
A poca distancia de la carretera nombrada como EX-207, vía de unión entre Arroyo de la Luz y Alcántara, calzada cuyo trazo posiblemente sigue el trayecto que ya antaño marcaría la senda que bajo dominio romano vincularía Norba Caesarina, hoy Cáceres, con Egitania, actual Idanha-a-Velha, tras sobrepasar el puente de Alcántara rumbo a Brácara Augusta, origen de la lusa Braga, se encuentra la conocida como Charca de la Dúa, cuya cola apunta hacia la entrada que por esta zona permite el acceso a la dehesa boyal arroyana, bautizada como de la Luz. Junto al flanco occidental del menudo embalse, una suave colina salpicada de berruecos se presenta como lugar de ubicación de una de las tres secciones en que podría dividirse la necrópolis visigoda de Arroyo de la Luz, si consideramos como un único conjunto la suma de todas las tumbas pétreas que aparecen diseminadas en la dehesa pública arroyana, ubicada sus secciones hermanas tanto en las inmediaciones de la Ermita que da cobijo a la imagen de la patrona del lugar, como en una zona de explotación ganadera camino del Pozo de las Matanzas, centrada por la figura de un característico bohío. Algunos autores, sin embargo, prefieren hablar de cementerios diferentes, siendo éste clasificado como la necrópolis de la Charca de la Dúa.
Las características de las sepulturas tanto de esta sección como de sus compañeras son prácticamente idénticas, siguiendo igualmente las particularidades que ofrecen la mayor parte de las abundantes tumbas excavadas sobre la roca que se catalogan diseminadas por zonas rurales de toda la región, destacando especialmente ciertas comarcas ubicadas entre los cauces del Tajo y el Guadiana, permitiendo barajar de esta manera la teoría que presenta el origen de las mismas bajo una misma época y capítulo histórico. Si bien casi todas ellas han llegado a la actualidad expoliadas, afortunadamente se descubrieron a lo largo del siglo XX dos yacimientos dentro de nuestra comunidad donde aún se conservaban parte de los ajuares que acompañaban desde siglos atrás a los difuntos allí sepultados. Nombrado el primero por Sanguino Michel en 1.911, quien se hizo eco del descubrimiento de restos cerámicos en el interior de algunas sepulturas ubicadas en las cercanías de Alcuéscar, cuando éstas iban a ser destruidas con la idea de ser utilizada para otros fines su materia prima, comentado el segundo por Fernández-Oxea en 1.962, cuando en Robledillo de Trujillo pudo él mismo rescatar diversas vasijas en perfecto estado, tantos unas cerámicas como otras fueron datadas durante la época de gobierno visigodo, quedando así enmarcados históricamente no sólo los ajuares sino fundamentalmente las tumbas que las guarecían, y por ende todas las de similares características conocidas en la región.
La necrópolis de Arroyo de la Luz queda así vinculada con la etapa visigoda, formando parte muy seguramente, como ocurre en muchos otros ejemplos de cementerios constituidos por tumbas excavadas en la roca presentes en campos y dehesas por toda nuestra geografía, de las posesiones que conformarían una villa o vicus, especie de explotación agropecuaria heredera de la villa romana, donde en un anticipo del posterior sistema feudal los trabajadores quedarían por contrato vinculados de por vida al lugar, englobados en auténticas aldeas regidas por el propietario de la hacienda que, en el caso arroyano, se enclavaría junto a la nombrada vía de comunicación entre Norba y Egitania, domando el original bosque mediterráneo en una plantación orientada tanto al cultivo de la tríada mediterránea como a la cría de productivas ganaderías, en un paisaje antecesor de la medieval dehesa de la que surgiese el paraje existente en la actualidad, conservándose labradas también en piedra granítica diversas prensas oléicas o vinícolas donde poder transformar los productos obtenidos de estas tierras. Cuenta sin embargo esta necrópolis con una peculiaridad, común en otras zonas peninsulares pero poco usual dentro de Extremadura, donde las tumbas en roca suelen aparecer excavadas individualmente, separadas unas de otras o en grupos de apenas anexos dos o tres fosas sobre un mismo berrueco, salpicando los terrenos donde se ubican los cementerios a los que pertenecen, de no muy numeroso número de sepulturas. En Arroyo de la Luz no sólo estaríamos ante una de las necrópolis más populosas de las conservadas en suelo extremeño, superando la treintena de tumbas roqueñas. Además, pueden observarse muchos de los sepulcros de las secciones enclavadas junto a la Charca de la Dúa y la Ermita de la Luz labrados conjuntamente en diversos subgrupos, horadados seguidamente sobre una misma afloración granítica, despuntando la colección que de ocho enterramientos contiguos puede descubrirse en la sección cercana a mencionada masa acuática, prácticamente única en nuestra comunidad.
Cercadas todas ellas con un reborde logrado durante la labra de los túmulos en pro de poder colocar sobre las sepulturas la tapa o tapas que sellarían cada una de las mismas, las ocho tumbas que conforman el subgrupo más relevante de los dos sitos junto al enclave acuático se ofrecen además como magníficos ejemplos de tumbas antropomorfas, diseñadas para albergar el cuerpo del difunto en decúbito supino, tendido sobre su espalda o boca arriba, colocada la cabeza dentro de un hueco extra que complementa el horadado principal, a modo de cubo sumado a la concavidad diseñada sobre un plano rectangular, resultando una forma humana sumamente estilizada. Comparten además los ocho enterramientos una misma orientación, con la testa hacia el ocaso y los pies hacia Oriente, característica principal a la hora de ejecutar este tipo de enterramientos que sin embargo no es capital, al adecuarse muchos de los sepulcros disemidos tanto en la supranecrópolis arroyana como en otros puntos de la región a las propias particularidades de la roca donde serían ejecutados.
La necrópolis de la Charca de la Dúa cuenta con otro subgrupo más, así como con dos sepulcros aislados, cercanos todos al conjunto de ocho tumbas que centra tal cementerio, alcanzando entre todos los nichos un número de trece ejemplares. Un berrueco cercano al más distinguido acoge tres sepulturas, igualmente antropomorfas, junto a las que figura lo que parecen ser los restos de una cuarta, quizás el intento de un sepulcro que quedó sin terminar, o simplemente un capricho de la naturaleza que hace equivocar al ojo humano. Un túmulo aislado, también antropomorfo y sito en un afloramiento granítico inmediato al berrueco que acoge el subgrupo de tres, figura junto a los vestigios de lo que parece ser un sistema de prensado. Si bien el uso contemporáneo de tal prensa a la existencia del enterramiento resulta altamente dubitativo, podríamos barajar dos panoramas según si tratamos la prensa como anterior o bien posterior al cementerio en sí, más probable la reutilización de la roca durante el gobierno visigodo una vez la prensa en desuso, de la que ya pudieron servirse en época tardorromana cuando la crisis política de los últimos siglos del Imperio conduce a la ruralización de la sociedad, sin que falten autores que ubiquen la fábrica de las tumbas mucho más posteriormente durante el dominio musulmán, ubicando en lo que fuesen villas tardorromanas o visigóticas la población mozárabe que pudo quedarse en la zona tras la caída de Mérida ante los ejércitos islámicos en junio de 713.
Un último sepulcro individual, conocido por este blog gracias al trabajo de Rubén Nuñez, autor del espacio en la red Cáceres al Detalle, se descubre al oeste del cúmulo principal de la necrópolis de la Charca de la Dúa, a los pies de la colina donde afloran sus doce hermanos. Labrado sobre una pieza granítica única de tamaño medio, presentado no a nivel del suelo como sus hermanos ejemplares sino a cierta altura de la tierra, de similar manera que variados ejemplos sitos en las secciones paralelas de la supranecrópolis arroyana, vuelve a figurar como tumba antropomorfa acoplada a las particularidades del berrueco donde se asienta, peculiarmente no en cuanto a la orientación de la testa, que vuelve a mirar en este ejemplar hacia Occidente, sino a la hora de adecuarse la base del enterramiento a las características del bolo, quedando su base llamativamente inclinada y con ello el cuerpo que allí fuese antaño depositado.
Abajo: centrando el cementerio cercano a la Charca de la Dúa, conocido como necrópolis de la Charca de la Dúa y sección más oriental de las tres que conforman la supranecrópolis de la Dehesa de la Luz, una colección de ocho sepulcros labrados sobre una misma afloración granítica despunta dentro del panorama de tumbas excavadas en la roca dentro de Extremadura, al no ser habitual en la región tan cuantioso cúmulo de sepulcros en un mismo subgrupo de túmulos, orientadas en este preciso caso las cabezas de todos los ejemplares hacia el poniente, marcando filas de tres, cuatro y una tumba respectivamente, todas antropomorfas de diversas dimensiones pero similares cajas anexas para acoger la testa de los difuntos allí depositados.
Abajo: a poca distancia del grupo sepulcral compuesto de ocho tumbas roqueñas, una nueva afloración granítica presenta otra amalgama de enterramientos a ras de suelo, tres tumbas antropomorfas, dos de ellas con la cabeza orientada hacia Occidente, otra en perpendicular a las mismas, junto a las que figura lo que pareciese ser un sepulcro iniciado pero no concluso, o bien un túmulo semidestruido, quizás simplemente un capricho de la naturaleza que ha querido imitar los trabajos de labra que allí más tarde se ejecutarían (abajo, quinta imagen).
Abajo: aislada pero no distante de sus compañeras, una tumba antropomorfa figura de manera individualizada sobre otro berrueco de escasa altura, compartiendo sin embargo afloración granítica no con más sepulcros, sino con lo que parece ser un sistema de prensado pétreo donde aún se quieren adivinar vestigios de una rueda, posible método de transformación de los productos oléicos o vinícolas que se obtuviesen antaño de estas tierras, cuya ubicación junto a la sepultura hace dudar sobre la contemporaneidad de ambos usos de la roca, pudiendo haberse labrado la tumba una vez en desuso la prensa, activa como otras prensas cercanas (abajo, tercera imagen) en años o centurias previas durante un primitivo rendimiento del lugar, en todo caso fábricas industriales vinculadas con una explotación agropecuaria en la que quedaría presuntamente circunscrita la necrópolis, no conociéndose vestigios de edificio religioso alguno en las cercanías, coincidiendo el auge de las villas tardorromanas y las vicus visigodas con la datación de algunas tumbas en la región donde fueron descubiertos restos de ajuares, fechados durante un gobierno visigodo que ocuparía las centurias altomedievales en las cuales muy seguramente fueron labradas las tumbas arroyanas.
Abajo: a los pies de la colina donde se ubican las tumbas que conforman la necrópolis de la Charca de la Dúa, distanciada de éstas pero formando muy posiblemente parte de la misma sección dentro del arroyano cementerio visigodo, un berrueco de medianas proporciones ofrece labrado en su interior un sepulcro ciertamente distante del suelo, nuevo ejemplar antropomorfo y orientado en su cabeza hacia poniente que curiosamente presenta en su base una inclinación adecuada a las características de la naturaleza del bolo, particularidad que conllevaría antaño el yacer en pendiente del cuerpo del difunto allí depositado.
- Necrópolis de la Ermita de la Luz:
En las inmediaciones de la Ermita de la Luz, edificio religioso cuya fábrica actual es el resultado de la simbiosis entre el gótico rural o extremeño de los siglos XV y XVI, y el estilo barroco de los siglos XVII y XVIII, restaurado tras la Guerra de la Independencia una vez destruido el templo por las tropas napoleónicas en 1.809, encontramos una nueva sección o sección intermedia de las tres que podríamos considerar componen la necrópolis visigoda de Arroyo de la Luz, nombrada como necrópolis de la Ermita de la Luz por aquéllos que defienden la independencia de este cementerio respecto de sus vecinos, ubicados junto a la Charca de la Dúa y en el camino del Pozo de las Matanzas respectivamente. Las características de estos sepulcros son, sin embargo, idénticas a las ofrecidas por los túmulos dados en las restantes secciones, de diseño antropomorfo y reborde labrado en derredor de la mayor parte de ellos, aglutinados muchos sobre un mismo berrueco a modo de subgrupo dentro de la sección, alcanzando en esta zona la quincena de ejemplares, desgraciadamente semidestruidos o directamente casi desaparecidos varios de los túmulos que en la zona figuraban, posiblemente como resultado de un intento de reaprovechamiento de la piedra sobre la que fueron ejecutados.
Casi indetectables a simple vista, tres tumbas se presentarían, como en otros subgrupos sitos en la necrópolis de la Charca de la Dúa, a ras del suelo, aprovechando un afloramiento granítico donde quedarían labrados, curiosamente con la cabeza al parecer orientada hacia el levante. Seguramente fuese la adecuación de los terrenos a su actual uso litúrgico y visitas devocionales el motivo que llevase al serrado de la piedra y consiguiente desaparición de los sepulcros allí inscritos, semidesaparecido también uno de los cinco enterramientos que figuran horadados en un berrueco contiguo, a poca distancia del cabecero del santuario. Labradas a los pies del roquedo, las cinco tumbas excavadas en roca allí alojadas intentan adecuarse a las características de la formación granítica en busca de la orientación de la cabeza del sepulcro hacia el Oeste, algo que sin embargo no se da en los también cinco sepulcros que se descubren en un berrueco ubicado junto al punto de encuentro del camino que permite el acceso a la ermita desde la carretera EX-207, con la vía que desde la parte norteña del municipio conduce al recinto sacro atravesando la dehesa desde la conocida como Charca Grande. Las características de este último berrueco, al contrario que en el anterior, permitió la horadación de los enterramientos sobre la allanada loma que corona la afloración. Sin embargo, mientras que dos se ofrecen con su testa mirando al poniente, tres permanecen en posición perpendicular a los mismos, uno de estos últimos nuevamente semidesaparecido mientras que sus hermanos en disposición ofrecen la peculiaridad de contar, como para la cabeza, con un pequeño hueco extra donde acoplar los pies del fallecido, algo no extraño pero tampoco habitual entre las tumbas roqueñas de manufactura visigoda ubicadas en nuestra región.
Dos sepulturas más, de manera individualizada, se ofrecen formando parte de esta sección intermedia. Una de ellas, en lo alto de un berrueco de media altura enclavado entre los dos subgrupos de cinco tumbas cada uno, presenta homogéneas características con sus hermanos, antropomorfo dotado de reborde junto al cual restos de labra parecen querer indicar los vestigios de una inicial excavación que quedaría incompleta. El otro túmulo aislado, a mucha menor altura del suelo y el más cercano al recinto de culto, sitos todos sus hermanos tras el ábside del templo, se ubica a los pies de un bolo granítico que, junto al lado de la epístola de la ermita patronal, sirve de sustento de una cruz o humilladero que corona el sacro lugar. Curiosa combinación que podría resumir la disposición que se deja adivinar en el lugar, a modo de cierta supeditación de las tumbas ante el actual edificio religioso que centra el enclave. Producto híbrido no extraordinario que podría conjugar perfectamente con un panorama presente en más puntos peninsulares, resultante quizás del deseo imperante tras la reconquista de entroncarse culturalmente sus nuevos moradores y gobierno tanto con la cultura clásica como con las raíces católicas de unas tierras que los cristianos norteños veían como de sus antepasados, distados sendos momentos históricos, el gobierno visigodo y la reconquista cristiana, por varios siglos de ocupación islámica donde tal dominación musulmana se creía un paréntesis temporal que las fuerzas y población cristianas deseaban minimizar, enlazando con el pasado clásico del que se consideraban descendientes tanto familiar como culturalmente.
Así, y aunque el culto a la Virgen de la Luz, nombrada como tal desde 1.500, previamente de la Lucena por ubicarse al parecer su templo en una zona antaño conocida bajo tal nomenclatura, considerado el enclave como el antiguo recinto donde siglos atrás se enclavó la villa o vicus de un tal Lucio, se remontase según la tradición oral que circula por la localidad arroyana a tiempos del Bajo Imperio, la falta absoluta de vestigios arqueológicos que respalden tal teoría hace pensar en el uso, como en muchos otros casos conocidos, de una solución adoptada ampliamente durante el medievo a fin de entroncar la nueva realidad con el pasado cristiano del perdido gobierno visigodo del que se consideraban sucesores los reinos del Norte peninsular, construyendo templos donde se creía pudieran haber existido lugares de culto cristianos antes de la llegada del Islam, o, como en el caso arroyano, edificando sobre un yacimiento premusulmán que hiciera mención a la ocupación romana y visigoda de la zona, tomando por tal motivo esta sección de la supranecrópolis como lugar donde enclavar la ermita de la imagen ante la que se postraría la nueva y católica población, retomando un legendario culto que quedase interrumpido ante la llegada del infiel.
Abajo: a los pies de un bolo granítico ubicado cerca del lado de la epístola del templo patronal arroyano, un nuevo sepulcro antropomorfo tallado sobre la roca, de similares características en cuanto a su labrado y orientación a las presentadas por la mayor parte de sus túmulos hermanos, forma un curioso híbrido cultural de la mano de la cruz o humilladero que corona el berrueco que centra la afloración granítica, resumen de la simbiosis histórica que posiblemente se quiso desarrollar en el lugar, escogida esta sección de la supranecrópolis como enclave donde erigir un templo a María tras la reconquista de los contornos, enlazando así la nueva religiosidad de la zona con el catolicismo de los últimos visigodos que la ocuparían y que aquí quedarían sepultados bajo la doctrina de Cristo, sin desdeñar ni la tradición oral que apunta a una recuperación de un antaño culto mariano premusulmán en tal enclave, ni con un posible intento de reconversión de un territorio islamizado, tomadas estas tumbas erróneamente por no pocos repobladores no como de los visigodos sino como "de los moros", como aún se las conoce en diversos municipios de la región.
Abajo: ubicado tras el cabecero de la ermita patronal, junto al camino que desde aquí se dirige a la parte norteña del municipio atravesando la Dehesa de la Luz y alcanzando la conocida como Charca Grande, un berrueco presenta en sus bajos laterales cinco tumbas más, todas ellas antorpomorfas, semidestruidas el dúo más oriental seguramente bajo un afán de reaprovechamiento de la piedra, o quizás ante la adecuación del lugar para las visitas devocionales, habiendo sido completamente serrada la afloración granítica que frente a este roquedo se ubicaba y donde, aunque casi inadvertidos, se observan aún los vestigios de otros tres sepulcros que en su origen permanecerían, como en los casos vistos en la necrópolis de la Charca de la Dúa, a ras de suelo (abajo, imágenes octava a décima).
Abajo: junto al cruce donde se encuentran la vía de acceso al santuario de la Luz desde la carretera regional EX-207 y la calzada que comunica el mismo con la parte norteña de la localidad atravesando la dehesa boyal arroyana, un nuevo compendio de cinco tumbas figuran en lo alto de un berrueco de allanada loma, combinados entre sí en pro de aprovechar la afloración granítica, presentándose dos de los túmulos con sus testas orientadas hacia poniente, perpendiculares a ellos sus otros tres hermanos, semidestruido el más oriental (abajo, imagen segunda) y con doble horadación extra, para cabeza y pies, los dos restantes (abajo, imágenes sexta y séptima).
Abajo: los restos de un labrado que pudo ser abandonado hacen pensar en el posible intento de aprovechamiento inicial para varias tumbas de un berrueco sito entre los dos subgrupos de cinco enterramientos cada uno, conservándose una sepultura antropomorfa aislada más que añadir a la necrópolis de la Ermita de la Luz o sección intermedia de las que conforman la supranecrópolis visigoda arroyana.
- Necrópolis del Bohío:
No habiendo encontrado información referente a un tercer cúmulo de tumbas excavadas en roca ubicadas a poca distancia una de otras, formando lo que aparenta ser una tercera sección dentro de la supranecrópolis que junto a las secciones ubicadas junto a la Charca de la Dúa y la Ermita de la Luz formarían en la Dehesa boyal arroyana, presentamos desde Extremadura: caminos de cultura este tercer cementerio bajo la denominación de necrópolis del Bohío, por ubicarse, camino del Pozo de las Matanzas y al Oeste de sus secciones hermanas, en una zona donde predominan junto a actuales explotaciones ganaderas, diversos chozos y bohíos de cierta antigüedad que recuerdan el ya uso pastoril de estas tierras desde siglos atrás, situándose las tumbas concretamente en los alrrededores de un bohío petreo donde la fábrica humana se entremezcla con la naturaleza, inmerso el mismo entre berruecos, en una hibridez que demuestra, como en el caso de los sepulcros visigodos estudiados, la simbiosis entre naturaleza y cultura tan característica e identificativa en Extremadura.
La necrópilis del Bohío se compondría de al menos siete sepulcros localizados y conservados, habiendo sido muchos de los afloramientos graníticos allí sitos serrados, bien en pro del aprovechamiento para otros usos de la piedra, o quizás persiguiendo la adecuación de los terrenos tanto al uso ganadero como al paso a través de los mismos, figurando varios de los túmulos pétreos semidestruidos, no descartando así la desaparición completa de otros ejemplares o, inclusive, la reutilización una vez descontextualizados de los mismos, conocidos los casos depositados junto al propio brocal del Pozo de las Matanzas. A diferencia con las otras secciones más orientales, no se aprecian en esta zona tumbas excavadas a la par o labradas conjuntamente sobre un mismo berrueco o afloración. Por el contrario, cada ejemplar figura individualmente, aunque compartiendo con sus hermanos el reborde así como la tipología antropomórfica en la mayoría de los casos. En curiosa, además, la aparición de dos tumbas de menudo tamaño que pudieran corresponder al enterramiento de dos bebés o niños de corta edad, algo desconocido en otras zonas de la necrópolis arroyana.
Abajo: junto al camino que se dirige desde la Ermita de la Luz hacia otros puntos occidentales de la dehesa boyal arroyana, entre ellos el paraje donde se ubica el conocido como Pozo de las Matanzas, una tumba excavada sobre la roca granítica nos recuerda los ejemplares individuales enclavados en las otras secciones de la supranecrópolis, repitiéndose diseño antropomorfo, reborde en derredor del sepulcro y orientación predominante de la cabeza hacia el ocaso.
Abajo: diseminados por la zona pero a poca distancia unos ejemplares de otros, sorprenden al caminante entre los berruecos ubicados junto al bohío del que se ha querido tomar el nombre para esta sección los diversos sepulcros tallados sobre bolos de tamaño medio o afloraciones apenas alzadas del nivel del suelo, inmersos actualmente entre explotaciones agrarias hasta el punto de alzarse sobre ellos linderos de separación, trascurriendo un vallado sobre una de las tumbas que, curiosamente, ofrece un diseño rectangular no antropomorfo, carente de caja para la cabeza, habitual en muchos puntos de la región pero extraño en esta necrópolis.
Abajo: sobre un afloramiento granítico coronado con una encina, una tumba antropomorfa ha logrado llegar íntegra a nuestros días, suerte que no ha corrido un ejemplar cercano semidestruido (abajo, imágenes tercera y cuarta), apreciándose el serrado de la piedra tanto en este berrueco como en uno de los laterales de la afloración contigua, no descartándose así la desaparición de tumbas en esta zona de donde quizás pudieron extraerse los dos sepulcros conservados junto al Pozo de las Matanzas, utilizados actualmente como abrevaderos para el ganado.
Abajo: aunque entre los ocho sepulcros que componen el subgrupo más destacado de la necrópolis de la Charca de la Dúa, el más norteño de los cuatro labrados en la fila central presenta unas dimensiones más menudas que sus hermanos, pudiendo haber sido labrado en pro de acoger el cuerpo difunto de un joven, no parece haber o conservarse tumbas infantiles en las dos secciones más orientales del cementerio visigodo arroyana, figurando sin embargo dos ejemplares en la necrópolis del Bohío, aparentes labras ejecutadas por la naturaleza, usada una de ellas como actual pesebre, cuyo origen como túmulo sin embargo nos es revelado por la conservación de parte del reborde que los circundaba, y sobre el que quedaría apoyada la tapa de cierre de las sepulturas.
Abajo: en la zona más occidental de la sección, una nueva tumba semidestruida aguarda al caminante que decide deambular entre los caminos que vertebran la dehesa boyal arroyana, hablándole de un pasado escrito por las vidas de otros muchos que hicieron de esta zona su hogar, en un enclave que no ha dejado de conocer desde antaño la presencia humana, hecho que le ha ayudado indubitativamente a ser nombrada como la primera Dehesa Cultural europea.
Abajo: aunque en un primer momento pudiera parecer una tumba más, las grandes dimensiones del espacio horadado, así como la aparición de posibles desagües en una de sus caras, hace pensar en el posible uso industrial de lo que parece ser una prensa o lagareta, ubicada a poca distancia del bohío del que se ha tomado el nombre para bautizar el enclave, recordando la también aparición de lagares en las cercanías de la necrópolis sita junto a la Charca de la Dúa, con la que mantendría así nuevos paralelismos.
- Tumbas del Pozo de las Matanzas:
Cerca de los confines más occidentales de la dehesa boyal arroyana se encuentra el conocido como Pozo de las Matanzas, así denominado por ubicarse en el enclave donde, según una leyenda conservada en la localidad a través de la tradición oral, acaeció pocos días antes de la toma de Cáceres ejecutada la noche del 23 de abril de 1.229, una cruenta batalla entre las huestes cristiana y musulmana, resultando de tal encuentro bélico un cuantioso número de bajas entre los soldados.
Cierta o no la leyenda, mana en este paraje a modo de cierto valle una fuente acuática surgida a través del pozo que centra el lugar, aún hoy en día en uso. Junto a su amplio brocal, dos sepulcros de tipología antropomorfa excavados sobre la roca hacen de abrevaderos. No son, sin embargo, tumbas labradas sobre afloraciones graníticas surgidas de estos terrenos, sino ejemplares extraídos de su primtivo punto de origen, posiblemente una de las secciones en que podemos dividir la supranecrópolis arroyana, en pro de ser usados con fines ganaderos. Quedarían así descontextualizados de su sitio original, no dejando de sumarse sin embargo por ello al generoso número de ejemplares descubiertos en la dehesa boyal de la Luz, auténtico santuario de tumbas labradas sobre la roca de características prácticamente únicas en la región. Cuaderno abierto del que aprender sobre el pasado visigodo de estas tierras, así como de la historia de los pueblos que hicieron, como nosotros, de este punto de la Península Ibérica su hogar, enlazados con estos terrenos hasta el punto de querer ser depositados una vez fallecidos en él, con el fin de lograrse fusionar tras la muerte con la región donde se desarrolló la existencia que la vida les permitió disfrutar.