Negación de la negación

Publicado el 21 noviembre 2017 por Tomarlapalabra

Por Eugenio Yañez

Tomado de Cubanálisis

A pesar del título, este trabajo no tiene nada que ver con Georg Wilhelm Friedrich Hegel ni con Karl Heinrich Marx, ni tampoco con la dialéctica o la filosofía, sino con algo que resulta mucho más terrenal, sencillo e inmediato: el castrismo puro y duro, en su variante neocastrista que aplica Raúl Castro, y la estrategia que ha seguido el régimen totalitario cubano para lidiar con el fenómeno de los llamados “ataques sónicos” o acústicos.

El tema de tales eventuales “ataques sónicos” contra diplomáticos de Estados Unidos y Canadá acreditados en La Habana ha ido tomando cada vez más complejidad y al mismo tiempo fomentando más especulaciones y percepciones diferentes, incluyendo sesudos análisis o profundas reflexiones científicas, mientras que en determinadas ocasiones adquiere ribetes de sainete bufo.

Evidentemente, el tema es complejo, y los criterios técnicos y científicos alrededor del evento son disímiles, difusos y contradictorios.

Estados Unidos se ha quejado, con razón, de la afectación de la salud de hasta ahora veinticuatro de sus diplomáticos ubicados en La Habana, mientras que Canadá -que también ha reportado cinco casos similares- ha mantenido un (demasiado) discreto silencio alrededor del tema, no se sabe realmente si porque se mantiene a la espera de los resultados de las investigaciones médicas que se llevan a cabo en Estados Unidos, o tal vez porque buscan las posibles causas en factores ajenos a una evidente hostilidad por parte del gobierno cubano, que ha sido el enfoque de Washington, aunque muy cuidadosamente expresado hasta ahora.

Contraofensiva castrista

La dictadura cubana, por su parte, no ha dejado crecer la hierba bajo sus pies, y mientras que desde el departamento de Estado y la Casa Blanca siguen pasando días, semanas y meses sin que se hagan públicas conclusiones médicas y científicas suficientemente aceptables para la comunidad internacional, en La Habana se agitan los alborotos y las muy eficientes maquinarias propagandísticas del régimen se esmeran en “demostrar” una “imposibilidad” de que se hayan producido ataques como los que protesta Washington, y se concentran en convencer al mundo, o a la parte del mundo que a La Habana le interesa, que se trata de invenciones por parte de Estados Unidos, y de que nunca se han producido ni es científicamente posible producir tales afectaciones selectivas a la salud de los diplomáticos acreditados en la isla.

Desde el punto de vista del régimen, la primera negación ocurrió cuando el propio Raúl Castro informó de forma oficial al encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana no tener la más mínima idea de lo que podría haber sucedido y que habría comenzado en tiempos aun de la administración Obama, es decir, antes que Donald Trump asumiera la presidencia.

En ese primer encuentro con el jefe de la legación diplomática americana en La Habana el general sin batallas prometió investigar el asunto. Es decir, en aquel primer momento no puso en duda que tales afectaciones a la salud de los diplomáticos se hubieran producido, aunque sí insistió en que la dictadura no tenía nada que ver con aquel fenómeno ni sabía qué o cómo podía haber sucedido.

Estados Unidos, de manera muy inteligente, no centró sus acusaciones en una eventual responsabilidad de la dictadura cubana por ataques contra sus diplomáticos, algo que entonces no podría haber demostrado más allá de toda duda, pues aun estaban en proceso de investigación y pruebas clínicas las personas afectadas -diplomáticos y familiares. Por eso Washington se concretó en acusar al país anfitrión del no cumplimiento de sus obligaciones de proteger tanto a los diplomáticos acreditados en el país como a sus familiares, tal como se establece en la Convención de Viena, vigente desde abril de 1964, y de la cual el gobierno de Cuba es uno de los 190 firmantes.

De manera que la acusación esgrimida en ese momento por Estados Unidos, más que por una agresión conciente contra los diplomáticos americanos, (imputación que entonces aparentemente no se podría haber demostrado con la consistencia que hubiera sido necesaria), se basó en una presunta negligencia de cumplir adecuadamente con las obligaciones elementales de protección a los diplomáticos acreditados en el país o, tal vez peor, en una evidente incapacidad para hacerlo.

¿Negligencia o ineptitud?

En la forma en que el gobierno americano hizo pública su acusación, de cualquier manera, en ambos casos, el gobierno cubano indiscutiblemente habría fallado en el cumplimiento de sus deberes como país anfitrión, ya fuera por no haber protegido adecuadamente a los funcionarios diplomáticos extranjeros, o por no estar capacitado para hacerlo como corresponde, lo que constituyen situaciones inaceptables para la buena marcha de las relaciones internacionales en cualquier país del mundo.

Por eso el régimen se vio forzado a cambiar de estrategia, y en vez de asegurar que no tenía la más mínima idea de lo que podría haber sucedido, comenzó a negar que hubiera sucedido algo. Recurrió así a su segunda negación.

Es decir, la dictadura comenzó a negar enfáticamente con todos sus medios y recursos que los diplomáticos americanos acreditados en La Habana -“olvidándose” de mencionar para nada a los canadienses afectados- hubieran sufrido algún tipo de agresión por cualquier medio o de cualquier tipo, porque tales ataques, simplemente, no podrían haber sucedido de ninguna manera, al no existir ni los motivos ni las condiciones, y mucho menos los equipos necesarios para realizar tales ataques.

Y entonces, para justificar la negación de la negación, comenzó a desarrollarse un gran y extenso show mediático que se mantiene hasta nuestros días, bajo los principios de que tales ataques nunca pudieron haber ocurrido, y que ni siquiera Estados Unidos ha podido probar supuestas afectaciones a la salud de los diplomáticos y sus familiares.

De manera que con la nueva estrategia adoptada por la dictadura todo comienza a dar vueltas -al menos en el ámbito nacional cubano- alrededor de una “provocación” por parte de Washington para crear una situación de tensiones y choques entre ambos gobiernos, en lo que han llegado a llamar un “Maine” acústico. Con esa referencia al acorazado americano que estallara en La Habana a finales del siglo 19, y que fue el detonante que desencadenó la guerra hispanoamericana que, según el régimen, llevó a cabo “el imperialismo” para arrebatar a los mambises la victoria de los cubanos frente a los colonialistas españoles, se intenta dar un vuelco al tema.

Según La Habana todo supuestamente, se reduciría a un malvado intento imperialista de descarrilar una eventual mejora de relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos que habría comenzado a producirse durante la administración de Barack Obama, y que con la asunción de Trump y el cambio de presidencia en Estados Unidos desde enero del 2017 ha comenzado a moverse a la inversa, por falta de interés “imperialista” en esa supuesta mejora de relaciones, y por las presiones de “la mafia cubanoamericana” para dañar al pueblo cubano.

¿Quién está interesado en torpedear el “deshielo”?

El argumento, además de malintencionado, es pedestre, por diferentes razones. Una de ellas es que si la Casa Blanca de Donald Trump deseara interrumpir las relaciones con la tiranía castrista, no necesita inventarse pretextos: la conducta del régimen no se ha modificado significativamente desde diciembre del 2014 -cuando comenzó el “deshielo”- hasta la fecha, y los únicos cambios significativos por parte de La Habana han sido el incremento de la represión contra la población, la ralentización o paralización total y definitiva de timoratas medidas de “apertura económica” emprendidas desde el 2010, y un retroceso en los mecanismos económicos que conllevan cada vez menos eficiencia y peores resultados en la economía nacional, con los consiguientes deterioros de las condiciones de vida material y espiritual de la población y el desmoronamiento de las pocas esperanzas de prosperar para la mayoría de los cubanos.

Por otra parte, La Habana nunca dio muestras de sentirse muy feliz con las medidas del entonces presidente Obama a favor del supuesto “deshielo”, por temor a las expectativas que se crearon entre los cubanos de a pie, y desde el primer momento mordió la mano que se le tendía y que ayudaría a darle de comer, exigiendo más y más cada vez que Washington realizaba nuevas y mayores concesiones sobre esto o aquello para tratar de satisfacer al gobierno cubano.

El régimen sabía, evidentemente, que las exigencias que estaba planteando al gobierno de Estados Unidos eran imposibles de satisfacer, por desmesuradas y porque se reclamaban sin ofrecer o prometer nada a cambio, pero continuaba insistiendo por esos caminos con la esperanza de que fuera Washington quien decidiera no continuar con los intentos de “deshielo”, porque ante las evidentes simpatías en casi todos los gobiernos del mundo ante las posibilidades de acercamiento entre ambos países tras más de medio siglo de hostilidades, no hubiera sido conveniente para el castrismo aparecer como la parte que torpedeaba el acercamiento.

Continuando por ese camino, la demora por parte del gobierno de Estados Unidos en presentar evidencias de las afectaciones de salud de sus diplomáticos, y mucho menos acusaciones precisas sobre motivos, técnicas, equipamiento, momentos o lugares donde se hubieran podido producir los hipotéticos ataques sónicos, junto con el significativo silencio del gobierno canadiense con relación a la salud de sus funcionarios afectados durante su estancia en la isla, ha dado ínfulas al régimen para insistir en su estrategia de que no ha sucedido nada de lo que Estados Unidos señala.

Con el margen que por ahora tienen se aferran a que nunca hubo tal ataque acústico en Cuba, y que todo se trata de las patrañas de siempre de “los malos” de la película, que como es natural son los americanos, ya que “los buenos” son siempre ellos, es decir, la dictadura cubana y sus voceros.

Shows mediáticos

El último show mediático de la tiranía alrededor de este tema se produjo los días 15, 16 y 17 de noviembre, a través de un evento “científico” on-line, donde participaron “especialistas” de la isla, médicos cubanos en “misiones” fuera de Cuba, científicos de diversos países, y “amigos” del régimen en el exterior, donde todos, unánimemente y sin excepción -como de costumbre- coincidieron en señalar la “imposibilidad” de que tales ataques hayan podido ocurrir, llevando las cosas a la conclusión de que -naturalmente- se trata de una vil patraña más del “imperialismo” contra el pueblo cubano.

Esto se adereza con diferentes acciones paralelas alrededor del tema, que aunque no son  directamente relacionadas con los ataques acústicos, se mantienen en la línea de las culpas del imperialismo y el victimismo de “la revolución cubana”.

Ahora ha surgido una así llamada asociación de cuentapropistas cubanas (como si organizaciones de ese tipo pudieran crearse en Cuba sin el visto bueno y el control del régimen) que según la agencia británica Reuters, solicita al senador Marco Rubio una entrevista en EEUU para plantearle “el impacto del retroceso en las relaciones con Estados Unidos en el sector privado” causado por las medidas adoptadas por el presidente Trump contra el régimen.

En el colmo del delirio, las cuentapropistas “asociadas” llegan a “invitar” al senador a visitar Cuba para palpar directamente la realidad de lo que dicen y denuncian. No aclaran, sin embargo, con que autoridad invitan al senador a visitar la isla, ni si en un hipotético (realmente imposible) caso de que el legislador aceptara tal invitación, de que manera resolverían ante el régimen los trámites para tan pintoresco viaje. ¿O es que  tal vez ya hayan coordinado con la dictadura los pormenores y detalles de un escenario como este?

Esos detalles son secundarios: lo importante es cómo la ofensiva del régimen insiste en presentar las cosas a su conveniencia, y lanzar sobre Estados Unidos todas las culpas de los problemas y dificultades del pueblo cubano.

Vale destacar, aunque no es el centro de este análisis ahora, el hecho de que una buena parte de los llamados cuentapropistas se preocupan mucho más -como es natural- de la buena salud y el florecimiento de sus negocios que de la prosperidad y las condiciones del pueblo cubano en general o de avances democráticos en la sociedad cubana, al acusar a Estados Unidos de afectarles, y prácticamente considerar al presidente Trump y el senador Marco Rubio como culpables de sus desgracias, al declarar solemnemente que “No estamos pidiendo nada. Simplemente que no nos quite la oportunidad de seguir trabajando”.

Cualquier persona sensata pensaría que peticiones de esa naturaleza, más que “al imperialismo”, deberían dirigirse a Raúl Castro, el gobierno cubano y el partido comunista, que son quienes dificultan la vida y las posibilidades de progreso y mejora no solamente de los cuentapropistas, sino de todos los cubanos en general, pero así son las cosas: culpan a quienes quieren ayudarlos, y se mantienen complacientes, o cuando menos silentes, ante quienes los esquilman y constriñen continuamente.

Destaco esto, aunque no es el tema central de este análisis sobre la crisis de los “ataques sónicos”, por aquellos que insisten en que los cuentapropistas en general son las semillas de la futura democracia cubana. Habría que ver si en algún momento podrán serlo, pero por ahora, y por la forma que actúan y han actuado hasta ahora, no solamente estas mencionadas señoras, sino muchos “emprendedores” en general, la tan ansiada y necesaria democracia no está entre sus prioridades, porque muchas veces prefieren que el Estado les abra un mercado mayorista para obtener materias primas a precios razonables, o que los corruptos y abusadores inspectores no los acosen tanto, antes que asegurarse o exigir el derecho a la libre expresión o asociación, o a labrarse su propio futuro sin interferencias o absurdas y abusivas exigencias gubernamentales.

Respuesta pendiente por parte de Estados Unidos

Volviendo al tema de los ataques acústicos y la negación de la negación por parte de la dictadura cubana: la bola está en estos momentos en la cancha de Estados Unidos. El pasado 15 de noviembre un congresista cubanoamericano dijo en Washington a un periodista de la televisión en español del sur de Florida que se estaba esperando de un momento a otro, quizás ese mismo día,  un informe oficial sobre los resultados clínicos de las investigaciones médicas realizadas a los diplomáticos y familiares afectados. Sin embargo, pasó ese miércoles, y el jueves, y el viernes, y hasta un águila por el mar, y del referido informe médico no hubo noticias, al menos hasta el domingo 19 de noviembre, cuando se terminó de escribir el presente análisis.

Con las cosas como están en estos momentos, es Washington quien tiene que demostrar, más allá de toda duda, que la salud de sus diplomáticos fue efectivamente afectada durante su estancia en La Habana, y que no se trata de episodios de “histeria colectiva” de los funcionarios americanos y sus familiares, ni de acciones de grillos o cigarras que resultarían curiosamente antiimperialistas, como ha querido hacer creer el régimen con su intensa y reiterada campaña propagandística de desinformación.

Y además, Estados Unidos no solamente está obligado a demostrar con evidencias que la salud de sus ciudadanos se vio afectada durante la estancia en La Habana, sino acabar de hacer válida de una vez por todas la acusación sobre la responsabilidad del gobierno cubano no solamente por no haber protegido convenientemente a varios diplomáticos acreditados en Cuba, lo que resulta evidente, sino también por haber actuado de manera tal que dañaron la salud de los de Estados Unidos.

Si lo hicieron a propósito y concientemente para dañarlos, o fue el resultado “colateral” de alguna otra acción hostil, como podría ser por ejemplo algún intento de “hackeo” de sus computadoras o equipos electrónicos, no tiene importancia ni atenuantes: fueron actos hostiles contra diplomáticos americanos acreditados en el país.

No fue en ningún caso un “Maine” acústico, una auto-provocación, como quiere hacer creer el régimen.

Pero la respuesta de Estados Unidos tendrá que ser tan contundente como la que aplicó a fines del siglo 19 tras el estallido del Maine. No me refiero a realizar acciones militares contra el régimen ni mucho menos, lo que no tienen sentido en estos momentos, sino a tomar decisiones y realizar acciones -diplomáticas, jurídicas, económicas, comerciales, consulares, y de cualquier tipo- con la consistencia requerida para poder tener derecho a considerar razonablemente que nunca más cualquier dictador de pacotilla pueda creer que se puede atacar impunemente y hacer daño a los funcionarios de Estados Unidos sin que se produzca una respuesta que, aun siendo adecuadamente calibrada de acuerdo a la magnitud de los hechos, resulte definitivamente devastadora para los agresores.

De lo contrario, la estrategia de la negación de la negación ante el fenómeno de los “ataques sónicos” será una significativa victoria para la dictadura.

Que necesita una desesperadamente.