Entrevista de la revista Apertura a Carlos Rottemberg destacado empresario teatral
En escena existen muchas claves a tener en cuenta: pararse bajo la luz del reflector (actor que no se para, actor que no se ve); hablar fuerte (pese a que el diálogo sea un susurro); mirar el horizonte (jamás al piso); saberse el texto y esperar al compañero (pisarse es un pecado).
El aplauso merecido es el premio para todos. No sólo para los actores. Maquilladores, iluminadores, directores, escenógrafos, musicalizadores y acomodadores hacen un trabajo invisible para que el espectador se asombre, ría y llore. La onda expansiva no se detiene allí: también alcanza, de manera oculta, al dueño del teatro, quien apostó por la obra y se lleva, sin que el público lo sepa, el reconocimiento.
En la calle Corrientes, sede central de la guerra de carteles teatrales, un nombre es conocido por todos. Carlos Rottemberg se hizo conocido temporada a temporada. Comenzó a los 17, cuando proyectaba películas en el cine El Ateneo, teatro que alquilaba. Luego compró y vendió salas. Iba entre Buenos Aires y Mar del Plata. Levantaba un telón, bajaba otro. Hoy emplea a 250 personas, es dueño del complejo Multiteatro; del teatro El Liceo; El Tabarís y El Metropolitan. Y en Mar del Plata cuenta con el teatro Neptuno, Atlas y Unisalas.
¿Se considera un emprendedor de las tablas? “No sé qué es emprendedor ni qué son las tablas”, dice haciendo uso de una de las caras del teatro. Y dispara: “Al productor que recién empieza le recomiendo que se dedique al teatro y que no crea que lo ‘mediático´ lo va a salvar. Si hubiera seguido ese camino me hubiera fundido hace 20 años”.
¿Qué cuestiones mira en una empresa antes de invertir?
Lo primero que miro es dónde hay teatros. Yo siempre hice (salas) en Buenos Aires y Mar del Plata, no sé si es bueno o malo, pero en Mar del Plata tengo varias salas porque las creé. Me especialicé en Mar del Plata, ciudad que conozco de chico, que me recibió bien, y que siempre me gustó. Concretamente, donde había un estacionamiento construí el Teatro Mar del Plata, y en Corrientes y San Martín había un restaurante e hice el Teatro Corrientes. Sin embargo, no creo que pueda seguir creciendo el mercado teatral, porque ya hay muchos. Y es necesario tener figuras para seguir abriendo escenarios.
¿Cómo sabe que el producto o servicio que brinda puede tener buena repercusión en el mercado?
Eso no se sabe, uno puede tener oficio, pero esta profesión es muy azarosa. Y ahora de grande estoy más convencido de ello. Hay que tener en cuenta que las salas sin los contenidos no son nada. Si se compara con otro tipo de comercio, se puede ver si hay subas o bajas, pero siempre suele haber una media. En lo nuestro puede haber un éxito mayor, porque no depende del edificio, sino del contenido. Pero al fin y al cabo, el teatro es necesario.
¿Qué errores cometió y ya tiene en cuenta a la hora de apostar por una empresa?
A mi me interesa ver la situación macro, es decir, cuánta gente fue al teatro, sin fijarme qué fueron a ver. En esta profesión hay que lograr una mixtura, ya que nosotros trabajamos mientras la gente pasea. Pero si uno quiere tener un horario de oficina y no estar para resolver un conflicto un sábado entre dos actores, tiene un problema… Además, hay que tener en cuenta que los fracasos son siempre más que los éxitos; los fracasos duran menos, se difunden menos y la gente que interviene en ellos los esconde. Los éxitos solventan a los fracasos, pero no hay que excitarse mucho con los éxitos para no deprimirse mucho con los fracasos.
¿En qué medida tiene en cuenta el capital humano?
Yo creo que es más importante que el dinero. No conozco exitosos empresarios de teatro que no le pongan pasión a la actividad. Hay que ser “teatrista” y un poco psicólogo, para poder comprender que nuestra mercadería –en el mejor de los sentidos- son seres humanos. Cuando un empresario viene de otro rubro, y quiere manejarlo todo como una industria, no termina funcionando.
A la hora de invertir, ¿Destina un monto grande en un solo emprendimiento o pequeñas cantidades en muchos proyectos?
Desarrollo de a una sala a la vez por un tema de costos, y hay que seguir vendiendo entradas para poder seguir metiéndose en otra sala. De todas formas, nuestro modelo no es el de alquilar los teatros, sino de ir a porcentaje del ticket que se divide en muchas voluntades.
¿Cuándo es buen momento para salir del proyecto?
Siempre que vendí un teatro fue para comprar otro. He vendido El Ateneo, Alfil y Lorange (El Apolo). Yo comencé alquilando El Ateneo, y era un lugar que no quería vender, pero surgió la posibilidad de comprar el teatro Atlas, por lo que me desprendí de él. Las obras, por su parte, están en escena hasta que la gente comience a dejar de ir. Es más simple de lo que muchos creen.
¿Qué regla de oro tiene siempre a mano?
La regla de oro mía es “una posición ética al servicio de la profesión”. Si me preguntan cómo se portó la gente conmigo en toda mi carrera, diría que muy bien. Sigo creyendo en la palabra, hacemos los espectáculos sin contrato. Es más: quedamos con el productor de palabra con qué actores y qué obra, y la hacemos. Así de fácil.